lunes, 28 de enero de 2008

MARTI Y EL LIBRE COMERCIO.

Por Julio M. Shiling

“A nadie daña tanto el sistema proteccionista como a los trabajadores”. “La protección ahoga la industria, hincha los talleres de productos inútiles, altera y descalabra las leyes del comercio, amenaza con una tremenda crisis, crisis de hambre y de ira, a los países en que se mantiene”. Esto no lo dijo Adam Smith ni Milton Friedman. Pero sí se pronunció en el aproximado intervalo de tiempo de ambos economistas, 1883 para ser exacto. Consecuente con el acérrimo apego que sus principios e ideario tenían con la libertad, José Martí claro dejó conocido su rechazo a medidas gubernamentales que imponían aranceles y trabas al comercio. El artículo “Libertad, ala de la industria” (La América, septiembre 1883) no fue el único donde exclamó el bolígrafo del Maestro, a favor del libre intercambio comercial.

La rígida postura de Martí partía, no de una abstracta y romántica defensa de la libertad, que hubiera sido comprensible dado su paradigmático talento de poeta. Si bien consideraba que “…sin libertad, como sin aire propio y esencial, nada vive”, el razonamiento del Apóstol de la independencia cubana, no provenía de una ciega adulación a lo libertino. Para defender el libre comercio exhibió un discernimiento, modulado más por la fría, pero concreta, racionalidad, que por afanes cargados de emociones y divorciados de serio análisis económico (torpe proclividad, ayer como hoy). Martí enunció la compleja temática, desde el prisma de un “librecambista” (como se le llamaba en esos días), por sus convicciones de que dicho sistema era el que más engrosaba y mejor repartía la riqueza y el bienestar nacional.

“Rebajar de una vez la tarifa, abarataría la vida del obrero” (La Nación, 15 de julio, 1885). En otro reportaje ensayista al gran diario bonaerense, su insigne articulista en Nueva York, hizo eco del sector pro libre comercio en la política norteamericana, al escribir, “Rebájense-dicen los librecambistas-los derechos de importación… póngase al país en condiciones verdaderas y normales, que al comercio den fijeza, al obrero empleo seguro y vida barata, y a los productos modo de competir con sus rivales en los mercados extranjeros" (6 de junio, 1884). Con claridad Martí veía, en un sistema extirpado de imprudentes gravámenes proteccionistas, los obvios beneficios para la sociedad, particularmente su sector menos materialmente pudiente. Así, sin escaparse los detalles, el Apóstol discursivamente captó el meollo del principal debate económico de los EE. UU., en su día.

La polémica traspasaba delineamientos partidistas. Tanto los republicanos, como los demócratas, estaban fraccionados por “proteccionistas” y “librecambistas”. “En cada caso”, anotó Martí, “ha sido demostrado por los abogados de la fe librecambista la injusticia moral y el daño pecuniario de obligar a una nación tan vasta como ésta a vivir estrechamente y a gran costo, por el mero beneficio del escaso número de capitalistas y trabajadores que se ocupan en la producción en territorio nacional a precios altos, de artículos imperfectos, que toda la nación podría comprar perfectos a precios bajos, traídos del exterior” (La América, marzo de 1883). Señalando dos industrias “protegidas” específicas, el Maestro capta el problema con brillante precisión. “Parece que los intereses del hierro de la Pennsylvania”, graba Martí, “y los de la lana de Ohio son las causas principales de los trastornos y dilaciones hasta hoy ocurridos; pero puede asegurarse que el elemento proteccionista en general ha dominado, domina y dominará la situación. Los partidarios de este sistema pretenden con soñada supremacía, que si no fuera perjudicial a la par que ridícula, podría ser soportable,-representar la voluntad, en mayoría inmensa, de los cincuenta millones de habitantes que componen el pueblo americano. Este sacrificio, sin embargo, de las grandes masas populares al egoísmo de contadas clases privilegiadas, no es la voluntad de la nación…” (La América, marzo de 1883). Continúa el prócer cubano, “…que el pueblo sabe que se le obliga a pagar $50 por un vestido que podría venderse por $25 ó $30 si no existiera un derecho ruinoso sobre el paño” (La América, marzo de 1883). La argumentación de que el proteccionismo sirve sólo para proteger a una casta minoritaria, a expensas de la mayoría, fue finísimamente formulada por el Apóstol.

Hallarán, si pretenden incluir a Martí en la comparsa antiglobalización de hoy, un muro, impenetrable y resistente. Esta inmutable realidad pone a prueba la capacidad tergiversadora de los socialistas del Siglo XXI, los castrocomunistas y otros frenéticos. Indudablemente, en la Cuba que se acerca, recetas económicas abundarán. Ojalá que la premisa que sostuvo el Maestro se le preste atención. Bastante ha padecido Cuba de nociones absurdas.



Julio M. Shiling
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