viernes, 11 de marzo de 2011

Mujeres en la vida de José Martí.

Rosa María García Vargas
rosamg@rvictoria.icrt.cu
No es extraño que siempre que se hable de José Martí se evoque la figura del Héroe Nacional de Cuba, del revolucionario intachable, organizador de la guerra que él mismo consideró necesaria a pesar de su vocación de paz y de sus manifiestas intenciones de desarrollar en Cuba una sociedad justa, donde la educación y la cultura fueran componentes básicos en la formación de los hombres de bien, capaces de gobernar su pequeña isla y construir sus propias instituciones y un futuro luminoso, libres del yugo español.

Los estudiosos de la vida y obra de nuestro Héroe Nacional han dedicado volúmenes enteros a desmenuzar su legado literario, sus discursos y el papel que desempeñó en la organización de la Guerra del 95, su labor de unificación de los cubanos emigrados y los que conspiraban dentro de la isla, sus gestiones para conseguir el apoyo de los jefes de la contienda anterior y un sinnúmero de actividades dedicadas a un solo fin: reiniciar la guerra que traería como resultado la independencia de Cuba de la metrópoli española.



Por eso no resulta tan fácil comprender que Martí, además de organizador de la guerra, orador, escritor y periodista, era sencillamente un hombre, porque su dimensión de revolucionario adelantado para su tiempo e inspirador de los jóvenes de la Generación del Centenario, lo convierten en ídolo y a veces se ignora al gran ser humano que fue. Sin dudas, el Apóstol reunía cualidades que hacen que en Cuba se le considere maestro, ejemplo, guía para quienes lo dan todo por el bienestar de la patria; pero, otras aristas de su personalidad merecen ser tenidas en cuenta para valorarlo en su justa medida.

Y es que este hombre de alma sensible y corazón ardiente sintió respeto y adoración por su madre y hermanas, amó a hermosas mujeres y -aún cuando no fue correspondido- a ellas dedicó sus mejores pensamientos y conmovedores escritos: vehementes versos de amor, epístolas en las cuales aconsejaba y enseñaba la mejor manera de enfrentar la vida y esquivar el flirteo y las frivolidades.

Evidencias de lo que significaron en la vida del adalid de la guerra por la independencia de Cuba son, por ejemplo, la carta a su madre fechada el 25 de marzo de 1895 en Montecristi:
Madre mía:

Hoy, 25 de marzo, en víspera de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre…
Y a su hermana Amelia escribe en 1880 desde Nueva York una larga epístola en la cual le habla sobre el verdadero amor y el peligro que representa confundirlo con una pasión pasajera. Con argumentos sólidos, aunque sin parecer un examinador adusto y gruñón, Martí describe las características ajenas a la belleza física y los falsos oropeles que debe exhibir una mujer inteligente y buena, y subraya:
El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla a arbolillo, a flor y a futo. –Cuéntame, Amelia mía, cuanto pase en tu alma. Y dime de todos los lobos que pasen a tu puerta; y de todos los vientos que anden en busca de perfume. Y ayúdate de mí para ser venturosa, que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer feliz a los otros.
Y termina con una muestra de confianza y cariño entrañable:
Escríbeme sin tasa y sin estudio, que yo no soy tu censor, ni tu examinador, sino tu hermano. Un pliego de letra desordenada y renglones mal hechos, donde yo sienta palpitar tu corazón y te oiga hablar sin reparos ni miedos – me parecerá más bella que una carta esmerada, escrita con el temor de parecerme mal. –Ve: el cariño es la más correcta y elocuente de todas las gramáticas. Di ¡ternura! Y ya eres una mujer elocuentísima.
Mucho se ha escrito acerca de la relación del Maestro con Carmen y María Mantilla y del cariño que profesó a ambas; pero, especialmente a su niña querida. Ese amor se trasluce en cada palabra de una de las más bellas cartas escritas a María en sus últimos días:
(…) Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, el libro que te pido, sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. –Trabaja. Un beso. Y espérame.
También en su poesía deja inscrito Martí sus sentimientos hacia las mujeres que de alguna manera marcaron momentos de su azarosa vida. En 1890, aunque aparecieron publicados en 1891, escribió los poemas de su último cuaderno: los Versos sencillos. Coinciden sus biógrafos en que son precisamente estos los de mayor contenido autobiográfico y en ellos saltan a la vista del acucioso lector las vivencias de un hombre que amó mucho y sufrió por amor:
"¿De mujer? Pues puede ser
Que mueras de su mordida;
Pero no empañes la vida
Diciendo mal de mujer!"
En Guatemala es presentado al general García Granados y a su familia. Complicada y dolorosa fue su relación con María, una de las hijas del general. La joven veinteañera se siente fascinada por la personalidad de aquel cubano que lograba prender de sus palabras hasta a los más indiferentes. Pronto el afecto de la dulce criatura se convirtió en amor… mientras, él solo pensaba en no hacerle daño ni traicionar su confianza. Para esa fecha, el compromiso con Carmen Zayas Bazán era un hecho y ella lo esperaba en México, lo cual precipita los acontecimientos. La historia de La Niña de Guatemala quedó inmortalizada en los versos:
...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Capítulo aparte ocupa la relación entre José Martí y la camagüeyana Carmen Zayas Bazán. En realidad el joven Martí había amado en varias ocasiones con mayor o menor profundidad, pero su matrimonio con Carmen era la culminación de una etapa en la que, a la necesidad de amar y ser correspondido se suma la de lograr la estabilidad de un hogar, una familia: es la llegada de la madurez en el plano de los sentimientos más íntimos.

Sin embargo, las desavenencias entre los jóvenes esposos no se hicieron esperar: Carmen exigía la presencia del esposo, del padre de su único hijo, José Francisco. Martí no soportaba la inercia en una casa que se desplomaba sobre él: un amor más profundo, más fuerte que cualquier otro sentimiento se imponía, la Patria lo reclamaba y la libertad de Cuba estaba primero que su propia vida.

La separación de Carmen, quien decidió apartar a su pequeño del padre que prefería pelear por sus ideales a permanecer junto a su familia, hizo mucho daño al Apóstol; no obstante, este lo aceptó como el sacrificio que se le imponía con tal de cumplir su sueño de lograr una Cuba libre.

José Martí cultivó, entre sus valores, el respeto, la admiración, la cortesía hacia la mujer, fuente también de sus propias pasiones de hombre. La lectura de su epistolario y de los Versos sencillos, fundamentalmente, descubre al ser humano capaz de amar y sufrir por amor; pero, también, una vez más, al Apóstol, al organizador de la Guerra Necesaria al guía que condujo a Fidel y a un grupo de jóvenes revolucionarios al asalto al Cuartel Moncada en el año de su centenario.

Fuente: Tiempo21

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