Marlene Vázquez Pérez
11 junio 2024
Cada cubano, viva donde viva, debiera leer cada cierto tiempo “Vindicación de Cuba". Foto: Modesto Gutiérrez.
Cada cubano, viva donde viva, debiera leer cada cierto tiempo “Vindicación de Cuba”. Sería un ejercicio intelectual y espiritual muy útil, del que saldría fortalecido el sentido del patriotismo, por encima de cualquier posicionamiento político o ideológico.
Han pasado 135 años desde los días arduos en que nació ese texto medular. Su actualidad se ha mantenido intacta, no solo por la vehemencia, vigor estilístico y fuerza argumentativa del verbo martiano, sino porque las circunstancias que lo provocaron, amén de las variaciones históricas, siguen siendo casi las mismas, y si han variado, es para peor.
Con este artículo, escrito en forma de carta al director de The Evening Post, y cuyo título se debe al titular del periódico neoyorquino, que lo publicó el 25 de marzo de 1889, respondía Martí a dos artículos ofensores, publicados pocos días antes. El primero de ellos, Do we want to Cuba? (¿queremos a Cuba?), apareció en The Manufacturer, de Filadelfia, el 16 de marzo, y poco después se hizo eco del mismo el propio Evening…Ambos órganos de prensa, enemigos entre sí, pues el primero respondía al proteccionismo, y el segundo al librecambismo, estaban perfectamente de acuerdo en un punto: la inferioridad absoluta de los cubanos, lo cual hacía que Cuba fuera “desdeñada” por los norteamericanos, pues en su opinión sería perjudicial para la nación norteña anexarse una posesión valiosa económicamente, pero que pondría en riesgo la “pureza” de sangre de sus habitantes.
Entre otros elementos denigrantes, ambos rotativos coincidían en tildar a los nacidos en la isla como cobardes, perezosos, afeminados, faltos de conciencia cívica, charlatanes, incapaces, inútiles, que no se habían independizado de España porque no podían gobernarse por sí mismos y no tenían valor para vencer en combate al ejército colonial. Llegaban al extremo de calificar nuestras tentativas armadas como revueltas que no rebasaban “la dignidad de una farsa.”