jueves, 3 de agosto de 2006

"Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en una grano de maíz"

RAÚL RODRÍGUEZ LA O

José Martí fue un hombre sencillo, modesto y todo lo que siempre hizo fue pensando en el bienestar y la felicidad de los demás seres humanos. Por eso desde su más temprana juventud, en todos sus escritos y prédicas a favor de la independencia cubana trató de estimular y resaltar las cualidades y sentimientos más nobles y puros de las personas al igual que criticaba los rasgos egoístas e individualistas que pudieran afectar los objetivos colectivos y los asuntos de interés común para la Patria. Sacrificó toda su vida y fue siempre ejemplo de su pueblo con su conducta y humildad insuperables. Pero ¿cuándo y en qué circunstancias nuestro Apóstol dijo esa frase que tanto nos gusta a los cubanos y que ahora hemos utilizado como título de nuestro artículo?

Luego de su estancia en Cuba desde enero hasta agosto de 1890 cuando fue expulsado de la Isla por sus actividades revolucionarias contra España, el General Antonio Maceo decidió aprovechar una convocatoria sobre arrendamiento de tierras por parte del Gobierno de Costa Rica para viajar a dicho país en 1891 donde tras firmar un contrato con dicho Gobierno en el Palacio Nacional de San José, en mayo de ese mismo año, se estableció allí con un grupo de cubanos entre los que se encontraban José Maceo, Flor Crombet, Agustín Cebreco y otros patriotas en la zona de Nicoya, en la costa del Pacífico, ya que según documentos confidenciales localizados en el Fondo de Ultramar del Archivo Histórico Nacional de Madrid, el Gobierno español presionó y evitó que se pudiera establecer en la parte atlántica, como era su deseo de acuerdo a sus planes independentistas por estar más cerca de las costas cubanas.

En el mencionado país no hizo más que conspirar a favor de la causa cubana aunque es justo señalar que debido a su trabajo y dedicación junto al resto de los demás cubanos convirtió aquel territorio casi desértico en una próspera colonia agrícola. Allí residió desde 1891 hasta el año 1895 cuando por orientaciones de José Martí salió rumbo a Cuba en una expedición bajo el mando de Flor Crombet en compañía de su hermano José y veinte patriotas más.

Luego de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, el 10 de abril de 1892, Martí en su condición de Delegado comenzó a coordinar con los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo los nuevos planes conspirativos para organizar e iniciar en nombre del Partido la tercera y última guerra por la independencia, ya que sabía perfectamente que sin ellos dos como líderes o jefes militares sería imposible la Revolución.

En cumplimiento de sus objetivos viajó a República Dominicana en 1892, donde se reunió con Máximo Gómez y le ofreció en nombre del PRC el cargo de Jefe del Ejército Libertador. Luego de coordinar detalladamente sus planes y puesto de acuerdo con el Generalísimo viajó en 1893 a Costa Rica donde se reunió varias veces a finales de junio y principios de julio con Antonio Maceo y otros patriotas cubanos que residían en ese país. Fue en esa ocasión cuando le ofreció a Antonio Maceo, en su nombre y el de Máximo Gómez, la organización de una gran expedición que bajo su mando debía salir de ese país rumbo a Cuba.

Luego de ese primer encuentro de Martí con Maceo en Costa Rica se intensificaron los contactos y comunicaciones entre ambos con el objetivo de preparar los planes revolucionarios para independizar a Cuba de España. Por esas razones, en 1894 volverían a encontrarse en el hermano país centroamericano para seguir organizando los planes patrióticos y dar los toques finales de la expedición que debía salir de ese territorio conducida por el Titán de Bronce, aunque posteriormente partió bajo el mando de Flor Crombet como ya indicamos anteriormente.

Los encuentros entre Maceo y Martí, sostenidos en Costa Rica en junio y julio de 1893, contribuyeron a un mayor estrechamiento y comprensión entre ambos dirigentes sobre los planes revolucionarios e independentistas que juntos preparaban en coordinación con Máximo Gómez. Prueba de la intimidad de esos vínculos, son dos cartas del Apóstol dirigidas desde el territorio norteamericano al protagonista principal de la Protesta de Baraguá, fechadas ambas el 15 de diciembre de 1893.

En las dos misivas se pueden apreciar el amor, la confianza, simpatía y fe del Héroe de Dos Ríos en Antonio Maceo. Pero en una de ellas, la más extensa, se puede corroborar en sumo grado esa afinidad y también su admiración y tristeza por la muerte de la madre de los Maceo, la heroína Mariana Grajales. Es precisamente en dicha carta donde Martí menciona la frase que encabeza nuestro trabajo.

"Key West, 15 de diciembre, 1893

Sr. General Antonio Maceo

General y amigo:

Mi silencio no le habrá extrañado. He vivido, desde que nos vimos, en una entrevista continua con Vd. De la visita que le hice me traje una de las más puras emociones de mi vida. "¡Por supuesto, me dije después de verlo, que Cuba puede ser libre,— y ser feliz después de ser libre!" Las manos las he tenido ocupadas desde entonces en una labor bestial y sin descanso,—en atender, de una tierra en otra, a lo grande y a lo pequeño,—en ir levantando, hombre por hombre, todo este edificio. A Vd., acá en mi corazón, escribirle era ofenderle. Vd. debe ver de allá mi agonía, mi responsabilidad, la imposibilidad absoluta de valerse de medianeros, la cura de almas incesante que permitió la acumulación de estas fuerzas.

Esto es lo que estoy escribiendo entre un mitin y otro. Vengo de tres días de esfuerzo angustioso en Tampa, para ponerle un poco más de harina al pan; y aquí estoy, como a la callada, haciendo lo mismo y confirmando detalles con Roloff y Serafín, pero de modo que nada de cuanto haga dé idea de la proximidad en que están nuestras cosas, si todos queremos que estén próximas. Cuba las espera, con el gobierno encima, y una agitación sorda y ya extrema. Yo de aquí puedo hacer lo que dijimos y lo tuve listo y anunciado para el caso de que, contra lo avisado a la Isla para evitar engaños y contra la orden local mía expresa, hubiese cundido—aunque nuestra tierra está ya muy astuta para eso—el alzamiento mandado hacer con una orden falsa mía, y la cual sólo supo engañar a Esquerra que anda por el campo, resuelto a no entregarse, con unos pocos hombres.

Pero esta trama, cuyo objeto era justificar en Cuba las persecuciones, provocar alzamiento incompleto y debilitar las emigraciones con un segundo aparente fracaso,—si bien no pudo tener ese éxito afuera ni adentro,—ha producido, por la sangre que ya corrió, las prisiones de primera hora, y la de Moncada y la disimulada de Carrillo, aún libres, un malestar que sería imperdonable mantener cuando tenemos allegados los medios, modestos y bastantes, de ponerle fin. El gobierno cree que vamos, y sólo aguarda a la evidencia más cercana para segarnos allá el país: y nosotros, con la rapidez que no se espera de nosotros, sin aparato de invasión, deslizándonos sencillamente de donde mismo estábamos, podemos ir antes de que el enemigo nos espere, y caiga sobre la buena gente revolucionaria. No tenemos más que ajustar los detalles, de modo de ahorrar tiempo. Ahora sólo estas líneas le puedo poner, y la seguridad de que, lo que yo haya de hacer, ni con ligereza ni con demora será hecho. Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz, ni por bien alguno de esta vida triste, que no tiene ya para mí satisfacción mayor que el salir de ella: trabajo para poner en vías de felicidad a los hombres que hoy viven sin ella. No espere, pues, de mí,—harto lo sabe Vd.,—precipitación alguna, ni el crimen de azuzar y comprometer, por salvar la honrilla de la tentativa,—sobre que, con hombre del juicio de Vd., eso sería pueril e inútil. Este hombre, lo ama y lo conoce, y no faltaría así al respeto que merece su vida. Su María no se ha equivocado.

Y de su gran pena de ahora ¿no ve que no le he querido hablar? Su madre ha muerto. En Patria digo lo que me sacó del corazón la noticia de su muerte: lo escribí en el ferrocarril, viniendo de agenciar el modo de que le demos algún día libre sepultura, ya que no pudo morir en su tierra libre: ése, ese oficio continuo por la idea que ella amó, es el mejor homenaje a su memoria. Vi a la anciana dos veces, y me acarició y miró como a hijo, y la recordaré con amor toda mi vida.

Aquí tiene que cesar su,

José Martí"

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