Por: Wolfgang R. Vicent Vielma
Jueves, 06/05/2021 09:31 AM
Hijo: Espantado de todo, me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón.
¡Lleguen al tuyo!
Con estas hermosas líneas, José Martí da inicio a los quince poemas que conforman Ismaelillo. Fue en aquella Caracas, que Martí llegó a amar tanto donde el poeta escribió en 1881 esta obra que es referente de los inicios de la poesía modernista en Latinoamérica y El Caribe. En el poema introductorio se pone de manifiesto el amor del padre al hijo ausente, son versos que transitan desde el valle y los montes caraqueños, que remontarán el plácido oleaje del mar y que llegarían a las soleadas playas de La Habana, lugar donde José Francisco, el hijo, Ismaelillo se encontraba junto a su madre Carmen Zayas Bazán, la esposa de José Martí.
Para introducirnos en esta obra poética, recurrimos al libro de la investigadora del Centro de Estudios Martianos de Cuba, Lourdes Ocampo Andina quien nos ofrece en su obra "Versos: José Martí" (2013: 9 - 10) la siguiente apreciación sobre este poemario de Martí:
"Es Ismaelillo un libro escrito desde un presente concreto, en la década de 1880, para un receptor futuro: de una generación precedente a otra posterior. No es solo la expresión de la ternura paternal, sino que en él bulle una impaciente sed por instaurar una nueva estética y, por supuesto, una ética que fundamenta la bondad de la conducta humana; porque en Martí la obra poética ha de cumplir dos objetivos autónomos, pero concomitantes: el fin estético que le es propio y, además, el fin ético, por el cual la creación literaria se convierte en instrumento poderoso de redención social."
"La nostalgia por su hijo, al tomar cuerpo en la poesía, accede a un nivel ético que la depura de las trivialidades cotidianas, y la introduce dentro de los intereses humanos esenciales. El hijo del sujeto lírico es el destinatario explícito e implícito; pero a la vez este hijo es un ideal ético, un símbolo de las futuras generaciones, de mejoramiento humano y de vida futura."