Miércoles, 05 de Mayo de 2021 - 14:44:38
La Habana, 5 may.- Al final de la escalinata que conduce al espacioso recinto del Palacio de la Revolución, allí donde se recibe a los amigos de Cuba en visitas oficiales, se ha producido una suerte de nacimiento de los colores y de la luz: nueve piezas del artista de la plástica, Ernesto M. Rancaño (La Habana, 1968), han sido colocadas en las enormes paredes; todas, emparentadas por el tema común y sagrado para las entrañas de la Isla, que se llama José Martí.
Todo suceso tiene su historia. Este del arte dedicado por uno de nuestros mejores creadores al Apóstol, y que ahora puede ser apreciado desde el gran salón, fue pensado como exposición con motivo del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba. Pero la idea no pudo concretarse debido a las limitaciones y distanciamientos impuestos por la epidemia de la COVID-19.
Días después de celebrado el cónclave partidista, el conjunto de obras, titulado Mi casta obrador, fue llevado al Palacio de la Revolución. Y el resultado es un lugar con nuevos adornos –adornos exquisitos; porque Rancaño es el pintor de las mujeres de ojos enormes, almendrados, de rostros y cabellos tan tiernos que solo podrían ser tocados en sueños. Él es, en su universo, el cazador de los colibríes evaporados, de las naves que van suavemente a los abismos, de los reinos cálidos, las cuerdas milagrosas, las luces y las penumbras. Él domina como pocos la delicadeza que todo lo acuna.