por Alfredo Prieto
febrero 12, 2022 en Cuba
Dicen que pidió ser enterrada con una foto de Martí en la que este había escrito al dorso la siguiente dedicatoria: “Para Paulina, mi madre negra”.
Busto de Paulina Hernández en Tampa - Foto: Visit Tampa Bay
Durante el siglo XIX, el exilio cubano no estuvo al margen de determinaciones socioclasistas. La investigación histórica ha sugerido un patrón de asentamiento geográfico en función de las características de ese exilio. Un pequeño grupo de independentistas, pudiente y con suficientes riquezas acumuladas, se estableció en Europa. Un segundo, compuesto por hombres de negocio y de clase media, escogió a Estados Unidos como lugar de establecimiento, en especial ciudades como Nueva York, Boston y Filadelfia. Un tercero, bastante más numeroso y compuesto por trabajadores, se asentó en el sur de Estados Unidos, sobre todo en Key West y, un poco más tarde, en Tampa.
1886 marca un año de muchas maneras importante para el tercero de esos grupos. La abolición de la esclavitud, obligó a miles de esclavos en la Isla a incorporarse a una fuerza laboral prácticamente de golpe y porrazo. Algunos permanecieron en sus antiguas plantaciones y experimentaron pocos cambios en sus rutinas diarias; otros optaron por emigrar a pueblos y cuidades con la esperanza de mejorar su nivel de vida.
Como resultado de sus políticas de blanqueamiento, entre 1882 y 1894 el gobierno español continuó reclutando a peninsulares para establecerse en “la siempre fiel”. Los historiadores documentan hasta 250.000 españoles llegados a la Isla en ese lapso debido a la política de facilitarles la movilidad pagándoles el pasaje. Como resultado, apenas dos años después de abolida la esclavitud, hacia 1888, entre la afluencia de antiguos esclavos al mercado laboral, la llegada de inmigrantes españoles, y los cubanos blancos sin trabajo, en la Colonia el desempleo había alcanzado proporciones épicas, el obturador perfecto para la salida al exterior de una variopinta masa de personas.