Estudios revelan que Carmencita Dauset Moreno fue la verdadera bailarina española de José Martí. Collage: Ana Maidé Hernández
Hace poco, en el programa de TV, Escriba y lea, escuchamos que la bailarina española que inspiró uno de los Versos Sencillos a José Martí fue Carolina Otero, lo que quizás durante un siglo hemos venido repitiendo y reproduciendo. Pero, investigaciones recientes evidencian que fue Carmencita Dauset Moreno.
Para aferrarnos a la Otero partíamos de lo que dejó dicho Blanche Zacharie de Baralt, en El Martí que yo conocí.
Trabajaba a la sazón (1890) en Nueva York, la Bella Otero, artista notable por su donaire y escultural belleza. Aunque nada despreciable, su arte era inferior en técnica y en gracia a la célebre bailarina andaluza Carmencita, que había arrebatado al público en general y a Martí, en particular, un tiempo antes.
Muy apreciador del arte y la hermosura, tenía él vivo deseo de ver bailar a la Otero; pero, por desgracia, en el teatro donde actuaba, el Eden Museo, en la calle 23 habían puesto sobre la puerta una gran bandera roja y gualda, y Martí no podía entrar en un edificio cobijado por el estandarte de España. Un día, no se sabe por qué motivo, los empresarios arriaron la bandera. El camino, estaba, pues, libre, y fuimos Martí, mi marido, mi cuñada Adelaida Baralt y yo a verla bailar.
El hecho de que la fueran a ver no es de dudar, pues el propio José Martí, en la Carta que le hace al Director del periódico La Nación, el 13 de noviembre de 1890, le dice:
Está Nueva York en el verano indio, y aún verdea el arbolado, en pleno noviembre; el Parque, por la entrada de la Quinta Avenida, es a media tarde, como una fantasmagoría: desde los bancos del paseo de a pie ven los irlandeses retirados, los patriarcas hebreos, los tenedores de libros en asueto forzoso, los mocetones alemanes que están de paso para la tierra nueva del Noroeste, aquel brillante y revuelto séquito de los carruajes, la dama de pelliza blanca, que guía cuatro ponies, el secretario ruso, que luce la troika, el landó de blandos muelles, donde triunfa la Otero, la española de cara de virgen, la que cuentan que vivió en amores con el rey Alfonso, la que seduce con el poder de los ojos más que por el de su canto, y baile, al público enamorado del museo del Eden.
Estas son las únicas líneas que le dedica Martí a la Otero; sin embargo de Carmencita, nos deja un fragmento y una crónica; en el primero dice:
…Pero ninguno de ellos marcará de un modo más patente el cambio de gusto que ese palacio de diversiones, coronado de torrecillas, que ya por el mundo entero es conocido con su nombre viejo de ‘Madison Square Garden’.- Ni el lugar ha cambiado, ni sus empleados:...o toca la orquesta de Seidl la música de Wagner; o guía Strauss, valseando él mismo, sus valses famosos; o se juntan alrededor de la champaña la grandeza y el señorío, a ver bailar en el tablado vestido de banderones, a la sinuosa Carmencita, o...
En la crónica, escrita en Nueva York, y publicada en el periódico El Partido Liberal, de México, el 16 de julio de 1890 la describe cómo la ve, dice donde actuaba y refiere su amistad con ella:
...Se vio en días pasados a un ramillete de vassareñas con casaquilla y cuello de hombre, ojeando de detrás de las cortinillas verdes, en un palco culpable de Koster-and-Bial, los fandangos y cachuchas con que alborota a New York la sevillana Carmencita. Los franceses aplauden, y sus españoles, y los alemanes, y los yankees frenéticos. Va para un año de este entusiasmo, y no hay manera de dejar de hablar de él, porque hoy es Sarony que la pinta, con su saya amarilla y su chaqueta roja; o es la aristocracia de Tuxedo quien se la lleva a bailar, allá al club de su coto, y le llena el tablado de flores y sombreros; o son trenes de lujo, que vienen a Koster-and-Bial de topadillo; con el esposo o el hermano, o con quien no es hermano ni esposo, a ver desde el seguro palco aquel salón pecador, a que la germanía de la ciudad, habituada a los cantos y franquezas de la escena alegre donde baila hoy, ante un coro deslucido, la ‘Perla de Sevilla’.
...baja por la escalera del fondo, sacudiéndose las enaguas y con la cabeza mirándose en ellos, la de Triana y la de la calle Sta. Isabel, la del jazmín en el pelo que llaman la Carmencita. Párase brazo en jarras, y a la oreja la gorra torera. Saluda de lado, como quien cita al toro. El guiño travieso centellea y convida. De su ‘¡señor, música!’ empieza el escarabeo. Ya es el paso en redondo, que va huyendo del novio; el taconeo de costado, que se corre por donde no hay luz; la carrera de puntillas; a taparle el cortejo los ojos; y el revoloteo y la cumbre del beso; y luego el ir despacio, como quien vuelve a la vida poco a poco. El teatro, ávido, aplaude: las mujeres se muerden los labios; los hombres se echan sobre el espaldar del vecino; se oye el taloneo, el barrido, el punteo de aquel pie de cisne que borda en las tablas. Y cuando se va, desganada y perezosa, parece que se ha ido un rayo de sol.
Siempre hay, por supuesto, quien va de plática a su mesa, allá en el cuarto a media luz de la champaña, que por los que tiene de adorno en techo y paredes, llaman el cuarto de los corchos. Ella está allí, jocoseando con un dejo de pena, ya en traje formal, la mesa por delante, los dos pies cruzados:- ‘Cuando bailo triste, ¡vaya que no me entienden estos gringos! Lo punteado y lo de acá, es lo que los vuelve locos. ¡Alegría! ¡Alegría! Y de acordarme de la Catedral, lo que les bailo es la pura entraña. ¡Oiga, señor, que la champaña no me está bien, y me gusta muchísimo más la manzanilla’. Va y vuelve a casa la pobre criatura a guitarrear y dar de sí, arrebujada en una manta roja, con los ojos como oscuros, y la nariz de muerta: y el talle abierto, para poderse palpar, del lado izquierdo, ‘el bulto por donde, de las puras contorsiones, se le está saliendo el corazón’.
Siempre, aunque nos llamaba la atención y sembraba dudas, habíamos pasado por alto esta valiosa aclaración de la Zacharie: la célebre bailarina andaluza Carmencita, que había arrebatado al público en general y a Martí, en particular, un tiempo antes.
Esas dudas han sido más que despejadas gracias a la valiosa ayuda del arma que se llama Internet, pues hemos tenido acceso a valiosos trabajos, entre ellos: “La bailarina española de José Martí”, de Francisco Rey, y Carmencita Dauset. Una bailaora almeriense, de José Gelardo y José Luis Navarro.
El alma trémula y sola/ Padece al anochecer/ Hay baile; vamos a ver/ La bailarina española.// Han hecho bien en quitar/ El banderón de la acera;/ Porque si está la bandera,/ No sé, yo no puedo entrar.// Ya llega la bailarina:/ Soberbia y pálida llega:/ ¿Cómo dicen que es gallega?/ Pues dicen mal: es divina.// Lleva un sombrero torero/ Y una capa carmesí:/ ¡Lo mismo que un alelí/ Que se pusiese un sombrero!// Se ve, de paso, la ceja,/ Ceja de mora traidora:/ Y la mirada, de mora:/ Y como nieve la oreja.// Preludian, baja la luz/ Y sale en bata y mantón,/ La virgen de la Asunción/ Bailando un baile andaluz.//Alza, retando la frente:/ Crúzase al hombro la manta:/ En arco el brazo levanta:/ Mueve despacio el pie ardiente.// Repica con los tacones/ El tablado zalamera,/ Como si la tabla fuera/ Tablado de corazones.// Y va el convite creciendo/ En las llamas de los ojos,/ Y el manto de flecos rojos/ Se va en el aire meciendo.// Súbito, de un salto arranca:/ Húrtase, se quiebra, gira:/ Abre en dos la cachemira,/ Ofrece la bata blanca.// El cuerpo cede y ondea:/ La boca abierta provoca:/ Es una rosa la boca:/ Lentamente taconea.// Recoge, de un débil giro,/ El manto de flecos rojos:/ Se va, cerrando los ojos,/Se va, como en un suspiro.// Baila muy bien la española;/ Es blanco y rojo el mantón:/ ¡Vuelve, fosca, a su rincón/ El alma trémula y sola!
Francisco Rey Alfonso, basándose en su investigación titulada “Incendio de alma: José Martí y la danza”; Premio Anual de Investigación Cultural 2010 del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello que aún permanece inédita, nos ofrece, a partir de la crónica de Martí, un desmonte de los versos de La bailarina española.
La excitación producida en el Maestro por la persona y el baile de Carmencita no quedó enteramente sofocada con la creación periodística; luego fue evacuada en el ámbito de la poesía. “Cuando en el “Poema X” de los Versos sencillos Martí escribió: “Vuelve fosca a su rincón / El alma trémula y sola”, quedó sellada una anfibología suscrita de una manera consciente: la desazón de la que participaban por igual las dos almas “trémulas” y “solas”, es decir, la del poeta y la de la artista. El sentido traslativo, dual, de tales versos (que encierran el poema-vida en una parábola oscura únicamente iluminada por una mujer, su danza y un sentimiento compartido), selló el carácter de alter ego cuando, ya la bailarina fuera de la escena, el escritor descubrió en toda su envergadura la tragedia de su soledad. Esa identificación es la que sugiere, en lo fundamental, que Carmencita y el texto periodístico por ella inspirado constituyen la base del poema recogido en los Versos sencillos”.
Y, en mayo de 2011, fue presentado en Almería, Alicante, España, el libro Carmencita Dauset. Una bailaora almeriense, de José Gelardo y José Luis Navarro (La Hidra de Lerna Ediciones (2011)), el cual comenta el periodista Rafael Suárez López, en su artículo de igual título.
“José Luis Navarro conoció un cuadro de una bailarina española, pintado al óleo por un afamado pintor norteamericano. Entendió que dicha bailarina tuvo que ser muy conocida e importante en Estados Unidos para posar y ser pintada. La intuición tuvo su fruto. Ha conseguido escribir con suficiente detalle la fructífera etapa de nuestra protagonista en Estados Unidos. Por otro lado, José Gelardo, recientemente publicó un libro sobre el cantaor levantino Antonio Grau “Rojo el Alpargatero”, casado con una hermana de Carmencita; lo que aprovechó para iniciar y desarrollar el estudio de esta singular bailaora y darle forma a su aportación a este trabajo”.
José Martí dice que a Carmencita “Sarony … la pinta, con su saya amarilla y su chaqueta roja”, sin embargo se ha demostrado que la pintó John Singer Sargent.; una cosa no niega lo otro. Sarony la utilizó como modelo fotográfico, pues él fue uno de los mejores y más famosos fotógrafos de su época. Tampoco es negable la amistad que se entabló entre el poeta que pasaba de los treinta años largos y la artista veteañera. Ni se puede dudar de la admiración que despertó en él:
¡Te vas! Como invisible escolta, surgen/ Sobre sus tallos frescos, a seguirte/ Mis jazmines sin mancha y mis claveles./ ¡Te vas! ¡Todos se van! Y tú me miras,/ Oh perla pura en flor, como quien echa/ En honda copa joya resonante,/ Y a tus manos tendidas me abalanzo/ Como a un cesto de frutas un sediento.// De la tierra mi espíritu levantas/ Como el ave amorosa a su polluelo:/ ¿Por qué no acaba todo, ora que puedes/ Amortajar mi cuerpo venturoso/ Con tu mantilla, pálida andaluza?/ No me avergüenzo, no, de que me encuentren/ Clavado el corazón con tu peineta!
Carmencita Dauset Moreno, nació en Almería, en 1868. Con nueve años, su hermana María y su cuñado la llevaron a Málaga dónde recibió clases de la gran bailaora “La Cuenca” y asistió a academias de baile. Con sólo doce años debutó en el Teatro Cervantes de Málaga. En 1884, después de actuar por toda España hace el primer viaje a París. En 1886 actúa en el Palacio Real y en el Circo Price de Madrid.
En 1889, con veintiún años de edad, volvió a París, y, en agosto de ese año, se encontraba en el Nouveau Cirque de París durante la Exposición Universal cuando un agente teatral, llamado Bolosy Kiralfy, la contrató para actuar en el Niblo’s Garden, un teatro vaudeville ubicado en Broadway. Pero, un año después, su fama se había extendido por todo Nueva York, momento en que fue contratada en el reputado teatro de la misma zona Koster and Bial’s. A partir de aquí se convierte en una afamada artista que trasciende el ámbito del espectáculo hacia los circuitos de la alta sociedad y el arte. Sus seguidores realizan fiestas en su honor (el “Carmencita Ball”), asiste y actúa en galas benéficas, da lecciones de baile a la aristocracia, baila en fiestas privadas en las zonas residenciales más ricas de la ciudad, es la musa de los cenáculos intelectuales, posa en las fotografías de Sarony y para la publicidad de los cigarrillos Sweet Caporal, y es reclamada como modelo por los célebres pintores John S.Sargent y William M. Chase. Su rotundo éxito la lleva a hacer giras por el interior y la costa oeste de Estados Unidos, hasta San Francisco. El 26 de julio de 1891 terminó su contrato en Koster. Había estado 81 semanas casi sin interrupciones y era una mujer conocida en toda Norteamérica.
Durante la estancia Norteamérica, Carmencita visitó el estudio cinematográfico Black Maria Studio, en New Jersey, donde le filmaron para una cinta muda de escasa duración, que actualmente se encuentra archivada en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. En 1894 finaliza su estancia en América.
Uno de los investigadores dice que la misma fogosidad de la vida artística de Carmencita, se encuentra en la social; pues, apareció en anuncios comerciales de un restaurador de cabello, presentado el suyo como reclamo de sus éxitos; pasó varias veces por los juzgados, enamoró a hombres casados, recibió acusaciones de esposas ofendidas, recibió regalos de gran valor, inspiró a poetas; estuvo relacionada con algunas de las mejores familias de Nueva York, a cuyas hijas les dio clases de baile; rentabilizó el tiempo que posó ante los pintores; cobró por ello. También cantaba, con poca voz pero con mucho sentimiento, al contrario de sus bailes que estaban llenos de fuerza, vivacidad y temperamento.
El periodista español Rafael Suárez López, al comentar el libro Carmencita Dauset. Una bailaora almeriense, que es la historia de esta gran mujer, refiere que: “fue la primera en muchas cosas”: la primera que llevó el baile flamenco a grandes teatros, la primera vez que una artista flamenca actuaba en París, dónde obtuvo grandes éxitos después de los conseguidos por toda la península Ibérica, la primera que cruzó el Atlántico y bailó en Nueva York entusiasmando a todos los que la vieron actuar, la primera que fue plasmada en un cuadro por un pintor de prestigio, la primera mujer que registró su imagen, en pleno baile, en las primitivas cámaras de cine. Con la lectura completa de su historia, entendemos que también fue la primera en otros asuntos.
La última actuación registrada de Carmencita es de 1895 cuando actuó en Londres. Después se pierde su rastro. No se sabe con certeza lo que pasó con ella. Algunos autores datan su muerte en 1899, otros dicen que se retiró y falleció en las primeras décadas de 1900. Quizá sepamos algún día el final de Carmencito; pero, hoy podemos afirmar que para nosotros José Martí la inmortalizó con sus versos.
María Julia Guerra Ávila Diplomada en Historia de la nación cubana. Me he dedicado a la investigación y la historia local. Periodista especializada en investigación histórica. Licenciada en Periodismo
Tomado de: ¡Ahora!
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