lunes, 24 de enero de 2011

Apuntes familiares sobre José Martí.

Osviel Castro Medel
Ahora que se aproxima el aniversario del más universal de los cubanos, reafirmo que ciertas preguntas aparentemente fáciles sobre él desconciertan: ¿Cuántas hermanas tuvo? ¿Cuándo murieron sus progenitores? ¿Qué fue de la vida de su hijo?

Si algún personaje tendría que ser conocido en Cuba, de la A a la Z, ese es precisamente el Héroe Nacional de Cuba y Apóstol de la Independencia. Ninguna interrogante sobre su existencia y su legado debería encogernos hombros. Pero la realidad es roca innegable. Tal vez suceda así porque a fuerza de repetir la evocación año tras año, lo hemos ido dibujando con el mismo pincel: nació en la calle de Paula, escribió la Edad de Oro, luchó por Cuba y murió en Dos Ríos.

Por eso se nos ha esfumado un poco, lamentablemente, el ser humano; ese que tuvo desavenencias con la esposa amantísima, recibió cartas duras de la madre o gimió por tres de sus hermanas muertas en flor.



¿Por qué no llegamos más al Martí familiar? ¿Por qué no acudimos a la persona carnal, capaz de guardarse para siempre en el corazón sangrante un secreto inmenso sobre alguno de los suyos? Si lo hiciéramos podríamos responder tranquila y orgullosamente las preguntas del principio. Y pudiéramos entender el gran dilema del Maestro, ese que lo hace todavía más grande y grave: renunciar a sus ideas para darle calor a la familia o continuar batallando por la patria desde la terrible lejanía del hogar.

LIRIOS Y RAÍCES

No es muy conocido que José Julián Martí Pérez, el hijo primogénito del matrimonio entre Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera y Mariano de los Santos Martí Navarro, tuvo siete hermanas, todas con sus mismos apellidos. De ellas se nombra con más frecuencia a Amelia, quizás por la hermosa y conocida carta que le escribiera desde Nueva York en los primeros tiempos de su estancia en aquella ciudad.

Tres de estas consanguíneas murieron antes que Martí: Mariana Matilde (Ana) en 1875, sin haber cumplido los 19; María del Pilar Eduarda (Pilar) en 1865, dos días previos a su sexto cumpleaños; y Dolores Eustaquia (Lolita) en 1870, cuando no llegaba a los cinco años.

Fueron pérdidas tremendas que sacudieron el alma del poeta. Al fallecer Ana, él compuso unos conmocionados versos, aparecidos en la Revista Universal de México: «Mis padres duermen/ Mi hermana ha muerto/Es hora de pensar. Pensar espanta, /Cuando se tiene el alma en la garganta…» Y cerraba aquella composición sentida: «¡Decidme cómo ha muerto;/ Decid cómo logró morir sin verme;/ Y -puesto que es verdad que lejos duerme/ Decidme cómo estoy aquí despierto!». Mucho tiempo después, al redactar sus Versos Sencillos, le volverá a rendir tributo: «Si quieren, por gran favor/Que lleve más, llevaré/La copia que hizo el pintor/ De la hermana que adoré». Era la referencia a una obra del artista plástico mexicano Manuel Ocaranza, novio de Ana.

Con el resto de las muchachas de su estrecha y humilde casa José Julián mantuvo correspondencia, aunque no tan fluida como querían ellas. No obstante, en la definición de él eran «como lirios, para mi alma… que tienen las raíces donde la tiene mi vida». Una de ellas, Antonia Bruna, le decía a Martí en una misiva fechada en diciembre de 1881: «Espero me contestes aunque sea dos letras para saber si es verdad que me quieres como dices; otra que te escriba será más larga; recibe un fuerte abrazo de tu hermana que bien te quiere».

Él, por su lado, le exponía a Amelia en 1883: «Tú me pides muchas cartas, tú -feliz- escríbeme sin cesar, y oblígame a ellas.-Y no me mires como a hermano alejado, sino como a parte de tu mismo cuerpo». Un hecho llamativo y curioso marcaría el destino de las hermanas del Héroe Nacional: tres fallecieron el mismo año; es decir, en el fatídico 1900. Antonia Bruna sucumbió el 9 de febrero, María del Carmen el 14 de junio y Leonor Petrona el 9 de julio.

Por casualidad fue Amelia la única que sobrevivió en el siglo XX. Expiró en 1944, a dos meses de cumplir los 83 años.

MADRE GRANDIOSA, PADRE DE VIRTUD

Algunos historiadores se han referido a las lógicas discrepancias de ideas entre José Julián y su padre, nacido en Valencia, España, el 31 de octubre de 1815 y precisamente llegado a Cuba para trabajar en pos de la Corona. También hablan de ciertos tratos ásperos de Mariano a su hijo. Sin embargo, la verdad es que ese amor filial entre dos personas de su sangre jamás desapareció. Prueba de esto es que Mariano, al visitar al joven Martí (casi niño) en la cárcel, se arrodilló a sus pies y lloró asido a su pierna herida por los grilletes.

Y justamente en carta dirigida a Amelia el Apóstol resume el afecto hacia el progenitor querido: «Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto tiernísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. «Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar».

Cuando Mariano dejó de respirar, en 1887, el hijo se lamentó de modo superlativo por el fallecimiento «antes de que yo pudiera pregonar la hermosura silenciosa de su carácter, y darle pruebas públicas y grandes de mi veneración y mi cariño».

Respecto a sus relaciones con Leonor es fácil adivinar cuánto debe haber sufrido él por hacerla padecer tan temprano. Esta mujer, nacida en Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias) el 17 de diciembre de 1828, le reprochó con reiteración a su «niño» la lejanía y el supuesto silencio.

En unas 20 cartas de ella a Pepe –como lo llamaba- hay numerosos regaños, aunque algunos son tiernos. «Hace días que quiero decirte algo de lo mucho que en mi alma rebosa y me ahoga; pero con la esperanza cada día de recibir carta tuya, lo dejo para el siguiente. Vana esperanza, vapores llegan a esta todos los días, y para mí no traen nada (…)Dios te perdone hijo todo el mal que me haces, y por ti le pido a todas horas», le confiesa en 1880. Y en otra sacudidora epístola, de 1882, señalará: «…Dentro de 3 días cumplirás 29, me resigno, pero no me conformo a que a esa edad con tantos elementos de vida sufras tantas angustias, y que mis muchas reflexiones nada hayan podido en tu destino, pero valor, y adelante, que con salud y buena voluntad mucho se vence…»

Pese a esas recriminaciones dolorosas, Martí sigue viendo en Doña Leonor a su estrella. En 1878 le contaría a su amigo Manuel Mercado: «Mi madre tiene grandezas y se las estimo, y la amo -Ud. lo sabe- hondamente, pero no me perdona mi salvaje independencia, mi brusca inflexibilidad, ni mis opiniones sobre Cuba.- Lo que tengo de mejor es lo que es juzgado por lo más malo. Me aflige, pero no tuerce mi camino».

Diez años después el Hombre de la Edad de Oro no escondería su felicidad porque su madre pasaría viviendo con él dos meses en Estados Unidos, algo que le hizo brotar «la salud repentina que todos me notan» y «sentir menos frío en las manos», como él mismo narró a Mercado. Fue ella, por supuesto, la que más se agobió por el holocausto de Dos Ríos. Luego quedó al cuidado de Amelia y murió en total pobreza el 19 de junio de 1907. Ya anciana se vio obligada a trabajar para ayudar a la deteriorada economía de su vivienda. Pocos la auxiliaron en aquella llamada República.

LA FAMILIA PROPIA

Carmen Zayas Bazán e Hidalgo (29 de mayo de 1853-15 de enero de 1928), la camagüeyana con la que José Julián se había casado en México, tampoco tuvo, como se conoce, afinidad con las ideas de su esposo. Las diferencias llevaron a la pareja a discusiones insalvables y a la consiguiente ruptura.

Sin embargo, hay que subrayar una y otra vez un hecho contundente: cuando se conoció la noticia de la caída de Martí, Carmen dirigió unas cortas líneas al director del rotativo La Lucha, que hablan por sí mismas: «Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m., Carmen Z. de Martí».

Respecto a Pepito, José Francisco Martí Zayas-Bazán (22 de noviembre de 1878-22 de octubre de 1945), honró el nombre de su padre cuando se alistó en la expedición de Carlos Roloff y se incorporó en 1897 al Ejército Libertador, en el que alcanzó el grado de capitán. Quedó casi sordo en el combate de Las Tunas, en el cual se distinguió manipulando un cañón. Se casó en 1916 con María Teresa Bancés Fernández y Criado (Teté), mas no tuvieron descendencia.

La otra «semilla» imprescindible en la vida de Martí fue María Mantilla. A ella (28 de noviembre 1880-1962) le envió líneas dulces con el sentimiento de un padre. No resultó casual que entre los objetos personales encontrados al Apóstol luego de la tragedia de Dos Ríos se hallase una foto de esa niña.

Ni en los fragores de las caminatas y la guerra la olvidó, como tampoco borró al resto de los suyos. Ellos galoparon todo el tiempo en su sangre y en su reloj. Los amó con la misma intensidad que a la tierra palpitante de su patria.

Las hermanas de Martí

-Leonor Petrona (Chata) nació en La Habana, el 29 de julio de 1854 y murió en esa localidad, el 9 de julio de 1900. Se casó en 1869 con Manuel García y Álvarez, con quien concibió cuatro hijos: María Andrea, Jesús José Manuel Alfredo, Oscar Eusebio y Florencio Mario.

-Mariana Matilde (Ana) tuvo cuna en La Habana, el 8 de junio de 1856 y falleció en Ciudad México el 5 de enero de 1875. En algunos textos aparece con el nombre de María Salustiana. Fue novia del pintor de aquel país Manuel Ocaranza Hinojosa (1841-1882).

-María del Carmen (La Valenciana) vio la luz en Valencia, España, el 2 de diciembre de 1857 y perdió la vida en La Habana, el 14 de junio de 1900. En 1882 se casó con Juan Radillo y Riera; de esa unión nacieron: Juan Paulino, María del Carmen Eleuteria, Pilar, Agustín Enrique y Angélica Mauricia.

-María del Pilar Eduarda nació en La Habana el 13 de noviembre de 1859 y falleció el 11 de noviembre de 1865, a dos días de cumplir seis años.

-Rita Amelia nació en La Habana, el 10 de enero de 1862 y murió en esa urbe, el 16 de noviembre de 1944. Se casó en 1883 con José García y Hernández. Tuvieron siete hijos: José Joaquín Guadalupe, Amelina Manuela, Aquiles Julián, Alicia Epifania, Gloria Engracia, Raúl Guadalupe y José Emilio.

-Antonia Bruna nació en La Habana, el 6 de octubre de 1864 y murió en ese propio sitio, el 9 de febrero de 1900. En 1885 contrajo matrimonio con Joaquín Fortún y André, de cuya unión vinieron al mundo: Joaquín, Ernesto, María y Carlos.

-Dolores Eustaquia (Lolita) nació en La Habana el 2 de noviembre de 1865 y expiró el 29 de agosto de 1870.

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