martes, 20 de septiembre de 2005

Nunca extranjero.

Miralys Sánchez Pupo. Colaboradora de Rebelde.

Septiembre 20 del 2005

A inicios del año 1875 José Martí llegó a México tras sus años de destierro en Europa. Va al encuentro con su familia ya radicada en ese país, para dar una solución a la reunificación con el hijo rebelde que no puede regresar al suelo natal por disposiciones de las autoridades españolas y va a vivir en la casa de un amigo de su padre en la calle de la Moneda.

El periodismo martiano emergió en su etapa mexicana luego de su encuentro con la hermana nación desde Veracruz. No tardó en encontrar en la capital la mano amiga de Manuel Mercado, quien lo llevó hasta el cubano Pedro Santacilia y se le facilitó entrar en el círculo literario de las publicaciones de la época para satisfacción de sus inquietudes literarias además de las materiales para sobrevivir.

La juventud del Maestro llena de preocupaciones políticas abrazó la historia del país que lo recibió. Allí se encontró con nuevos amigos como Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Carlos Días Duffo, Justo Sierra y el pintor Manuel Ocaranza entre los que la mutua admiración fue testigo de su laboriosa iniciación periodística de quien demostró con creces su capacidad para trabajos de fondo de cualquier tema por su amplia cultura.

Las páginas de la Revista Universal, fue testigo de sus Boletines bajo el pseudónimo de Orestes, desde donde mostró a través del cause que le ofreció el periodismo sus tempranas aspiraciones americanistas y presenta proféticas palabras sobre el futuro al que dedicó todo el bregar de su vida por la unidad de los pueblos del continente.

Los lectores conocieron que el autor de los Boletines definió con claridad los criterios de su corazón en suelo azteca. Explicar a ellos ese sentimiento con sus propias palabras al asegurar que es un “no nacido” en México, pero nunca extranjero. Y en medio de hermosas frases hacia la patria de Benito Juárez afirmó “En México vivir no es pena”.

La amistad con Mercado, el amigo de su padre, se convirtió en el encuentro con el hermano que no tuvo y se convirtió en el discreto confidente de sus aspiraciones pro el futuro de su patria y de la América para evadir las apetencias norteamericanas sobre las tierras del sur.

Por eso ante “mi amigo nobilísimo” como muchas veces llamó en una amplia correspondencia que tuvo hasta el final de su vida aseguró “usted tiene el derecho a saber todo lo mío” como un agradecimiento por el afecto que encontró en él y su familia mexicana.

En una de sus cartas fechada en Veracruz, el Maestro afirmó “… yo pienso ahora en el cariño que le tengo, en como quiero a sus hijos, en las admirables virtudes de Lola* y en la vasta nobleza de su espíritu”

(*) Esposa de Manuel Mercado.