martes, 10 de enero de 2017

El último cumpleaños en vida de José Martí

Por Hilda Pupo Salazar
Jueves, 05 Enero 2017 20:14

El último cumpleaños en vida de José Martí, sus 42 años, trascendió el 28 de enero de 1895, poco antes de partir hacia Cuba, para incorporarse a la Guerra Necesaria. En esa ocasión estaba oculto en casa de su amigo, el doctor Ramón Miranda, situada en la Calle 46 Oeste, en Nueva York.

Ramón, suegro de Gonzalo de Quesada, lo tenía protegido de los agentes de la agencia de detectives Pinkerton, quienes le seguían el rastro sin descanso, después de la malograda expedición de apoyo a la Revolución martiana.

Por tanto, los hechos que rodearon el onomástico no fueron, precisamente, de fiesta. Habían pasado solo dos semanas de haberse descubierto el plan de la Fernandina, tres embarcaciones que, cargadas de hombres y armamentos, saldrían hacia el Archipiélago, para incorporarse a la manigua.

Martí estaba clandestino por ese motivo, pues a pesar de la vista gorda de las autoridades estadounidenses hacia la actividad de los patriotas cubanos, la evidencia de tantas armas violaba los tratados de neutralidad establecidos con España.

Sus amigos le pidieron que, con toda discreción, les acompañara esa noche de cumpleaños al Restaurante Delmónico, en la Quinta Avenida y la Calle 26, en el propio Nueva York.

En un lugar muy reservado le estuvieron protegiendo de cualquier curioso. Dos amigos se colocaron al frente y uno a cada lado suyo. El grupo lo formaba Miranda y su sobrino Luis Rodolfo, su cuñado Gustavo Govín y su yerno Gonzalo de Quesada.

Aunque no dice en ninguna parte que consumieron se imagina un brindis con vino italiano Chianti, tan preferido por el Apóstol. Seguro chocaron las copas por el que pronto marchaba para liberar a su Patria el yugo español.

En el hogar de su amigo desarrolló una febril labor de reorganización del plan para el estallido de la guerra en Cuba y escribió múltiples cartas, enviadas a Tampa, Cayo Hueso, Costa Rica, a Cuba, a todos los lugares donde residían miembros del Partido Revolucionario Cubano.

Esa última noche, de Nueva York, estuvo hasta la madrugada escribiendo todas las cartas que saldrían –con fecha 30 de enero–, hacia los destinatarios de su confianza. Entre ellas, claro, están las cartas para sus amigos de Tampa: Paulina Pedroso, Ramón Rivero y Fernando Figueredo.

En una mañana helada un coche cerrado lo esperaba en la esquina de la calle. Gonzalo lo acompañó hasta el muelle, lo abrazó y lo vio subir resuelto al vapor Athos, donde lo esperaban Collazo, Mayía Rodríguez y Manuel Mantilla, quienes lo acompañarían hasta Santo Domingo.

En el libro El Marti que yo conocí de Blanche Zacharie, esposa de su amigo Luis Baralt, narra la partida del Maestro: “Estaba en el comedor de mi casa tomando el desayuno. Sonó el timbre y oí la voz de Martí preguntar a la criada que le abría la puerta:«¿Está ahí el caballero?» y momentos después entraba en el comedor. «¿Se ha ido Luis ya? ¡Qué pena!, vine presuroso pensando alcanzarlo, pues no quería marcharme sin estrecharles la mano.

¡Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver! Me despide de Adelaida y de Fico, y ahora me voy. ¡Adiós! No tengo un minuto que perder». Lo acompañé hasta la puerta y salió en la mañana helada, como una flecha.

Días después nos fijamos en un sobretodo marrón que había quedado colgado en la sombrerera. No pertenecía a ninguno de los de la casa. ¿Sería de algún amigo, que lo había dejado allí olvidado? Cosa rara en pleno invierno. Mi cuñada registró los bolsillos a ver si hallaba algún indicio de su dueño. ¡Cuál no fue su asombro al ver que estaban repletos de cartas y papeles dirigidos a Martí!

¡Pobrecito!, en la precipitación de su ida no se acordó de que había dejado su gabán en el vestíbulo y se fue a la calle en ese día glacial sin notarlo. ¡Cómo estaría de preocupado!”.

Tomado de: Ahora.cu

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