miércoles, 25 de octubre de 2006

La patria grande es Nuestra América.

Año 6 25/10/2006 12:49
Autor: MERCEDES SANTOS MORAY

Desde su juventud, el Apóstol José Martí insertó a su Cuba amada en el proyecto mayor de su liberación, no solo en la contextualidad geográfica de las Antillas y el Caribe, sino en el universo de lo que él, desde entonces, comenzó a nombrar como "Nuestra América", ese territorio y comunidad de intereses, etnias, tradiciones, culturas e historia que se expanden desde el Río Bravo hasta la Patagonia, y cuya vigencia se subraya en nuestros días, como un implícito reclamo de los padres fundadores, escenario histórico de la independencia cubana.

José Martí vivió años de destierro en España durante su adolescencia, y también la experiencia de las que él llamó "dolorosas repúblicas" nacidas en el proceso del liberalismo decimonónico en México, Guatemala y Venezuela.

También presenció en su calidad de testigo excepcional la construcción de la Modernidad, durante los tres lustros de su exilio en los Estados Unidos, mientras ese país emergía de la guerra civil, abría su espacio a miríada de emigrados, y avanzaba tecnológica, cultural y socialmente hacia la era de los monopolios, el capital industrial y financiero, definiendo su política voraz, que lo convertirían, en la próxima centuria, en una potencia a escala mundial, particularmente significativa en el desarrollo histórico de los pueblos de América a los que veía como su "traspatio natural", en la política expansionista del imperio.

Ambos horizontes, y tales experiencias históricas, permitieron al cubano José Martí convertirse en el continuador legítimo del ideario bolivariano, ante las nuevas realidades política, económica y social del trasvase entre el siglo XIX y el XX.

Desde su sensibilidad humana, avalada también por su condición de artista y de poeta, pudo Martí revistar el pensamiento de Simón Bolívar y de los próceres de la independencia, y construir un proyecto que desde la independencia de Cuba y Puerto Rico, se tradujera en aquella estrofa, que para él faltaba en el poema de 1810.

Así, el latinoamericanismo martiano, deudor del bolivariano, desde sus orígenes se enfrentaría a las manipuladoras ideas del panamericanismo y abordó, en medio de la emergencia del imperialismo norteamericano, las perspectivas de desarrollo de los pueblos de Nuestra América, como parte indispensable del equilibrio del mundo, teoría política que trasciende su época y cobra mayor vigencia en nuestros días.

Los valores propios del llamado por él hombre natural, del proceso histórico de la construcción de las identidades, la cultura como manifestación de las esencias y no de las apariencias, en defensa del perfil auténtico y con mirada orgánica, nunca mimética ni dependiente, se manifiestan igualmente en el proyecto martiano de una América otra.

Su presencia en las sesiones de los congresos realizados en Washington, donde se gestó la política expansionista del panamericanismo en el área continental, y su temprana defensa del diálogo, de igual a igual, con todos los pueblos y naciones del mundo como vía de desarrollo, avaló también la formación de esta doctrina política profundamente revolucionadora, que se asienta en las necesidades históricas de América Latina y el Caribe, en la cual los pueblos del subcontinente encuentran todavía respuesta a sus propios y complejos problemas.

Cuba, América Latina y el espacio más abarcador que él calificó como Patria, al afirmar que "Patria es Humanidad", permitieron al genio político de José Martí adelantarse a sus coetáneos en el diseño de un programa liberador que no se limita a esquemas ni fórmulas superestructurales, sino que se desplaza hacia el corpus de la historia, en toda la diversidad manifiesta entre los pueblos latinoamericanos y caribeños, insertos en el contexto mayor de la especie humana como destino.

Uno de sus textos más lapidarios, el conocido ensayo Nuestra América, así como también sus discursos sobre Bolívar y el nombrado Madre América, pronunciados por José Martí en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en Nueva York, responden a una línea de pensar complejo, de profunda médula dialéctica que se apropia, por la vía epistemológica, de la historia y la somete a una demoledora crítica desde el análisis de todos y cada uno de los períodos, desde las culturas aborígenes hasta la colonia y la república.

Hombre de su tiempo y de todos los tiempos, José Martí supo articular un proyecto de cambio, profundamente enraizado en los acontecimientos y sucesos de la historia latinoamericana y caribeña, bien conocidos por él y sometidos también a un pensamiento crítico, en el que se manifiesta además la apropiación del legado filosófico de su época, no para emular con este ni para aceptarlo pasivamente, sino como instrumento de estudio, siempre adecuado a las propias realidades políticas, económicas y sociales de Nuestra América.

Quien como José Martí se manifestó en múltiples esferas de la vida, desde la creación literaria al periodismo y a la acción política, al organizar y preparar un programa y una acción revolucionaria que condujera al pueblo cubano a la última guerra de independencia, pudo construir su teoría y dar énfasis práctico, desde la apropiación también legítima de la experiencia histórica de las naciones y culturas de América Latina.

Es desde esta mirada suya que José Martí nos lega un pensamiento dialéctico, coherente y complejo, que responde no al voluntarismo sino a las demandas y urgencias de la propia historia de América y del mundo, y la propia vida lo ha demostrado, como en el pasado siglo XX, en el cual, como en estos primeros años de la actual centuria, las líneas de la política martiana resplandecen no como utopías infranqueables, sino como propósitos realizables a favor de las masas más humildes, que no conocen todavía, a pesar de la independencia formal de nuestras repúblicas, la justicia social y la cultura.

---------------------------------------------Fuente: EXCLUSIVO, 25/10/06

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