Rosa María García Vargas
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No es extraño que siempre que se hable de José Martí se evoque la figura del Héroe Nacional de Cuba, del revolucionario intachable, organizador de la guerra que él mismo consideró necesaria a pesar de su vocación de paz y de sus manifiestas intenciones de desarrollar en Cuba una sociedad justa, donde la educación y la cultura fueran componentes básicos en la formación de los hombres de bien, capaces de gobernar su pequeña isla y construir sus propias instituciones y un futuro luminoso, libres del yugo español.
Los estudiosos de la vida y obra de nuestro Héroe Nacional han dedicado volúmenes enteros a desmenuzar su legado literario, sus discursos y el papel que desempeñó en la organización de la Guerra del 95, su labor de unificación de los cubanos emigrados y los que conspiraban dentro de la isla, sus gestiones para conseguir el apoyo de los jefes de la contienda anterior y un sinnúmero de actividades dedicadas a un solo fin: reiniciar la guerra que traería como resultado la independencia de Cuba de la metrópoli española.