Al tener noticia de su muerte, las más altas autoridades en la isla determinaron exhibir el cadáver de Martí. Creían que iban así a debilitar el esfuerzo revolucionario. Tan convencidos estaban los enemigos de la independencia que aquello era un golpe fatal para los insurrectos que el jefe militar, Arsenio Martínez Campos, prodigó ascensos y condecoraciones entre los que intervinieron en la acción de Dos Ríos, y el obispo de La Habana, Manuel Santander, celebró un Te Deum en acción de gracias por el acontecimiento. Desde Santiago de Cuba recibió José Ximénez de Sandoval, jefe de la tropa que dio muerte a Martí, una orden donde se lee:
Amigo Sandoval: La muerte de Martí ha de ser muy discutida. Para que no se dude de ella es indispensable la traslación aquí de su cadáver. Esto ha de ser además de gran efecto moral y ha de contribuir a la resonancia del gran servicio prestado por usted y su columna. Haga usted, pues, uso de los medios que tenga a su alcance para conservar el cadáver y conducirlo a esta plaza a la mayor brevedad posible. Atienda con preferencia a esto sobre todo lo demás. Adjunto el retrato y noticias sobre Martí para que usted adquiera el conocimiento de que el cadáver encontrado es el de él, antes de enviarlo a ésta. Repite la enhorabuena y le envía un abrazo su affmo. amigo M.
Terminado el combate, Ximénez de Sandoval se limitó a ocuparle las pertenencias de Martí, montar su cadáver como un fardo en el lomo de una mula y enterrarlo sin caja y desnudo en el cementerio de Remanganaguas, en cuyo poblado se bebieron los soldados de España el dinero que llevaba el muerto en el bolsillo.