martes, 20 de mayo de 2008

MARTI Y EL MONSTRUO.

Por Julio M. Shiling

Tan antiguo como la historia es el concepto de “monstruo”. Esta palabra derivado del latín (monstrum) ha operado como compendio dentro de la mitología, leyendas, ciencia ficción y más comúnmente, como expresión figurativa literaria y oral. Artífices, adeptos, amigos y apologistas del comunismo cubano han expendido un monumental esfuerzo, con el mencionado concepto. Construyendo su mitología revolucionaria, la dictadura cubana no perdió tiempo en enlistar una sumisa intelectualidad para ayudar, a no sólo construir el “hombre nuevo”, sino también de-construir la verdad. La metodología, esta vez, sería la descontextualización.

El haber residido en la casa al lado de la que habitaba Mariano Martí en México, sirvió para que Manuel Antonio Mercado y de la Paz conociera al Apóstol de Cuba. El eximio mexicano llegó a ser Oficial Mayor de la Secretaria de Gobierno del Estado (Michoacán), Diputado al Congreso, Subsecretario de Gobernación, Vicepresidente de la Academia Mexicana de Jurisprudencia, Secretario del Colegio Nacional de Abogados y Secretario del Gobierno del Distrito Federal. Para José Martí fue un entrañable amigo. Duda no me cabe, que por el recíproco efecto que Mercado le tenía al Maestro, y en honor a la verdad, con su propia licencia para ejercer la ley, demandaría al régimen castrocomunista (si en Cuba hubiera un Estado de Derecho), en nombre de Martí, por difamación y desvirtuación de carácter.

Presentaría como evidencia una exposición muy allegado a él: una carta que el insigne cubano le escribió, un día antes de su traslado a la Vida Eterna y consagrar en Dos Ríos, ese espacio de tierra para siempre (Carta a Manuel A. Mercado, Campamento de Dos Ríos, Mayo 18, 1895). Con la oración, “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas…”, han intentados los castristas y sus simpatizantes, de elevarla a connotación internacional, ofreciéndole amplias riendas para que circule el mundo, desacompañada de un serio análisis y por supuesto, con una coreografiada interpretación. Mucho hubieran dado por poder anexarle un acompañamiento musical, como gozan ciertas estrofas de los Versos Sencillos, insertada a la canción la “Guantanamera”. Sin embargo, como todo lo que sostiene, moral e intelectualmente al régimen sanguinario en Cuba, carece de sustancia, y no resistiría el escrutinio objetivo.

Los papagayos y propagandistas del castrocomunismo han pretendido reducir el testamento político de Martí a esa oración específica y la citada carta a Mercado, en general. En el intento de alistar al Maestro en las filas del fundamentalismo antinorteamericano, genérico factor inherente en todo movimiento totalitario (comunista, fascista, nazista o islamista radical), acto de sublime imbecilidad han cometido. Usando el hacha más que el pincel, extirparon unas palabras selectas y la descontextualizaron del pensamiento e ideario martiano íntegro. Cabalmente, lo han contradicho y tergiversado.

Martí le cuenta (en la carta) a su amigo mexicano de su entrevista en la manigua con Eugenio Bryson, corresponsal de un diario norteamericano. Este (Bryson) le relata al Apóstol lo conocido por muchos. La metrópoli española, frustrada y amargada por su incapacidad de dominar el movimiento independista cubano, prefería lidiar en la derrota con una potencia extranjera, que un victorioso ejército mambí. La crónica verbal de Bryson exponía su conversación con Arsenio Martínez Campos, arquitecto del Pacto de Zanjón y gobernador español en Cuba, y la articulación del mismo sobre la preferencia española de “entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos”. Nuevamente, eso era conclusión sospechada y nada nuevo. La reseña adicional del corresponsal norteamericano, sobre la corriente anexionista y el pulso antiindependentista del momento, no aportó tampoco ninguna revelación novedosa. Sin embargo, esta carta inconclusa ha sido el banderín predilecto y angular del despotismo cubano, para timarnos de que el autor intelectual de la independencia de Cuba, podría también ser el progenitor transcendental de la barbarie revolucionaria, en marcha desde 1959, y su odioso fastidio con el vecino al norte.

La coincidencia de la fecha de la carta (el día antes de fallecer en combate Martí), indudablemente, le ha prestado un servicio a las pretensiones del régimen. Pero sólo la desfachatez o la ignorancia pueden servir de excusa, para el que engulle la postulación castrista. El sacar esencialmente de su completitud contextual, posturas tan claras como abisal, solamente se atreve un sistema que cuenta con el absoluto control del poder y una intelectualidad borrega y cómplice. La objeción de los cubanos (y algunos españoles también) de permanecer una colonia de la corona española, se personificada en tres corrientes: el autonomismo, anexionismo (a EE. UU.), e independentismo. Para el Maestro, independentista par excellance, ningún camino que no fuera el de la absoluta emancipación de la tierra de sus padres, era factible. Cuba para los cubanos (y todo el que la amara), no aislada ni exportadora de ideologías “extranjerizas”, sino partícipe de una comunidad de naciones libres, era la colocación de, no sólo Martí, sino de la gama de próceres, antes y después, que anhelaron la independencia de Cuba. Rechazo a inclinaciones anexionistas, constituía una base firme, en el planteamiento independentista. Fuera quien fuera la nación deseosa de apoderarse de Cuba. Pero eso sí, sin rencor o cólera hacia nadie. Si no hubo malquerencia o bilis, hacia los españoles, en el corazón del Apóstol, sería incompatible que del pecho de Martí brotara, hacia la democracia practicante más antigua del mundo (y no es Grecia), sentimientos paralelos a los que los propiciadores de luchas de clases han divulgado.

Cuba, desde su descubrimiento por una potencia europea, ha sido codiciada por diferentes poderes. Los EE. UU. no han sido la excepción. Tampoco ha sido una postura, dentro del entorno político norteamericano, monolítica. Si bien presidentes como Jefferson y Polk, expresaron interés en adquirir la isla caribeña, hubo otros, Lincoln y Teodoro Roosevelt (para citar dos), que no compartían esa inclinación. Adicionalmente, existe en los EE. UU., una activa práctica del concepto de “separación de poderes”. De manera que un mecanismo, centralizado, arbitrario y absoluta, para llevar acabo dicha transacción no existía. Parte del problema con la premisa castrocomunista es la óptica que el prisma totalitario ofrece. La facilidad de ejecutar decisiones unilaterales, sin lícito procedimiento ni prejuicios democráticos, es ejercicio cotidiano en dictaduras totalitarias. El mundo libre nunca ha operado así.

La historia está colmada de ejemplos de regímenes, buenos y malos, que explican su expansión territorial a través del tiempo, tanto con legítimo, como con absurdo, razonamiento. Sin relativizar el asunto, el hecho es que cada caso obliga un considerable y balanceado análisis, previo a la emisión de juicio. Con respecto a los EE. UU., los enemigos modernos de la democracia, que ven en la libertad un impedimento, han concretado todo lo alcanzable por, demagógicamente, falsear la historia ocurrida, y presentar otra distorsionada.

La Doctrina del Destino Manifiesto, la argumentación teórica de extender la nación norteamericana del Atlántico al Pacífico, no fue un planteamiento ideológico doctrinal y menos con pretensiones “científica”. Era un precepto. Se considera que el concepto surgió de un sermón verbal de John Cotton, un ministro puritano, en 1630. No fue hasta 1845 que un columnista llamado John O’Sullivan retomó el tema. Cierto es que en los 1890’s, entre sectores de políticos y la intelectualidad estadounidense, cobró nueva vida. Pero una distinción urge que se haga diferenciando dicha postura no-escrita de expansión y el “norteamericanismo” como fenómeno socio-político excepcional.

El hecho de que los EE. UU. la fundaron individuos que vinieron buscando la libertad religiosa y fomentaron los documentos políticos más audaces, con respecto a la protección de libertades civiles y limitaciones al poderío estatal (First Virginia Charter de 1606, Fundamental Orders of Connecticut de 1639, First Continental Congress: Declaration of Colonial Rights de 1774, Virginia Declaration of Rights de 1776), sin duda contribuyó a la percepción de muchos de sus ciudadanos (y otros no-ciudadanos), que la mencionada nación, ex colonia inglesa, tenía un importante sitio dentro de una esquema Providencial. Al menos nunca antes había existido un experimento político, donde tanto se enfatizó la libertad como derecho natural y la búsqueda convencional para su preservación. Las complejidades de una sociedad plural como la norteamericana, forjada de amalgamas de culturas, idiosincrasias, pero suficientemente fuerte para no sólo no perder su identidad, sino extender la civilidad de su cultura socio-política a todos sus residentes (naturales o recién llegados) y a la vez establecer la potencia económica más rica del planeta, no escapó la admiración de Martí. Este fenómeno era relevante aún en la época del Maestro.

Para Martí, la libertad era una consagración. Sería inconsecuente que el insigne cubano desplegara animosidad hacia la esquema política cuya primacía era la libertad de cada individuo. Gran contraste a la bárbara experimentación que se cometía al otro lado del Atlántico, donde la guillotina resultó ser el bisturí de los ingenieros sociales franceses. Martí gozaba del mágico don del poderío de palabras. Pero su poética alma, exponiendo siempre con galán y exquisito vocablo, jamás se desprendió de la consistencia. Por eso muy temprano en su vida expresó su admiración por el excepcionalismo norteamericano. De particular elogio fueron su dinamismo, pluralismo y, valga la redundancia, el cultivo a la libertad que encontró en el país donde más tiempo, terrenalmente, habitó. La estimación del Apóstol por la tierra de Washington, y su amor por Abraham Lincoln, Ralph Waldo Emerson y Wendell Phillips (cuya fotografía colgaba en la oficina de Martí: ver Carta a Gonzalo de Quesada, Abril 1, 1895. Nota: no había retrato de Marx), no le impedía, simultáneamente, criticar y objetar ciertos procedimientos, corrientes políticas y costumbres culturales de la misma.

El absolutismo socialista en Cuba ofende la inteligencia humana, al pretender encasquillar al Maestro en un simplismo inaplicable. Martí era lo suficientemente sofisticado para segregar lo deseado de lo indeseado, sin destruir el panorama generalizado. El exilio extendido del Apóstol en los EE. UU. y partes de América, le ofreció una apreciación sociológica, donde veía ciertas aventajas en la aplicación de modelos culturales que tomaran más en cuenta factores idiosincrásicos. El paradigma anglo sajón protestante (EE. UU.) o el europeo, estrictamente aplicado en América Latina, Martí consideraba que se encontraría con problemas de inadaptabilidad, sin añadiduras autóctonas. Su análisis partía de consideraciones sociológicas y antropológicas, no ideológicas. El palpar inclinaciones eurocéntricas en los EE. UU., fue otra observación del Apóstol, no distante de la realidad. Dicha inclinación, reflejaba una muestra de la bajeza humana, relevante a toda la humanidad y anotada por Martí, ciertamente, de lo que consideró latente en los EE. UU. Pero no es menos cierto, que plasmó en sus escritos también la movilidad con que la sociedad norteamericana navegaba. Fenómeno hecho posible sólo en un lugar de oportunidades. Esa otra parte contenía los elementos admirables hacia el país norteño. La búsqueda en exceso de riqueza material fue otra detracción.

La crítica del Maestro hacia el consumismo y el ritmo de vida en los EE. UU. reflejaba una legítima inquietud compartida, incluso, por numerosos norteamericanos también. Sin duda, la época que le tocó Martí vivir fue una de gran expansión económica, invenciones, innovaciones y el uso de la tecnología como nunca antes (para esa época). El desplazo poblacional hacia la urbanización, el influjo de masas de nuevos residentes provenientes de países diferentes, vislumbraba la llegada de la modernidad y todos sus costos de adaptabilidad. El planteamiento del Maestro preserva su relevancia aún hoy y es una cuestión que toda sociedad que descubre el progreso económico y tecnológico, tiene que enfrentar: mantener un equilibrio entre lo material y espiritual. Pero en ningún momento, abogó Martí por una intervención convencional coercitiva. Mucho menos prescribió un plan de “acción revolucionaria” para implantar la utopía. La reverencia martiana por la libertad se lo impedía. Su crítica era una apelación a un más enaltecido modo de vivir, pero uno sin sacrificar el libre espacio de los ciudadanos.

Nociones como la desigualdad, fueron atendidas por el Apóstol desde el prisma del liberalismo. Nunca comulgó con las recetas radicales del socialismo para lidiar con ese problema. De manera que sus anotaciones de como se desenvolvía el nuevo orden económico en su día y los ajustes al capitalismo, la tecnología que trajo y el peaje del reajuste social, fueron siempre uno de trabajar para su mejoría, dentro del sistema social existente. Nunca reemplazándole. Menos violentamente y sostenido por coerción.

Los EE. UU., ya para la época del Maestro, encabezaba el mundo en capacidad productiva. Había, incluso, sobrepasado los países europeos. Su deseo de extender su influencia en el continente donde es encuentra, era de esperar. Eso ha sido el caso, con toda potencia, a través del tiempo. En eso, tampoco, los norteamericanos han sido exclusivos. Aquí no se está emitiendo un juicio de si es una conducta benigna, o no, la temática de hegemonías. Pero si se fuera intentar, abría una largísimo lista de naciones e imperios sobre el cual habría que emitir un veredicto. Se puede comprender, también, que en un mundo globalizado, hoy, la mayoría lo ve con menos sospecha. Martí, político capacitado, actuó correctamente alertando, desde la óptica de su tiempo y lugar, sobre la potencialidad del vecino norteño. Como patriota y toda una vida ungida por la independencia de su patria, era natural que combatiera cualquier pisco anexionista. Su cautela, en nada lo convierte en un antinorteamericano. La inquietud del Maestro con los EE. UU., legitima en ese momento, jamás en la práctica alcanzó la proporción de injerencia que los comunistas cubanos, nos han querido convencer.

Para el analista objetivo, en el precastrocomunismo las relaciones entre Cuba y EE. UU., nunca alcanzaron dimensiones categóricas, de un imperio y su súbdito. Pese a situaciones específicas e inoportunas y “enmiendas” que todos lamentamos (y luego fue derogada), el entrometimiento de los EE. UU., en los asuntos de la República de Cuba, conocía límites que quedaba demostrado, cada vez que el estado republicano cubano así lo decidía (presidencia de Alfredo Zayas, para nombrar sólo un instante). Un análisis de las relaciones cubanas-norteamericanas, previas a la dictadura castrista, compelería una ardua visitación histórica, donde protagonistas criollos tendrían que asumir su responsabilidad por las intromisiones, concretadas o tentativas, ya que muchas veces obedecían mezquino intereses partidistas o sectarios domésticos. Si se fuera a categorizar, el vínculo cubano-norteamericano como uno de imperialista-súbdito, habría que redefinir la terminología de palabras y conceptos. Nuevamente, la patraña castrocomunista, no resistiría un mínimo escrutinio, superada ya de su fatigada descarga, emocional pero vacía.

Curiosamente, Cuba sí llegó alcanzar niveles descriptivamente paralelos o en aproximación, a lo que preocupaba a Martí. Pero no fue la nación de Lincoln la que propició el alcance imperial. Sino sucedió con el régimen que instauró Lenin, el mismo “revolucionario” que enmendó el marxismo, con nada menos, que su tesis sobre el imperialismo (un experto en la materia de violar la soberanía de otros). Pronto y fácil, el que se documenta descubre, que la palabra “imperialismo” ha sido una más en el grande vagón de términos y expresiones, mancillados y deformados. Martí equiparaba el imperialismo con el ejercicio autocrático del poder político por una fuerza foránea. Punto. La misma carta a Mercado demuestra al Maestro usando la palabra, en su referencia a los EE. UU., estrictamente bajo condiciones de una acción anexionista. La otra referencia es con la metrópoli española, y la obvia monarquía absolutista. La tediosa extensión que Lenin (particularmente), Rosa Luxumberg y otros marxistas le dieron al concepto original de “imperialismo”, desembocó en su desnaturalización total. Hoy pudiera querer decir todo lo que un comunista quiere que sea. Siempre y cuando, por supuesto, esté denigrando o insultando. Cuando se lee a marxistas, uno se lleva la impresión de que escriban para que nadie los lea, pero que todos los sigan. Martí, sin embargo, sí leyó a Marx y los socialistas que lo precedieron. Ninguno lo convenció. Desde 1959, el despotismo cubano y sus cacatúas, quieren convencernos a todos del sentir de animosidad del Apóstol, hacía los EE. UU., su sistema (económico y político) y un percibido imperialismo que, naturalmente, ellos mismos, con exclusivismo, insisten en definir.

Martí era, enfáticamente, antiimperialista. La voluntaria renuncia a la soberanía cubana que la dictadura castrista ejerció con la Unión Soviética, jamás el Maestro hubiera aplaudido. Más aún, su desprecio por toda esquema convencional que privara al hombre del necesario variable para, con decoro vivir la vida: la libertad; encontraría en Martí un acérrimo e intransigente enemigo de dicho sistema. El problema del castrocomunismo en particular y el socialismo en general, con los EE. UU., no es su pesada diatriba de huecas acusaciones de “imperialismo”, que ni ellos exactamente pueden precisar. El léxico propagandista es pura letanía ideológica. La lucha por influenciar el rumbo del mundo está siempre latente. Y ellos no son meros espectadores. Luchan por monopolizar el reguero de la hegemonía. Pero claro la marxista-leninista. El verdadero problema que tienen con la nación norteamericana es la preponderancia que esta le concede a la libertad en todas sus facetas y el impedimento que esto les resulta a sus objetivos subversivos.

El fidedigno testamento político del Maestro, para el que lo quiera buscar, lo escribió en un pedazo de Cuba en Quisqueya, llamado Montecristi. Ahí con Máximo Gómez en la proximidad, redactó un Manifiesto para la eternidad. La ausencia en la misma del concepto del odio, ha privado a los comunistas de esa inherente (y necesaria) arma en el arsenal ideológico de la lucha de clases: el odio, como bien lo narró el buen marxista-leninista Ernesto (Che) Guevara. El verdadero “monstruo” está aún en el poder en Cuba. La verdadera monstruosidad es la barbarie cometida por un movimiento político psicópata y su engendrado sistema, que ha afligido la patria de Martí. Pero todo llega. El Maestro espera concluir su obra.

Julio M. Shiling
Director
Patria de Martí
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sábado, 17 de mayo de 2008

Martí, el maestro.

Mercedes Santos Moray
Servicio Especial de la AIN

Aunque numerosas fueron las profesiones que, a lo largo de sus 42 años de vida, asumió José Martí, sobresale su trayectoria como maestro, es decir, docente, ya que en verdad su magisterio trasciende el aula, y deviene enseñanza viva.

Una de las vías de su formación -no solo desde el intelecto, sino como ser humano- llegó al niño primero y luego al adolescente, gracias al magisterio cubano, a esos criollos que desde la educación iban formando a los patriotas, frente a la obsoleta educación de corte neofeudal que cultivaba la metrópoli en la Isla.

No olvidemos la obra de Félix Varela en el Seminario San Carlos, su labor en la batalla de ideas frente a la escolástica y luego la presencia fundacional de José de la Luz y Caballero, quien fue, además, mentor de juventudes, y de alumnos tan destacados como el poeta Rafael María de Mendive.

Por eso, Martí continuará esa vocación tan hermosa, y se afirma incluso que la ejerció durante su primer destierro, en Madrid, aunque no se han encontrado pruebas suficientes para sostener tal afirmación.

Lo que sí es cierto es su presencia en Guatemala como maestro, desde 1877, cuando impartió clases en la Escuela Normal, al ser invitado por su coterráneo José María Izaguirre, quien dirigía la institución académica, en aquellos tiempos del liberalismo centroamericano.

También sería docente en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Central, y ejerció en la Academia de Niñas de Centro América, entonces bajo la dirección de doña Margarita Izaguirre, en cuyo alumnado estaba María García Granados, la que todos conocemos por el romance de "La niña de Guatemala", que integró los Versos Sencillos.

Tras el Pacto del Zanjón, y al producirse su regreso a Cuba, también fue maestro en el colegio habanero de la Casa de Educación, mientras ejercía como pasante, desde su condición de abogado, en algunos bufetes.

Luego de un breve período en la península y en los Estados Unidos, volvería Martí a ser maestro, en Caracas, la capital de Venezuela, donde reside en 1881 y ejerce en el colegio Santa María y en el Villegas.

Obligado a enrumbar hacia Norteamérica, por su enfrentamiento al gobierno de Guzmán Blanco, comenzará a vivir la historia de los tres lustros de su madurez como persona e intelectual en EE.UU.

Y durante esos casi 15 años, fue asimismo maestro de adolescentes, jóvenes y adultos, al enseñar en la Escuela Central Superior de la ciudad de Nueva York, con un alumnado de fuerte presencia migratoria.

Asumida la labor pedagógica con verdadera pasión, en 1890 se sumó desde el magisterio a la Sociedad Protectora de la Instrucción, fundada por trabajadores cubanos y puertorriqueños, en su mayoría de raza negra, a quienes trasmitió no solo conocimientos académicos, sino el sentido de la eticidad mientras sembraba en todos también el amor a la Patria.

Esas jornadas del docente José Julián Martí y Pérez, realizadas sin recibir pago por las clases que impartía, fueron quizás las más suyas, las que le permitieron darse con mayor libertad a sus discípulos, en los cuales sembró amor y fe, ideales de libertad y de igualdad racial.

Serían esos trabajadores humildísimos quienes comenzarían a llamarlo "Maestro", desde el sentido apostólico del concepto, obra de educación y guía, de fundación misionera, muchos de los cuales se sumarían también al ideario de la independencia, que ya desde la creación del Partido Revolucionario Cubano y del periódico Patria, esparcía Martí sabedor del valor moral de la enseñanza.

Los fantasmas que atormentaban a José Martí.

El Nuevo Herald
ARIEL HIDALGO

Las celebraciones cubanas del 20 de mayo opacan una conmemoración que no debía pasarse por alto: la caída en combate del mentor del alma nacional cubana. La república nacida en 1902, al día siguiente de cumplirse siete años de su partida, no era en verdad la que él soñó, sino la que previó con aprehensión en carta memorable horas antes de desaparecer: la república formal sometida al vecino poderoso con la complicidad de una ''especie curial'', ``prohombres desdeñosos de la masa pujante''.

Pero si bien nunca hubiera consentido con una independencia mediatizada por aquella enmienda impuesta por bayonetas de tropas de ocupación, tampoco habría aceptado poderes absolutos unipersonales con una política violatoria de los derechos fundamentales de los cubanos, algo que también presintió en 1884 en la carta de ruptura con el general Máximo Gómez al expresar su temor a contribuir ''a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto'' que el despotismo colonial de España, ''más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimada por el triunfo''. Si bien no fue consecuencia directa de la colonia, aquel régimen llegó más de medio siglo después, ''legitimado'' por su triunfo sobre otra dictadura que arrastraba con muchos de los nefastos rezagos de aquella república.

Un pequeño volumen publicado recientemente en Nueva York por Carlos Ripoll, el más importante estudioso actual de la vida y obra de Martí, confirma lo que ya muchos intuíamos: que el pensamiento de los derechos humanos en Cuba tiene en José Martí al más importante de sus precursores. Una página completa de este periódico aún sería insuficiente para un recuento de todo lo que Ripoll ha hecho para difundir el pensamiento del maestro, entre otras cosas, innumerables folletos sobre diversas aristas de su pensamiento, muchos de ellos financiados con su propio bolsillo.

En esta selección de pensamientos, Derechos humanos, encontramos que Martí destacó ''la importancia de abrir la república a todas las ideas'' y se opuso a ''la república que al desconocer un partido cualquiera'', reprimiría ''una expresión de la naturaleza humana''. Fue, en suma, un defensor de los derechos políticos: ''Ni rey sobre el derecho político, ni rey sobre la conciencia. Por encima del hombre, sólo el cielo''. Y advertiría en lo que parece una profecía: ``¿Haremos los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho total y negaremos, al día siguiente del triunfo, los derechos por que hemos batallado''?

La defensa del ''respeto a la libertad y al pensamiento ajenos'' constituía una parte tan fundamental de su ideario político que llegaba a llamarle, en la cita con la que Ripoll abre esta selección, ''mi fanatismo''. Y agregaba: ''si muero o me matan, será por eso''. La defensa de este derecho es muy reiterativo en su obra. En los años 80 del pasado siglo un joven cubano, Francisco Benítez Ferrer, fue apaleado y encarcelado por escribir en un muro este otro pensamiento que ahora Ripoll también recoge: ``Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar''.

Pero hoy en Cuba, no sólo cientos de personas guardan prisión por expresar opiniones diferentes a la línea oficial, sino que también se desconoce el derecho a crear asociaciones independientes, ni qué decir que mucho menos se permitirían legalmente las asociaciones políticas.

La certeza sobre este apostolado antecesor de los derechos fundamentales de la persona humana se nos reafirma aún más por la fuerte influencia de los trascendentalistas norteamericanos del siglo XIX, como Emerson y Thoreau, con su prédica de la preponderancia del espíritu por sobre todos los poderes terrenales, la misma línea genealógica espiritual que luego iría a desembocar en Mahatma Gandhi y Martin Luther King, este último el más grande paladín de los derechos civiles en los Estados Unidos. Encontramos la huella de este influjo en incontables frases hoy memorables: ''Una idea justa, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército''. Con esta convicción comienza su memorable ensayo Nuestra América, que resume en este pensamiento: ``Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados''.

Ysin embargo, este hombre, aún joven --contaba sólo 42 años en su lance final-- desató la guerra que desembocó en el cierre definitivo de la historia colonial de España en América, la guerra que completó, con una última estrofa, el gran poema americano de Bolívar, Hidalgo y San Martín, pero interrumpiendo, lamentablemente, el desarrollo de un pensamiento que habría sido faro de libertad en el mundo moderno, tragedia que hizo brotar este lamento de su amigo Rubén Darío al conocer la noticia: ``¡Qué has hecho, maestro!''

Pero ahora, 113 años después, nosotros debemos proseguir esa lucha sin odios donde él la dejó en Dos Ríos, para hacer desvanecer, de una vez y para siempre, los fantasmas que ya desde entonces atormentaban su mente, pero por caminos que las circunstancias no le permitieron transitar: los de la paz.

infoburo@aol.com

Intensa jornada cultural en memoria de Martí.

La Jornada
De la Redacción

Con motivo del 113 aniversario luctuoso del prócer cubano José Martí, quien el 19 de mayo de 1895 murió en combate luchando por los ideales de la revolución, recibirá un homenaje en esta capital.

Por ser uno de los más grandes pensadores latinoamericanos, la embajada de Cuba en México, el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba y la asociación José Martí de Cubanos Residentes en la Ciudad de México organizan diversas actividades para honrar la memoria del libertador de la isla.

El embajador Manuel Francisco Aguilera de la Paz ofrecerá mañana domingo un discurso en alusión a Martí, en el parque María Teresa ubicado en la delegación Gustavo A Madero, donde se encuentra un busto que fue develado con motivo del 110 aniversario de la muerte del pensador, poeta, escritor, diplomático y político cubano.

La trova, símbolo de Cuba para el mundo, engalanará el homenaje luctuoso, además de la presentación de un espectáculo de danza folclórica mexicana, en una hermandad cultural de ambos países, que en su construcción histórica han sido fuertemente influenciados por el ideario emancipador de Martí.

Reconocido principalmente por su actuación en el movimiento de independencia cubana, su pensamiento ha trascendido fronteras espaciales y temporales.

México, país significativo en la vida del revolucionario, pues aquí residió entre 1875 y 1877 –además de encontrar el amor, pues fue aquí donde conoció a su esposa, originaria también de la isla caribeña, Carmen Zayas Bazán–, ahora brinda reconocimiento a ese icono latinoamericano con de una ofrenda floral en la estatua del héroe nacional cubano en el Centro Cultural Martí, acto que también encabezará Aguilera de la Paz.

Para concluir la jornada conmemorativa, se inaugurará la muestra Martí en la plástica, integrada por impresiones de obras de artistas cubanos, como Roberto Fabelo y Flora Fong, y mexicanos, entre ellos Diego Rivera y Mario Gallardo, además de autorretratos de Martí.

La exposición concluirá el 28 de mayo, en la estación Auditorio Nacional del Metro.

(Con información de Alondra Flores)

martes, 6 de mayo de 2008

Importantes donaciones para el Museo Casa Natal de José Martí.

Cubarte
Por: Miralys Sánchez Pupo

(Cubarte).- Las huellas de la vida de José Martíaún permanecen por muchos lugares donde pasó. Muchas de ellas han sido atesoradas por instituciones o personas que lo han amado y desearon preservarlas para el futuro. Esa es una de las claves presente en la actual Edición Crítica asumida por un equipo de investigadores del Centro de Estudios Martianos para mostrar a través de la documentación rescatada las disímiles facetas de la vida y la obra universal dejada por el Maestro para el futuro. Por esa condición todas las búsquedas en ese sentido constituyen importantes donaciones como las recientemente recibidas por el Museo Casa Natal de José Martí en La Habana Vieja.

El más alto pensamiento político del siglo XIX nació en una humilde casa ubicada en la calle Paula número 102, en las actuales proximidades de la Terminal de Trenes, muy cerca del mayor segmento que se conserva en la calle Egido de las antiguas murallas que rodearon a la capital para protegerla de ataques de ladrones del mar, ella es un bastión de aquel segmento de la historia. Pero más rutilante aún son todos los documentos y constancias que permanecen alrededor de la vida del pequeño que nació en éste punto el 28 de enero de 1853 y forman parte del arsenal martiano del museo que lo tiene de centro de sus fondos...

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