lunes, 16 de mayo de 2011

José Martí, entre la viola y el oboe.

El Apóstol firmó con sangre sus palabras, escribió Cintio Vitier al referirse a la muerte de José Martí. Cómo era su voz y la manera en que pudo haber sido grabada.

Luis Hernández Serrano
serrano@juventudrebelde.cu
14 de Mayo del 2011 22:37:34 CDT

«Ya las Exposiciones no son lugares de paseo. Son avisos: son lecciones enormes y silenciosas: son escuelas. Pueblo que nada ve en ellas que aprender, no lleva camino de pueblo». José Martí, La América, Nueva York, 1883. Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba. Tomo 8, p. 351.

De que la voz de José Martí pudo haber sido grabada en Estados Unidos, entre 1887 y 1891 no existe evidencia alguna. Diversas pistas hacen pensar que la voz del más universal de los cubanos pudo quedar «atrapada» en dos discos de cera, mas no sabemos si a estas alturas exista esa grabación en el lugar donde se presume fue realizada, en una exposición de logros tecnológicos, en Nueva York. Más allá de esa eventualidad, no es criticable que analicemos y comentemos las circunstancias en que esa grabación pudo haberse hecho entre mediados de 1887 y finales de 1891.

Oscar González Someillán, a quien Martí en 1891 le obsequió y dedicó en Tampa su libro Versos Sencillos, nos comentó hace mucho tiempo que era cierto lo de esa grabación. Siendo Oscar un niño de 11 años, cuidó del Apóstol cuando estuvo enfermo de disentería allí.

Había nacido Oscar en Cayo Hueso, el 13 de agosto de 1880. Lo entrevistamos en enero de 1976, ya cercano a un siglo de edad, y posiblemente fuera el único cubano que vivía de los que habían conocido a Martí.

Entonces nos contó que la voz del Apóstol era de un timbre íntimo, «de un color suave y ligero», y la calificó como una maravilla de la garganta humana.

Melquiades Méndez Canel, hijo del primer biógrafo del Apóstol, Manuel Isidro Méndez (nacido en Asturias, España, en 1882, quien residiera mucho tiempo en Artemisa y falleciera en La Habana con 90 años, en 1972), dijo en entrevista sostenida en 2002 con este reportero —en su casa en Monte 460, entre Ángeles e Indio, en Centro Habana— que su padre le contaba con énfasis el hecho de la grabación.

Melquiades, fallecido hace varios años, argumentó que según le decía su padre, el Maestro conservaba con cuidado ese cilindro de cera.

«Incluso —aclaró— en el Ministerio de Comunicaciones, durante la dictadura de Batista, se encontró una carta donde, a principios del siglo XX, se proponía a Cuba la venta de dicha grabación, pero al menos el Estado no llegó a adquirirlo.

«Mi padre recordaba que había un señor que se sabía de memoria fragmentos completos de los discursos más importantes de Martí. No recuerdo el nombre. Además, imitaba su voz, porque lo había visto y oído hablar en Estados Unidos, de niño, en 1890. Lo hacía con mucho cariño y respeto. Yo mismo lo vi y lo oí imitándolo en la calle Obispo», refirió Melquiades.

También el escritor cubano Luis Toledo Sande escribió sobre este tema. Afirmó que de la voz del Maestro y de la supuesta rotura de aquel cilindro, han existido diversos testimonios y conjeturas, que merecerían recogerse, para no perder las posibles pistas por donde llegar a este, si aún se conservara en algún sitio.

«Imaginemos que a pesar del estado de ese cilindro (soporte quebradizo), los actuales adelantos tecnológicos permitieran “recuperar” la voz de Martí. Pero aunque eso no ocurriera, tenemos su voz en sus textos», argumentó Toledo Sande.

La voz del Maestro

Bernardo Figueredo Altúnez, hijo del patriota Fernando Figueredo Socarrás, en su artículo Recuerdos de Martí, expresó que lo caracterizaba una manera casi magnética de atraer a los hombres a la buena causa y expresó: «Era muy decidor, no hablador (…) y si tenía algún pensamiento (…) enseguida lo ponía en palabras (…) su voz era suave, no estridente ni airada, sino (…) dulce (…)». Siempre lo hacía con mesura y sin exagerar».

Y añadía: «Tenía su modo de hablar (…) pausado (…) sin violencia (…)». Y añade: «Su voz, si se pudiera trasladar al sonido instrumental, correspondería a la viola en los de cuerda y al oboe en los de viento.

«Martí —argumenta— improvisaba sus discursos. Era un hombre que tenía un don de palabra universal y grande (…)».

María Mantilla, la niña amada de José Martí en Nueva York, en 1890, a quien el Maestro le dedicara Los zapaticos de rosa, dialogó en 1952, ya con 72 años —en su casa de North Saltair Avenue, Los Ángeles, California, en Beverly Hills, cerca de Hollywood— con la maestra cubana Juana Lidia Orille Azcuy, quien evocara el encuentro en entrevista con este redactor.

«Era —dijo— un hombre extraordinario y encantador. Siempre tenía una frase de consuelo o de bondad para los demás. Oírlo hablar era un verdadero regalo para la mente y el corazón».

Otros testimonios

Gracias a Froilán Escobar han llegado a nosotros los testimonios de varios campesinos ancianos que cuando niños escucharon la voz del Maestro.

«De los ojos no me acuerdo (…). De la voz, sí (…) tierna, de hombre decente. Se diferenciaba de los demás por la voz», declaró Alberto Toñé Pacheco.

«Tenía otro estatuto para decir las palabras, sopladitas, así (…) me impresionaba (…). Yo oí que hablaba bonito. No lo hizo con mucho alto de voz. Era distinto en su hablar (…) sonaba a otro aire de voz, de caballero», contó Salustiano Leyva Leyva.

«Martí (…) hasta hablaba distinto de voz (…). Llegó a mi casa (…) pidió el agua (…) con la voz como la tenía él, sobre lo bajito (…) no apuraba las palabras (…) más bien estaba pendiente de lo que los otros decían (…) era muy escuchador (…) vi a Martí como de aquí a ahí», refirió Paulina Rodríguez Laffita.

«Lo conocí de persona», dijo Francisco Pineda y agregó: «En sí, me suena, la manera suya de conformar la voz con el dejito que tenía (…) ceceaba con distinto aire (…) tenía voz muy distinta en el modo de poner las palabras que decía (…) en voz bajita; costaba querer oírlo (…) te decía algo y ya enseguida te ponías vidente de ver lo que él hablaba, aunque (…) a veces no tuvieras forma de entenderlo (…) me dan ganas de aguárseme los ojos (…)», concluyó Francisco Pineda.

«Martí tenía un poco fino el labio (…). No era un hombre fuerte que digamos, lo que sí de mucha vergüenza (…) fíjate quién era Martí que hasta a mirar nos enseñó», evocó Carlos Martínez González.

«Le hablaba a usted —afirmó Alfredo Thaureaux Sebastián— y usted (…) lo comprendía (…) y si no, le volvía a explicar».

Esto nos recordó aquel mambí casi analfabeto que escuchó el discurso de Martí pocos días antes de caer en combate, y comentó: «No entendí nada de lo que dijo, pero me hizo llorar».

Visión de Cintio Vitier

El desaparecido gran martiano Cintio Vitier comentó en su artículo Imagen de José Martí, escrito en enero de 1970, que la persona del Apóstol estaba excepcionalmente dotada para conmover y mejorar.

Citaba Cintio la expresión martiana de que «el aire está lleno de almas», y aseguraba que esa fe suya lo acompañaría en su peregrinación y prédica revolucionaria.

Recordó que el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno decía que Martí hablaba y escribía con una lengua protoplasmática. Y aclaraba Vitier que esa lengua se fundaba en los elementos eternos de la creación verbal: el ritmo y la imagen.

Tierra de imposibles conquistados

Martí —nativo del archipiélago de los imposibles conquistados— murió en combate el 19 de mayo de 1895, entre un dagame y un fustete, en Dos Ríos, finca de nombre alusivo al encuentro del Contramaestre y al Cauto. Cayó a los 42 años, tres meses y 21 días de edad. En definitiva, como escribiera Cintio: «En él no hallamos fisura, y no acabamos nunca de ver todos los aspectos de su rostro (…). Lo vemos en la tribuna de la emigración (…) rodeado del arrobo de sus pobres, fulgurando en la noche la palabra sagrada (…) y lo vemos lanzándose en su caballo blanco a la consumación del holocausto, para firmar con sangre todas sus palabras. Ninguna imagen puede agotar su imagen. En el retrato de Jamaica, de pie contra la huraña manigua, siempre vestido como de luto y el rostro manándole luz, nos mira secretamente, con extraña lejanía y pasión entrañable, pidiéndonos siempre más».

Fuentes:

La Ruta de Martí, Rafael Lubián Arias, La Habana, 1953; Recuerdos de Martí, de Bernardo Figueredo Altúnez; Anuario Martiano No. 3, Biblioteca Nacional José Martí, 1971; Imagen de José Martí, Cintio Vitier, Idem; Oír a Martí era un regalo, del autor, en Juventud Rebelde, 30 de enero 2000; La Voz de Martí, Luis Toledo Sande, Juventud Rebelde, 18 de mayo de 2003; Martí a flor de labios, de Froilán Escobar González, Casa Editora Abril, 2009, e Internet.



Fuente: Juventud Rebelde

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