lunes, 6 de octubre de 2008

Una crónica viva, las huellas del Apóstol.

Cubarte
Por: Mercedes Santos Moray
06 de Octubre, 2008

(Cubarte).- A una escritora camagüeyana que, en este año, acaba de cumplir 85 de vida, aunque la enfermedad ha silenciado su presencia en nuestro horizonte cultural, a ella, a Mary Cruz debemos la autoría de un breve volumen: El hombre Martí, publicado por el Centro de Estudios Martianos, y prologado por quien ha sido su compañero, el poeta y ensayista Ángel Augier.

Desde el preámbulo, el propio Augier define este cuaderno, acercamiento a una subjetividad, la de Martí, en el decursar de su existencia, libro escrito con amor, y resultado de muchos años de lecturas y de búsquedas, de voluntad divulgativa, en lo esencial, y no de afanes exegéticos, texto que tiene una virtud, la de seguir las huellas del Apóstol, desde el costado más personal y humano, es decir, desde las raíces mismas de su encarnadura, descubriendo ante los lectores aquellos rasgos físicos y también morales de un ser humano excepcional.

Verdadera crónica viva este libro estructurado con un sentido didáctico, que invita a otras lecturas, y también a investigar esos costados en los que no se suele abundar, cuando se trata de la abundante papelería dedicada a Martí, porque la escritora que aquí usa de sus técnicas ensayísticas, pedagógicas y también narrativas, quiere adentrarnos en la espesura de un hombre, desde la niñez a la muerte, para no sólo conocerle mejor, sino y sobre todo, para que se nos agrande, desde la individualidad, ese cubano que devino símbolo y que muchas veces se nos diluye entre ideas, como si nunca hubiera sido un sencillo habitante de este mundo.

De interés, incluso metodológicamente, resulta el apunte de Mary Cruz cuando nos presenta el desarrollo de aquel cuerpo que sólo llegó a los 42 años, y cómo nos describe su cabellera, abundosa en la niñez, ensortijada en la juventud, hasta ver cómo clarea, mientras se agotan las energías físicas y se aproxima en la madurez al final de la vida, con la calvicie que describe el médico forense, al examinar al caído en Dos Ríos.

También los ojos, que la autora concluye, gracias a numerosos testimonios de los coetáneos de José Marti, como el centro de su expresión facial, y como el reflejo de su propio carácter, estos sus ojos pasan de ser castaños a claros, o se definen por la escritora como “glaucos”, con esa capacidad que tantas personas tienen de varias con el tiempo y las propias motivaciones afectivas.

Otro elemento lo será la sonrisa, siempre breve, y sólo muy ocasionalmente atrapada por el lente y la pintura, de mayor espontaneidad cuando sostiene al pequeño José Francisco, a la altura martiana de sus 28 años, y luego, desvanecida, aunque no ausente su sentido del humor, tras laceraciones y vivencias en una vida que, como la suya, fue tan intensa.

A estos temas suma Mary Cruz su exploración de la personalidad, la construcción del ser humano en un despiece narrativo que sigue, también, el sendero de ver las variaciones de la existencia, los cambios ocurridos en distintas facetas de aquella naturaleza, en las que tuvo tanta importancia el amor, desde los padres y las hermanas, hasta las mujeres que fueron alimento de su espiritualidad y, en especial, su relación con quien fue su esposa, Carmen Zayas Bazán.

Lectura esta que se disfruta, y que como he apuntado, no aspira a ser conclusiva en sus datos, sino una apertura hacia investigaciones necesarias, al tiempo que nos entrega una mirada otra, no desde el mármol de la estatua, ni tampoco desde la dimensión heroica, sino que se aproxima, siempre, a un hombre de mediana estatura, cuerpo delgado y gran voluntad, dinámico e inquieto, que se ha situado en el centro de nuestra historia, y que nos reclama igualmente, gratitud y amor, un conocimiento de su persona, desde muchos aspectos, para entenderle mejor también, y ver cuánto nos dio, aquel criollo de tez trigueña y ojos oblicuos, de voz de barítono, como señalan sus amigos y oyentes, el mismo de la calle de Paula y del cruce del Cauto con el Contramaestre.

No hay comentarios: