miércoles, 24 de enero de 2007

José Martí y la lengua española.

Sergio Valdés Bernal
24 de Enero, 2007

Cubarte.- Varios fueron los factores que se conjugaron para que José Martí Pérez (1853-1895) deviniera la más sobresaliente figura de las letras hispanoamericanas decimonónicas, así como una de las figuras cimeras de la literatura escrita en lengua española.

Martí nació en el momento oportuno, cuando existía un predominante núcleo de población cubana, cuya mayoría ya tenía conciencia de constituir un pueblo diferente del español, y cuando este había logrado apropiarse de un solo y único medio de comunicación, la lengua española en su variante cubana. En fin, cuando nació Martí, ya hacía rato que se venía gestando aquella realidad en que él mismo reparó muchos años después, al señalar que “Un ligero estudio de la composición nacional de España y de Cuba, basta a convencer a una mente honrada de la justicia y de la necesidad de la revolución, de la incompatibilidad de carácter nacional, por sus raíces diversas y sus distintos grados de desarrollo, entre España y Cuba, de los objetos encontrados, y por tanto llamados a choque, de ambos pueblos en la negación violenta de la metrópoli europea y retrasada de la isla americana” (1975: IV, 153).

Otros factores no menos importantes que incidieron positivamente en la vida de Martí, fueron el haber nacido en la capital de la colonia, La Habana, y en el seno de un matrimonio exogámico.

La capital siempre fue el centro cultural, político, social, militar y económico más importante del país, al que llegaban con rapidez las noticias de los más importantes acontecimientos ocurridos en su suelo, la metrópolis y el resto del mundo. En la capital habanera, convivían las más diversas contradicciones del régimen esclavista imperante en Cuba, además de que, como todo centro urbano, propiciaba mucho más rápidamente el mestizaje biológico y cultural.

Asimismo, en esta ciudad se concentraba la crema y nata de la intelectualidad cubana, que ya manifestaba sentimientos propios.

Por otra parte, el hecho de que Martí naciera en un hogar exogámico, formado por un padre de ascendencia valenciana y de una madre de origen canario, también fue un importante factor que repercutió en la formación de Martí, ya que únicamente los matrimonios endogámicos son capaces de preservar el legado lingüístico-cultural de sus forjadores y trasmitirlo a su descendencia en una sociedad pluriétnica. De haber sido los padres de Martí de un mismo origen regional hispánico, ya fuesen ambos vascos, catalanes, gallegos, asturianos, canarios o andaluces, por ejemplo, el entorno hogareño en que creció el Martí niño hubiera creado en este una mayor idealización y apego a la cultura del terruño hispánico de donde procedían sus padres, en detrimento de lo cubano.

Indudablemente, Martí sintió admiración y cariño por las patrias chicas de sus padres y, en general, por España, sentimiento que igualmente compartimos hoy todos los cubanos descendientes de españoles, pero le era más cercana y real –como nos ocurre a todos nosotros- la patria que le tocaba vivir, la cubana: “A España se la puede amar, y los mismos que sentimos sus latigazos sobre el hígado la queremos bien; pero no por lo que fue ni por lo que violó, ni por lo que ella misma ha echado con generosa indignación abajo, sino por la hermosura de su tierra, carácter sincero y romántico de sus hijos, ardorosa voluntad con que entra ahora en el concierto humano y razones históricas a que todos se alcanzan, y son como aquellos que ligan con los padres ignorantes, descuidados o malos, a los hijos buenos” (1975: VII, 405).

Aunque Martí luchó denodadamente por la independencia de Cuba con todos los recursos de que podía disponer, su sentimiento independentista no se limitó a las estrechas fronteras de su país, sino que lo extendió al resto de la América española. Por esto Martí fue el más cubano y, a su vez, el más universal de nuestros escritores. Concebía a la América hispanohablante como una comunidad de pueblos unidos por estrechos lazos culturales y lingüísticos, sin dejar de reconocer que “Toda nación debe tener un carácter propio y especial” (J.M.: 1975: VII, 227).

Pero ese hispanoamericanismo de Martí fue viable gracias a la realidad de que en la América colonizada por España emergió un medio de comunicación afín: la lengua heredada de la metrópoli y adaptada a nuestras necesidades de comunicación como hispanoamericanos. Así, la lengua española dio unidad, dentro de la diversidad geográfica y cultural americanas, a las diferentes y nuevas comunidades que fueron surgiendo del lado azul del Atlántico, como él mismo lo llamara: “Y con los pueblos vinieron sus lenguas, pero ninguna de ellas pudo más que la nativa española” (J.M.: 1975: VI, 358).

¿Quién pone en duda que, precisamente, la lengua española es el sello más distintivo del multifacético mosaico hispanoamericano? Por ello Martí, en su sexto cuaderno de apuntes, escribió lo siguiente en torno a “La lengua castellana en América” (J.M.: 1975: XV, 443):

Lo que América pone en la lengua. Lo que por fuerza ya ha de ser la lengua en América. Reflejo de nuestro carácter autónomo, de nuestro clima y abundancia, de nuestra educación mezclada, de nuestro cosmopolitismo literario, de nuestros hábitos fieros e independientes, de nuestra falta de costumbres de reglas largo tiempo imperantes, de nuestro amor natural, como reflejo de nuestra naturaleza, a la abundancia, lujo y hermosura.

Pero el deseo de Martí de que el español americano tuviera su propia forma de expresarse, no atada al molde peninsular, no lo hizo caer en el error en que incurrieron no pocos escritores hispanoamericanos de su época, quienes vinculaban la independencia política y económica de España como la necesidad de una total independencia idiomática.

Martí, como excelente escritor y periodista que fue, sabía que el lenguaje había que cultivarlo y cuidarlo, protegerlo. Por eso era un celoso guardián de la lengua española, sin caer en purismos excesivos y castrantes, pues “Los idiomas han de crecer como los países, mejorando y ensanchando con elementos afines sus propios elementos”. (J.M.: 1975: XV, 443). En su artículo “El castellano en América”, publicado en el periódico uruguayo La Nación, el 23 de julio de 1889, podemos apreciar plenamente la madurez que, como escritor, cultivador y defensor de la lengua española en América, logró acumular y trasmitir. Para él, el lenguaje es una materia moldeable, pues, “Hay algo de plástico en el lenguaje, y tiene él su forma escultórea, y su color, que solo se perciben viendo en él mucho” (J.M.: 1975: XXI, 464), además de que “El lenguaje es siempre hermoso y presenta una atendible novedad: es a la par clásico y romántico” (J.M.: 1975: VII, 426).

Aunque Martí estaba convencido de que “El hombre es superior a la palabra” (J.M.: 1975: V, 235), también tenía conciencia de que “La grandiosidad del lenguaje invita a la grandeza del pensamiento” (J.M.: 1975: IX, 73). Si bien reconocía que toda lenguas se enriquece con préstamos léxicos de otras, y que diversas lenguas aportaron a la española “…las cualidades que le faltan como lengua moderna”, o sea, “…del italiano la sutiliza, del inglés lo industrial y científico, del alemán lo compuesto y razonado, del francés la concisión y la elegancia” (1975: VI, 358), fue un acérrimo enemigo de los préstamos superfluos y lo fue de los galicismos, tan comunes en su época.

Martí era muy cuidadoso al escribir y sopesaba cada palabra que utilizaba. Por eso, por ejemplo, utilizó el vocablo cañales en lugar de cañaverales, a la hora de describir en Guatemala el paisaje en que abundaban terrenos sembrados de caña de azúcar. Esto llamó la atención de Fernando Ortiz (1939: 295), quien, por ello motivado, escribió el artículo “Cañales, dijo Martí”, en el cual señaló lo siguiente: “Un lingüista tan consumado como José Martí debió de apreciar la impropiedad de la voz cañaveral sin referirse a cañaveras…”. Llamamos la atención respecto de que Fernando Ortiz, una de las figuras más sobresalientes de la intelectualidad cubana del siglo XX, calificó a Martí de lingüista. En efecto, Martí fue un lingüista, un estudioso de lengua, un renovador de la misma.

En su largo peregrinar por tierras hispanoamericanas, pues “Lejos nos lleva el suelo de la patria” (J.M.: 1975: V, 93), Martí utilizó numerosos regionalismos en sus escritos, y con parte de ellos confeccionó un interesante listado de 160 americanismos de la más diversa procedencia. En su prosa descriptiva figuran numerosos indoamericanismos, como numerosos fueron los países hispanoamericanos que visitó. Así, hallaremos en sus escritos infinidad de aruaqismos, mayismos, nahuatlismos, quechuismos, mapuchismos, caribismos, quechuismos y otras voces indígenas americanas de diversa procedencia, como hicaco, guanábana, cacique, totopo, chucho, tocolote, milpa, tzité, icbuk, vincha, papa, pampa, tápara, etc. La toponimia indígena americana atrajo su atención, e incluso en algunos casos explicó su etimología, como en Jocotenango (“Jocote quiere decir ciruela, y esta terminación ango quiere decir lugar. La n, como en griego, es infómica”: J.M.: 1975: XIX, 81) y Cozumel (“Cozumel se deriva de cuzumel, que significa tierra de murciélagos, porque cuzán es murciélago), entre otros ejemplos.

Siempre trató de estar informado sobre todo estudio que se hiciese de las lenguas amerindias, de su mejor conocimiento y de su aporte al español americano. Por eso, en sus diversos artículos periodísticos, elogió los trabajos de Arístides Rojas, de Esteban Pichardo y Tapia, de Bachiller y Morales. También tuvo palabras de elogio para los filólogos, lexicógrafos y gramatólogos. Por eso calificó de “notabilísimo filólogo, y como un verdadero filósofo del idioma” a Rufino José Cuervo, o escribió que “Y en cuanto a las leyes de la lengua, no hay duda de que Baralt, Bello y Cuervo son sus avisados legisladores”. Tampoco escaparon al elogio el filólogo Rafael María Merchán ni el lexicógrafo José Miguel Macías.

Martí se dio cabal cuenta de la importancia de la lengua española como vehículo de comunicación a nivel nacional y universal. Y frente al “Norte revuelto y brutal que nos desprecia” (J.M.: 1975: IV, 165) opuso la América Nuestra, a la cual ha unido la lengua española, aun cuando está constituida por disímiles pueblos vinculados por aspectos lingüístico-culturales bastantes afines y a pesar de que “Así nos dejó la dueña España, extraños, rivales, divididos, cuando las perlas del río Guayate son iguales a las perlas del sur de Cuba…” (J.M.: 1975: VII, 117). El concepto de América Nuestra, cuyo sello inconfundible lo constituye la lengua española, siempre es resaltado por Martí: Así, en 1839 escribe sobre “la América que habla castellano” (J.M.: 1975: V, 97), de “Los pueblos castellanos de América que habla español” (J.M.: 1975: VII, 349). En fin, que la lengua española era y continúa siendo lo más representativo de ese mosaico de naciones que es Hispanoamérica, y Martí tenía plena conciencia de ello, pues, la lengua española, la “compañera del imperio” en tiempos de la conquista y colonización de América, en manos de los criollos devino el mejor instrumento de lucha y de trabajo para derrocar el yugo colonial, fue el mejor recurso de convicción de que dispusieron Martí y otros próceres hispanoamericanos en su ardua lucha por la independencia y el desarrollo de la inmensa América Nuestra.

Pero defender la lengua española, cultivarla y desarrollarla, para hacerla lo suficientemente competitiva como para que no estuviese a la zaga de otras lenguas europeas, significó para Martí la necesidad de conocer los idiomas que, como el francés, el alemán y el inglés, eran los más representativos del gran desarrollo científico y cultural alcanzado por la Europa de aquellos días. Además, reconocía el valor del estudio de las lenguas clásicas, el griego y el latín, como lenguas fundacionales.

Martí, además, fue un excelente traductor, con gran dominio de la lengua inglesa y francesa, como lo demuestran algunos de sus artículos y notas, o la carta enviada a María Mantilla el 9 de abril de 1895, en la que le explica cómo debe ser cuidadosa al realizar una traducción, ya que “La traducción ha de ser natural, para que parezca como si la hubiese escrito en la lengua a que la traducen…”.

Fue muy cuidadoso en el uso del lenguaje, ya que “El que ajusta su pensamiento a su forma, como una hoja de espada a la vaina, ése tiene estilo” (J.M.: 1975: V, 128). Así, creó un estilo muy propio, que sobresalió en su prosa, pues “…el verso de improvisa, pero la prosa no; la prosa viene con los años (Ibid.). Por eso fue un gran innovador de la lengua española de su tiempo: el verbo y el adjetivo tuvieron gran importancia en el gráfico y armonioso lenguaje martiano. Por eso, Carlos Ripoll (1979: 203) destacó que Martí se adelantó a los modernistas en el manejo del idioma, además de que fue por otro camino y tuvo otras intenciones. De ahí que Roberto Fernández Retamar (1982: 95) aclare que “…en verdad, lo que Martí inicia no es una escuela, ni un movimiento (como Darío llamaría al modernismo), ni siquiera (exclusivamente) un período de la literatura hispanoamericana, lo que inicia es una época histórica, con su correspondiente literatura”.

Martí fue nuestro escritor más universal, más americano, como lo calificara Juan Marinello (1962). La lengua española, moldeada por el muy propio estilo martiano, se nos manifiesta como supradialectal, o sea, no matizada por una modalidad regional, hispanoamericana, de la lengua español, ni tampoco por el modelo madrileño. Pero en su hispanoamericanismo hallaremos la pizquita de lo cubano, de ese “sabor cubano” –lingüísticamente hablando- en algunos de los pasajes de su Diario de campaña (de Cabo Haitiano a Dos Ríos), presente en nuestros topónimos, nombres de plantas, frutos o animales, así como en alguna que otra expresión cubana: “…tenemos fuego en el corazón y quimbo en el cinto” (J.M.: 1975: II, 434), “Un caballo gualtrapeador le gustaba más, o un gallo giro…” (J.M.: 1975: V, 369).

La lengua española tuvo en Martí, hijo del lado azul del Atlántico, como él mismo lo definiera, a uno de sus mejores exponentes. “De América soy hijo, y a ella me debo”, dijo en cierta oportunidad, y se sintió muy orgulloso de ser “...a mucha honra, españoles de maíz” (J.M.: 1975: XX, 382). Sin dejar de ser un fecundo escritor, incansable periodista, asiduo traductor, defensor, cultivador y estudioso de la lengua española, de tener una fecunda vida intelectual, halló tiempo para el agotador, ingrato y lleno de sinsabores trabajo de organizar a hombres de diversos intereses y encauzarlos con la prédica y el ejemplo, para hallar una vía que liberara a su país del tutelaje español. Por eso se opuso a la práctica del arte por el arte y a la indiferencia ante la sociedad; mediante el lenguaje no rehuyó su compromiso social con América, ni con su patria. Y si bien confesó que “He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida” (J.M.: 1975: IV, 124-5), sabiendo que “Rodaré por el suelo, sin cuerpo y sin premio –sin el premio siquiera de que mis amigos me entiendan y acompañen en hora de verdadera agonía-…”, cayó de cara al sol en combate el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, con la convicción de que “…habré hecho cuanto cabe en alma y cuerpo de hombre” (J.M.: 1975: II, 222).

BIBLIOGRAFÍA:

Fernández Retamar, Roberto (1982): “Cuál es la literatura que inicia José Martí”. En Actas del Séptimo Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Bulzoni Editore. Roma. Vol. I. Pp. 75-100.
Marinello Vidaurreta, Juan (1962): Once ensayos martianos. Comisión Nacional Cubana de la UNESCO. La Habana.
Martí, José (1975): Obras completas de José Martí. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana. Tomos I-XXVIII.
Ortiz, Fernando (1939): “Cañales, dijo Martí”. En Revista Bimestre Cubana. La Habana. Vol. 44. Pp. 291-295
Ripoll, Carlos (1979): “Martí y el romanticismo: lenguaje y literatura”. En Revista de Estudios Hispánicos. Río Piedras. Año 6. Pp. 183-204.
Valdés Bernal, Sergio (1995): “José Martí y la lengua española”. En Anuario L/L. La Habana. No. 26. Pp. 4-37.
Fuente: CUBARTE.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cozumel proviene de la palabra MAYA Cuzamile, que significa "tierra de golondrinas". De ninguna manera tierra de murcielagos. Atte: Un cozumeleño.