miércoles, 17 de agosto de 2005

El médico cubano de Cabo Haitiano.

Miralys Sánchez Pupo
Colaboradora de Rebelde,
Agosto 16 del 2005

El doctor Ulpinao Dellundé del Prado, nació en Jiguaní, Bayamo en 1847 y murió en Santiago de Cuba el 17 de enero de 1906. El traje que vestía José Martí, cuando desembarcó en Playitas de Cajobabo y que llevaba en su trágica caída en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, se lo había cedido Dellundé al Maestro al abandonar la tierra de Santo Domingo para reiniciar la guerra necesaria por la independencia.

La historia es hermosa, pero muy poco se conoce del valioso aporte de ese cubano en el momento preciso en que todos los enemigos de Cuba perseguían al Maestro para evitar su llegada a la Isla y como con especial habilidad le ayudó a realizar con menos contratiempos, la magna aspiración que lo llevó a ese punto de la geografía.

Dellendé estudió medicina en Barcelona y al terminar la Guerra de los Diez Años regresó a Santiago de Cuba, donde se casó en segundas nupcias con la puertorriqueña Dolores Arán y fue a residir a Santo Domingo al ser descendientes de patriotas dominicanos que estuvieron al servicio de Cuba. Allá fue recomendado por Ramón Emeterio Betances al general Luperón y fue designado médico sanitario en Puerto Plata y luego de un largo periplo se trasladó a Puerto Haitiano.

José Martí conoció a Dellundé a través de Máximo Gómez y en uno ejemplar de su libro Versos sencillos, le dedicó una versificación para él. La primera vez que el Maestro fue a Cabo Haitiano, el 9 de septiembre de 1892, se alojó en la rue Vaudreil número 33, casa del médico cubano, donde fue atendido por Lola y sus hijas con mucha exquisitez. Y reciprocó tal gentileza enviándoles una carta con obsequios para las niñas.

En el diario martiano de Montecristi a Cabo Haitiano, el Maestro precisó el 2 de marzo de 1895, “…entro en la arena salina, en Cabo Haitiano. Echo pie a tierra delante de la puerta generosa de Ulpiano Dellundé” Diez días después permanece allí escondido y cuando se acerca el momento de poner el pie en el estribo de la lucha, un espía reconoció a Gómez y Dellundé maniobró de inmediato, envía al General Marcos del Rosario, Paquito Borrego y Ángel Guerra a casa de Agripino Lambert y a César Salas al Continental de Canavallo, el único hotel del lugar.

Un aviso sobre la presencia de los cubanos llegó por vía telegráfica a manos del cubano José Arán, que habían sido esclavo de la mujer de Dellundé y éste lo retuvo. Al ser preguntado por la presencia de los cubanos explicó a Frank Dutton, vicecónsul de España: “Al amigo Frank, le diría que sí; pero al vicecónsul de España le digo que anoche el doctor Dellundé les proporcionó dos magníficos caballos en los cuales, a estas horas, habrán pasado lo frontera” Y con inteligencia no declaró la ruta marítima que ya seguían Martí y Gómez rumbo a Cuba.

La dedicatoria de Martí a Dellundé en el ejemplar de los Versos sencillos muestras la visión del héroe cuando le aseguró “No hay pena cual la de amar/ A un pueblo solo y cautivo/ Que vive clavado vivo, / A lo lejos de la mar:¡Ni sé de alivio mayor/ Al corazón que me abrasa,/ Que el sol y el café de la casa / De la amistad y el amor!”

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