lunes, 24 de julio de 2006

Enterrar a Martí.

Posted on Mon, Jul. 24, 2006


ALEJANDRO ARMENGOL
Creo que para los cubanos ha llegado la hora de enterrar a José Martí. No se trata de olvidarlo, sino de bajarlo del pedestal que sólo sirve de provecho a los arribistas de cualquier tendencia. Otorgarle el valor merecido a sus escritos y dejar que los críticos valoren sus versos --algunos brillantes, otros mediocres-- y los historiadores continúen analizando su papel en la fundación de la república cubana.

Es lamentable que en la formación de la nacionalidad se sobrevalore un cuerpo rector formado por frases brillantes, que forman un catecismo de fácil manipulación, propicio a todos los usos. Pensamientos en los que lo luminoso de la palabra dificulta encontrar lo efímero de su contenido. Lugares comunes que nos parecen únicos por lo ejemplar de la escritura.

Un ejemplo es una de las frases más repetidas de Nuestra América: ``Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!''

Se trata de una exclamación lapidaria y funesta. A partir de ese momento, los incapaces y oportunistas --abundantes en Cuba y en el exilio-- han tenido su justificación garantizada.

Esta declaración apasionada contribuyó a la creación de un canon de miseria y chapucería donde lo autóctono se impuso sobre lo extranjero, no por su esencia, sino como una categoría moral falsa. No hay manifestación más clara, en el terreno político y cultural, que ese vanagloriarse de los errores mediante un nacionalismo agresivo e inculto. En el plano individual o ciudadano, se nos regaló la posibilidad de hacer mal las cosas y cerrarles la boca a los críticos.

Por supuesto que es tonto, además de injusto, el achacarle a Martí toda la chapucería que se acumula a lo largo de nuestra historia. Su pensamiento ha sido utilizado como un recurso más en la elaboración de patrañas y falsedades. Pero no reconocer que se trata de un código mal construido y peor aprovechado es cerrarle la puerta al análisis de un pensamiento que encierra conceptos caducos e ideales arcaicos junto a aspectos novedosos e ideas progresistas.

El artículo Nuestra América, al que se ha hecho referencia, es una buena muestra de esta necesidad de deslindar el valor de una prosa de belleza tentadora de la validez de un pensamiento apegado a su época, limitado a su momento.

Todo el discurso encierra dos o tres ideas básicas: la peculiaridad de América Latina frente a las potencias europeas y a un vecino poderoso como Estados Unidos; la elaboración de un pensamiento latinoamericano y la visión de un continente en marcha. La riqueza verbal supera los fundamentos ideológicos del texto y nos arrastra encantados, pero se hace necesario imponer una distancia saludable entre adjetivos y conceptos. Cuando saltamos la barrera del escritor extraordinario que lo creó, y queremos convertir algunas de estas frases en patrones de conducta, corremos un grave riesgo.

Al sacar el discurso del contexto en que fue formulado y lo transformamos en normas para la vida, caemos en el error no sólo de establecer códigos alejados de la realidad --cuya imposibilidad de cumplir descarta de inmediato cualquier valor práctico--, sino de adoptar criterios erróneos, sólo justificados por la sonoridad de la frase.

La república cubana no surge de la imaginación martiana, no nace sólo del escritor, sino es en parte consecuencia de su voluntad patriótica.

La nación ideal martiana no es más que la mistificación de varios de sus pensamientos --muchos valiosos, otros simplemente bonitos--, los cuales constituyen una obra abierta y víctima de todo tipo de tergiversaciones.

Esto no disminuye el valor de documentos como el Manifiesto de Montecristi y los discursos y cartas. Simplemente, a Martí no le dieron tiempo para contribuir a plasmar su ideal en una guía imperecedera y práctica, como es una constitución.

No hay manifestación más clara, en el plano político, de ese vanagloriarse de los errores del pasado y esa exaltación de la incapacidad más absoluta que el recurrir al ideario martiano.

Parte de la genialidad de Martí radica en agrupar en una sola persona al pensador y al hombre de acción. Pero esa grandeza es a la vez su tragedia: muere como soldado, en una lucha no sólo por la libertad de Cuba sino para evitar que los militares se adueñen del poder. Lo que los generales y coroneles lograron antes, un comandante hizo definitivo.

Junto a este afán de partero, la audacia innovadora y la temeridad que van a servir de excusa a los aprovechados.

Librarse del apostolado martiano es un gesto de independencia necesaria. Un país no se fundamenta sobre el ideal exaltado de un poeta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece muy bien este artículo. Me parece muy bien que una cultura tenga suficiente salud como para revisar cualquiera de sus mitos y de sus maestros. Cualquiera. Me parece menos bien que una cultura se enorgullezca de sus fundamentalistas. Tal es el caso de algunos que atacan desde los dos bandos a Armengol, como es el caso de Orlando Fondevila. Este señor es un integrista martiano relativamente parecido a los que medran en Cuba, pero infinitamente menos talentoso. Tambien se ha dedicado a atacar lo "blando" que resultan los posmodernos, igual que en la Cuba oficial de los años 80. En particular a ensayistas más jóvenes con una carrera editorial e intelectual muy superior a este panfletero ultrarreaccionario (consultar Google y el ISBN), que no aporta nada al pensamiento cubano. Y no aporta nada porque lo primero que hace siempre es sacar fuera del debate intelectual lo que debe permanecer en él. Los contricantes no se despachan con acusaciones tipo "problema ideológico", "falta de firmeza", etc. Se discuten en el campo del pensamiento y, si no se puede, pues entonces uno se dedica a la policía y los apresa, los desaparece, les pone una bomba o los exilia. Pero eso sólo lo hace un policía, no un pensador ni un intelectual. A partir de aquí, claro está que con el artículo de Armengol se puede y se debe discutir de todo.

Ángel Luis Martínez Acosta dijo...

Estimado anónimo. Coincido con usted cuando dice que: "Me parece muy bien que una cultura tenga suficiente salud como para revisar cualquiera de sus mitos y de sus maestros. Cualquiera." No coincido cuando esta revisión se hace con el objetivo de hacer desaparecer, de "enterrar", a sus mitos o a sus maestros. Ahí está, a mi juicio, el punto crucial de debate. Saludos