miércoles, 18 de julio de 2007

José Martí.

Cubarte
Por: Fernando Martínez Heredia.

Cubarte.- Era un muchacho habanero de quince años, blanco pero hijo de dos inmigrantes pobres, el único varón entre seis hermanos. Un buen maestro le apreció sus incipientes cualidades intelectuales y su deseo de saber, y le facilitó continuar estudios. Ese fue el inicio del cambio de su destino: en vez del mostrador de una bodega, la escuela secundaria.

Su país era hermoso y bestial. Desde hacía ochenta años molía sin cesar el trabajo y las vidas de cientos de miles de esclavos africanos. Palacios, pensadores, quitrines, contradanzas, hermosas señoritas, espléndidos varones, vivían sobre un mar de crimen y de iniquidades. El niño habanero era muy sensible, más allá de las vivencias familiares, y en una excursión con su padre se topó con la máxima expresión de resistencia humana de los más humildes: el suicidio. Treinta años después, ya dueño de su idioma, sintetizó en un poema el horror de la esclavitud en Cuba, la destrucción de la condición humana, inmortalizó aquel oscuro sacrificio y dio cuenta de la marca que dejó en él: “¡Un niño lo vio: tembló / de pasión por los que gimen: / y, al pie del muerto, juró / lavar con su vida el crimen!”.

Aquel año de sus quince el pueblo del este del país se levantó contra el poder colonial. El pichón de isleña creció bruscamente, y utilizó un arma a su alcance, los endecasílabos: “No es un sueño, es verdad: grito de guerra / lanza el cubano pueblo, enfurecido…” Con su poema de adolescente participaba así en el bautizo del nuevo gentilicio. Quizás ya conocía la letra de la marcha guerrera del bayamés, de música un tanto mozartiana, que había confirmado a la recién nacida entre la sangre y el humo del incendio: “que morir por la patria es vivir”.

El joven criollo asumió el mandato de aquel verso, y se volvió cubano. Entonces vinieron la hoja subversiva y la poesía militante, el ardor patriótico y la policía. Fue preso en noviembre de 1869, más por su actitud rebelde que por cometer un delito. Sometido a la jurisdicción militar, la alta marea represiva y la modesta condición social del acusado se reunieron: fue condenado a seis años de trabajos forzados. Quince meses después de aquella poesía anúteba con la que había cantado al Diez de Octubre, José Julián Martí Pérez dio el paso decisivo del compromiso con la revolución, poner su cuerpo en ella. Y escribió otros versos, ahora más complejos en la forma, pero sobre todo cargados de contenido humano, versos que traían juntos al dolor y el amor, la entrega a la causa y la visión de su propio futuro:

“En ti encerré mis horas de alegría / y de amargo dolor; / permite al menos que en tus horas deje / mi alma con mi adiós. / Voy a una casa inmensa en que me han dicho / que es la vida expirar. / La patria allí me lleva. Por la patria, / morir es gozar más.”

Todas las rebeldías juveniles son hermosas, aunque muchas resultan efímeras. Pero la del joven sujeto al grillete en las canteras, junto a la gente pobre e inerme de Cuba, apenas comenzaba. En los veinticinco años que viviría después de este 1870 tuvo que optar muchas veces entre seguir siendo rebelde o dejar de serlo. Aprendió que no siempre la disyuntiva es tan clara como cuando uno afirma “O Yara o Madrid”, y que la rebeldía está obligada a ser lúcida y tajante, creativa y tenaz, consecuente y hábil, sagaz, tierna y heroica. Martí optó por la abnegación, la voluntad inquebrantable, la constancia y la entrega, la vida en el exilio permanente, en la pobreza material del que renunció a ser un abogado de éxito, un escritor de fama bien pagada, un próspero y culto padre de familia. Optó por no sustituir en su casa la función del padre trabajador y no ser el sostén que la madre y las hermanas esperaban del hijo varón tan prometedor, y asumió el dolor de quedar separado de su pequeño hijo por una decisión que debió ser, sin duda, desgarradora.

El deber es una de las expresiones que más encontramos en sus escritos, en reflexiones, discursos, poemas, cartas; en consejos que brinda, en polémicas, en juicios acerca de otros y de sí mismo. Es el norte en su brújula más personal, como es la creación de la patria cubana el norte de toda su actuación pública. Y como se penetran una y otra esfera en su vida, y tienden a unificarse, así en su proyecto se articularán el deber individual y el del cuerpo social puesto en movimiento, y el deber de Cuba en América se manifestará. La política revolucionaria es el centro de la actuación pública de Martí, una política que no pretende venir a gobernar la vida de la gente, ni siquiera por estar segura de que tiene la misión de salvarla. Su labor es enseñar a los cubanos a servirse de la política para hacerse dueños de sus vidas y crear su país. La ética, entonces, no se conforma con proveer reglas para guiar la conducta de cada uno; se enlaza firmemente con la política revolucionaria y sirve como fiscalizador y juez de sus principios y sus acciones, como acicate de sus creaciones y su vigor. A la vez, la ética garantiza la eficiencia de esa política, aunque sin pretender despojarla de su especificidad.

Dura labor la de Martí, que portaba todas esas cualidades por las cuales le llamaron apóstol en vida, y que se dedicó a echar las bases del futuro. Para reunir los individuos en una escala capaz de modificar el resultado esperable después del Zanjón, que no pasaría de ser una modernización de la dominación, se vio en la necesidad de congeniar las virtudes y los méritos de sus paisanos con las confusiones, ambiciones, torpezas, los intereses mezquinos y el miedo a los cambios. Para darle continuidad a la revolución de Yara tuvo que preparar una revolución diferente a aquella; para unir a los viejos y a los jóvenes entre sí, y unos con otros en la revolución, se vio obligado a tejer con paciencia infinita una red de coordinaciones y de voluntades, y un partido político nuevo, y a ser el jefe de todos. Debió mover a los inertes y atajar a los imprudentes, darse a los humildes y atraer a todos los demás que pudiera, negar las razas y combatir la realidad del racismo, querer la igualdad de oportunidades y la república democrática para el bien de todos y pelear por la independencia nacional para conseguir la libertad y la justicia, juntas.

Se pueden encontrar las huellas de esa tarea ciclópea suya, tan llena de maravillas y angustias, de hiel y de alegrías, en los miles de páginas que escribió. Como clava a la idea de anexión en el angustiado poema “Al extranjero”, o el orgullo inflamado con que cuenta los episodios de la gesta del 68; la hondura tan convincente al exponer los materiales muy diferentes y hasta opuestos con que habrá que hacer la revolución y la república –por ejemplo, en su discurso del 10 de octubre de 1891--, y la terca convicción por sobre todo: “los locos, somos cuerdos”; la correspondencia incansable, seductora o conceptuosa, ese prodigio de ciencia política que es su artículo “El lenguaje reciente de ciertos autonomistas”, la felicidad de irse por fin a la revolución en sus escritos de 1895. Con la madre se toma algunas libertades, entre tanta actividad cívica. Un año antes de su muerte le escribe: “...sigo mi labor, más pura, madre mía, que un niño recién nacido, limpia como una estrella, sin una mancha de ambición, de intriga o de odio (…) Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás se acabarán mis luchas (…) Sólo los infelices que llegan pocas veces al poder y suelen llegar con demasiada ira, tendrán paces conmigo”.

Pudo gozar de un primer triunfo: desatar la guerra revolucionaria que iba a crear la nación y a los cubanos. Él conocía la trascendencia de aquel hecho. Al desembarcar en Oriente el 11 de abril, con Máximo Gómez, escribe en su cuaderno: “Dicha grande”. Viene a enfrentar tareas inmensas y difíciles: afirmar, organizar y extender la guerra; definir las líneas fundamentales del poder y la política de la revolución, y dejar constituida la República en Armas; ejercer la conducción política del proceso –aunque él duda que le sea posible, al menos por un tiempo--; y correr la suerte de los combatientes. En el campo de Oriente, Martí goza al conocer las personas, el paisaje y los nombres de las cosas de su tierra natal, los relatos, los hombres y los lugares de la Guerra Grande. Y goza al ver a tanta gente de Cuba que sólo había imaginado --con su mar de virtudes y defectos--, metidos en la revolución verdadera.

Sin descanso, Martí se sumerge entre los jefes y los soldados, hace política diaria y sostiene con Maceo y Gómez la entrevista de La Mejorana, pinta hechos y caracteres en su Diario, divulga la revolución hacia el exterior, firma una dura orden de guerra, vive la cotidianidad de la guerra irregular. Y todavía le da tiempo a admirar la belleza de una joven señora andaluza, y –allí donde tantos miles sólo verían amaneceres y acciones por librar-- es capaz de ver una estrella, y una paloma.

Conoce ahora también a la muerte palpable, no sólo al estado o el tránsito que han estado tan presentes en sus escritos y sentimientos. Dos Ríos pudo haber sido solamente su primer combate, un encuentro sin demasiada importancia. Hoy sabemos que iba hacia la muerte desde que llegó por Playitas, pero es únicamente por lo que sucedió. Por la patria, morir es gozar más. Martí multiplicó con su muerte el valor permanente de la obra de su vida, la promesa que la revolución le estaba haciendo a un pueblo nuevo y la trascendencia de su proyecto cubano y continental. Ellos siguen hoy con nosotros, y delante de nosotros, señalando un camino.

martes, 17 de julio de 2007

Fernando Pérez investiga en la adolescencia de Martí y aboga por la "diversidad de criterios"

Noticine.com
© Corresponsal-NOTICINE.com

Fernando PérezEl cineasta cubano Fernando Pérez, cuyo último trabajo "Madrigal" llegó hace pocos meses a las pantallas, se encuentra trabajando en la documentación de su próximo proyecto, un telefilm sobre la figura de José Martí para la serie iberoamericana "Libertadores". Según informa la web Cubacine, el autor de "La vida es silbar" y "Suite Habana" ha decidido no narrar los hechos históricos relacionados con la lucha por la independencia cubana, sino la infancia y adolescencia del héroe nacional, referencia constante en la vida cubana. Por otro lado, Pérez ha hecho unas declaraciones este lunes a Granma sobre la necesidad de "diversidad de criterios" y su oposición a las ideas "únicas" que "no favorecen ni contribuyen a enriquecer el pensamiento".

"Libertadores", como ya informó NOTICINE.com el pasado marzo, es un ambicioso proyecto de la productora española Wanda Films con la cadena estatal TVE para presentar a las nuevas generaciones a los líderes de los respectivos movimientos independentistas de la América Hispana, en una serie de telefilms. Entre otras figuras del cine de la región contactadas figuran el argentino Fernando "Pino" Solanas y el chileno Raúl Ruiz.

José Martí, conocido como "El apostol" entre otros epítetos laudatorios, será tratado por su compatriota Fernando Pérez, considerado el realizador y guionista contemporáneo más destacado en Cuba, donde este mismo año ha sido reconocido con el Premio Nacional de Cine. Gloria María Cossío, colaboradora en su producción más reciente, está ya investigando sobre la historia vital del periodista, poeta e ideólogo de la independencia de la mayor de las Antillas.

La última cinta de Pérez, "Madrigal", no ha sido precisamente la mejor recibida de su carrera. Desconcertó a algunos, aburrió a otros, fascinó a unos pocos... En cualquier caso, se trata de un film muy personal, que incluye muchas de las preocupaciones, obsesiones y metáforas del autor de "Madagascar". Siempre ha sido consciente el director cubano de esa dificultad, y así lo ha expresado en los medios. Lejos de rechazar las críticas, Pérez considera que cualquier polémica es sana. "Si en algo creo es en la diversidad de criterios, y el arte debe -y puede- provocar esa diversidad. Las unanimidades, las ideas únicas, no favorecen ni contribuyen a enriquecer el pensamiento. Todo lo contrario", declaraba este lunes al diario portavoz del Partido Comunista Cubano Granma.

"Una película que provoque polémicas, que no deje indiferente al público, que provoque incluso criterios divergentes entre sí, es una película que está viva y dinamiza", añadía el realizador de "Madrigal", que asume también las opiniones de los especialistas en los medios, aún siendo negativas: "Tomar una crítica como un ataque para mí sería negar los principios que uno se plantea como artista. No aceptar la crítica sería negarse uno mismo, porque el ejercicio del criterio propio es un derecho del creador y de sus críticos".

La carta: una expresión literaria de José Martí.

La Estrella online
Leoncio Obando Q.
periodistas@estrelladepanama.com

No fue José Martí más poeta que pensador, ni más humano que patriota. Sus escritos denotan la fluidez de su pensamiento lleno de ternura y rebeldía. Al cumplirse el pasado diecinueve de mayo un aniversario más de su muerte, se honró su memoria con la publicación de una de sus cartas inéditas a un amigo muy querido: Felipe Sánchez.

Este escrito aparecido en uno de los diarios de Estados Unidos que se editan en español, en realidad no estaba destinado a la publicación, dada la fraternal intimidad de la misma; sin embargo, su contenido sencillo y entusiasta no es muestra menor de su gran sensibilidad y nobleza, que a la postre, es una de las distinciones más honrosas que ha visto la luz pública.

El decidido defensor de las nuevas corrientes modernistas puso su poesía al servicio de la emancipación de su patria, de la real corona española, sus cartas al igual que sus crónicas desde New York y Buenos Aires, son páginas inolvidables que se suman a la ternura de su poemario inmortal Ismaelillo; canto amoroso dedicado a su pequeño hijo, y que es un testimonio de su pensamiento, especialmente cuando dice: "La poesía es la vaga, es más bello lo que de ella se espera que lo que es ella en sí".

La transcripción de esta carta a su amigo Felipe ha sido expuesta de manera literal, sin otro cambio que los que exige la ortografía moderna, veamos:

New York, 14 de septiembre de 1882

Sr. Felipe Sánchez Solís

Mi amigo muy querido:

"Hace meses recibí una afectuosa carta suya. No me tenga a mal que no se la haya respondido hasta ahora, que no ha sido falta de cariño, y vehemente agradecimiento, sino culpa de mis tristezas, que con las de mi patria se aumentan y me quitan a veces toda fuerza de la mente y de la mano."

"Me invita usted a volver a México, que es tanto como invitar al hijo ausente a que vuelva al solar propio, pues no sabe usted que quiero a México con tal vehemencia ternura que no parece sino que fuera mi verdadera patria?, allí mis mejores amigos; allí mentes clarísimas, corazones principales, deleitosos recuerdos, naturaleza arrogante y seductora, vida fantástica y mágica. Allí usted, cuya memoria me regocija cuyo ejemplo me da fuerzas y cuya amistad me enorgullece.

"Por tantas partes he ido hablando de usted. Usted habla, para mí, lengua de siglos.
No sé si será usted ahora senador, pero pienso en usted siempre como si lo fuere, y no de estos ruines senadores de hoy, sirvo de aquellos sencillos y majestuosos de Tlaxcala. ¿Qué ha sido de su casa? ¿O qué de sus cuadros? ¿Qué de la benévola Lusanita, de su arrogante hija mayor, de aquella pequeñuela de ojos resueltos y vivaces, y de sus dos excelentes hijos? La suya es esa patriarcal, y yo no he de dejar que otro hable de ella, sino que tomo empeño -para ganar honra con tributarla a quien la merecen narrarlas bondades, merecimientos y faenas del muy noble caballo indio, del discreto y venerable Felipe Chicencaulta. Ve usted, que nada olvido.

"Muy de prisa estoy ahora, por exceso de trabajo, pero aún me queda tiempo para decirle que no tengo conmigo, ni la enviaría aunque la tuviese, aquella biografía sucinta que le escribió Villaseñor, sino que en cartas que irán detrás de ésta, y en las que hagamos escribir al leal Gerardo, trataremos del modo de que yo reponga, con datos que de allá me manden, y juicio que yo saque de mí, biografía de quien con tanto exceso la tiene merecida. Escribirla será para mí verdadero regalo”.