domingo, 25 de enero de 2009

El hombre que siempre miraba.

El Financierocr.com
José David Guevara Muñoz

Un grupo de abuelos cubanos desempolvaron sus recuerdos para contar sus encuentros con José Martí a pocos días de su muerte.

De José Martí se habla siempre como el apóstol de la independencia cubana (de España), un magnífico orador y un gigante de las letras gracias a sus poemas, obras de teatro, crónica y cartas.

Sin embargo, de él se puede decir también que era un hombre que sabía mirar.

Esta otra forma de llamarlo no es ocurrente o antojadiza. Se basa en los testimonios de un grupo de cubanos que conocieron a José Julián Martí Pérez cuando eran niños o adolescentes.

Así ocurrió en 1895, durante los últimos días de vida del hijo de Mariano Martí Navarro y Leonor Pérez Cabrera. Es decir, entre el 11 de abril de ese año, día en que desembarcó en Cuba para liderar la guerra de la independencia –16 años despúes de haber sido desterrado por segunda vez–, y el 19 de mayo, cuando murió en el campo de batalla en el lugar llamado Dos Ríos.

Esos niños y adolescentes que conocieron a Martí en el épílogo de su existencia fueron entrevistados, cuando ya peinaban canas y caminaban lento, por el periodista Froilán Escobar con la idea de escribir un reportaje para la revista Cuba Internacional sobre la última ruta martiana.

Los testimonios de esos abuelos de donde crece la palma fueron recogidos luego en el libroMartí a flor de labios , publicado por primera vez en La Habana en 1991.

El año pasado fue publicado en Costa Rica por la Editorial Universidad Estatal a Distancia (Euned), en cuyas librerías se vende a ¢4.500.

En las páginas de esta obra de lectura sabrosa usted podrá leer los testimonios de ancianos a los que Escobar –quien ahora vive en nuestro país– ayudó a desempolvar los recuerdos. Entre otros: Salustiano Leyva Leyva, Paulina Rodríguez Laffita, Mariana Pérez Moreira, Carlos Martínez González y Alfredo Thaureaux Sebastián.

Sin duda, ellos le aportarán una visión fresca de José Martí.

Mirar, con eme de Martí

Uno de los aspectos que más llama la atención en este libro son las constantes alusiones de los abuelos cubanos a la manera en que el poeta miraba.

“¡Cóño, qué lindo era aquello! Por dondequiera que Martí metía la mirada, se complacía”, recuerda Salustiano Leyva Leyva, quien tenía 11 años de edad cuando conoció a su caudillo.

“Era un hombre que siempre miraba”, rememora otro de los abuelos.

Y agrega: “Siempre estaba curioso por todo. Que si un bichito de esos que brincan en la luz, ahí estaba él (...) Parecía un hombre entretenido porque se fijaba distante como si nadie lo presenciara”.

María Pérez Moreira lo expresa así: “Martí miraba por la ventana. Hasta hoy me lo represento así, muy sereno su rostro, con ambas miradas de sus ojos haciendo conversación con lo lejos”.

La versión de Carlos Martínez González es muy significativa: “Martí lo que se dice donaire físico no tenía, no, señor, pero había que verlo mirar”.

Y, a propósito de un tema que el presidente estadounidense Barak Obama puso de moda en días recientes, agrega: “Desde allá arriba se veía el cielo caerse en el mar, hasta volverse los dos uno solo. Martí se fijó también en la bahía de Guantánamo, que también se veía. Se puso contento de verla”.

Tomar al lector de la mano

Las citas anteriores son una especie de abre bocas sobre la calidad de la mirada de Martí. El plato fuerte sobre todo en lo que se fijaba se encuentra en el libro de Froilán Escobar. Hay pasajes que son un deleite.

Pero si aún así alguien abrigara una sombra de duda sobre la profundidad de la mirada martiana, no tiene más que leer sus crónicas periodísticas.

Le recomiendo en especial la tituladaEl puente de Brooklyn , que escribió en Nueva York en junio de 1883.

En esa crónica Martí cumple a cabalidad una oración que forma parte de dicho texto: “De la mano tomamos a los lectores (...) y los traemos a ver de cerca”; y lo logró con creces gracias a la cantidad y calidad de detalles con que describió el recién inaugurado puente.

Vale la pena dejarse tomar de la mano también por los ancianos que conocieron a Martí.

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