lunes, 18 de junio de 2007

Doña Leonor Pérez Cabrera: Una mujer extraordinaria.

CubAhora
MARLENE VÁZQUEZ PÉREZ

Leonor Pérez CabreraLas buenas cualidades de los padres casi siempre se acendran al pasar a los hijos. A esa verdad, tantas veces oída, volvemos inevitablemente al repasar la biografía de Doña Leonor Pérez Cabrera, madre de José Martí.

Como la mayoría de las dedicadas al hogar y al cuidado de la familia, ella puede parecer a simple vista una mujer común, apagada en la gris atmósfera doméstica. No obstante, poseía una talla humana extraordinaria, como lo confirma su entereza para soportar las numerosas pruebas y limitaciones que debió enfrentar durante su larga vida.

En estos días, en los cuales conmemoramos el centenario de su muerte, ocurrida en La Habana el 19 de junio de 1907, vale recordarla como homenaje a su memoria.

Nació en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, el 17 de diciembre de 1828, y su nombre completo era Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera.

Uno de los primeros obstáculos que venció fue el de aprender a leer, pues lo hizo en contra de la voluntad de sus padres, que se lo prohibían por su condición de mujer. Siendo aún una adolescente se instaló en La Habana en compañía de su familia, que poco después de la llegada, y gracias a un premio de lotería, compró una amplia casa en la calle Neptuno.

El 7 de febrero de 1852 contrajo matrimonio con Mariano Martí y Navarro, militar español nacido en Valencia y radicado en Cuba en virtud de sus funciones. De esa unión nacieron ocho hijos: José Julián, Leonor Petrona, Mariana Matilde (Ana), María del Carmen (La Valenciana), María del Pilar, Rita Amelia, Antonia Bruna y Dolores Eustaquia.

Entre 1857 y 1859 permaneció en Valencia, España, en compañía de su esposo e hijos. Luego regresaron a La Habana, donde residieron hasta 1874, año en que se trasladaron hacia México, donde se les reunió José, deportado a España en 1871.

Doña Leonor volvería a La Habana en 1877, en unión del resto de la familia, pero el hijo amado quedaría en México y se verían en el futuro solo de forma intermitente, por períodos de convivencia más o menos breves.

Pasó por el dolor de sobrevivir a seis de sus hijos y a su esposo, de ver a su primogénito en presidio, con el cuerpo y el alma lacerados por el horror que padeció y contempló en las Canteras de San Lázaro.

Después lo vio partir al destierro, y más tarde lo supo inmerso en la preparación de la Guerra de Independencia, lo que debe haber significado para ella infinita zozobra, amargamente coronada por su muerte en combate.

Las cartas que intercambiaron madre e hijo en los años de separación son de una ternura honda, que no excluye, por parte de ella, la reconvención cuando la considera oportuna, y de él el respeto profundo hacia la que le dio el ser. En ellas Doña Leonor escribió con corrección y sentimiento, y mostró una sensibilidad y delicadeza poco comunes. Como madre de familia, ya mayor, marcada por decepciones y sufrimientos, siempre prima en sus cartas el sentido práctico y el llamado a la conquista de medios de vida seguros para los suyos.

Es frecuente el reproche al hijo que demora en escribirle, inmerso en sus múltiples tareas a favor de Nuestra América. Ella le reitera, como ha venido haciéndolo desde la niñez, que "(...) el que se mete a redentor sale crucificado, y que los peores enemigos son los de su misma raza".

Más adelante, en la misma misiva, dirá: "Qué sacrificio tan inútil, hijo de mi vida, el que estás haciendo de tu tranquilidad y de la de todos los que te quieren, no hay un solo ser que te lo sepa agradecer, el que más achaca tu sacrificio al ansia de brillar, otros, a la propia conveniencia, y nadie en su verdadero valor".

Como prolongación de ese diálogo entre ambos, dirá el hijo: "Vd. Se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio?" En estas líneas, contenidas en su última carta, redactada el 25 de marzo de 1895, se sintetiza y completa aquel temprano apunte, escrito a los 16 años, al dorso de la conocida foto en presidio:

"Mírame, madre, y por tu amor no llores:

si esclavo de mi edad y mis doctrinas

tu mártir corazón llené de espinas,

piensa que nacen entre espinas, flores".
Ellas también explican, por sí solas, el origen humano y ético de José Martí.

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Fuente: EXCLUSIVO, 18/06/07

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