domingo, 5 de febrero de 2006

José Martí: el agotamiento del programa de su desmitificación.

Por Emilio Ichikawa.

Filósofo y colaborador de CN

Palabras leídas por el autor en la Universidad de Miami el 28 de enero del 2006

Hace aproximadamente un año el profesor Francisco Morán, diligente amigo que dirige la revista “La Habana Elegante” y enseña en alguna universidad de Texas, pasó un correo comunicando el deseo de un colega suyo de publicar una antología de ensayos sobre Martí. Precisaba el mensaje que la intención era hacer un libro con “nuevas visiones”, que de alguna forma evitara el tratamiento de Martí como un mito.

El profesor Alberto Prieto, quien enseña historia en la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, solía decir en sus cursos que el programa de la burguesía nacionalista latinoamericana se había “agotado” hacia mediados del siglo XX. Es decir, según su punto de vista, no existía un “fracaso” sino una fatiga en las aspiraciones.

En sentido general comparto ese enfoque acerca del ciclo de los programas intelectuales: igual que se necesita osadía para plantearlos y consistencia para desarrollarlos, es necesario también una suerte de olfato para comprender su entrada en la fase de agotamiento.

Muchos de los más valiosos programas intelectuales caen en el tedio o en el lugar común (lo que según Borges es peor), por no saber distinguir entre la constancia y la repetición. En la creación, como en tantas otras cosas, hay que decir periódicamente “basta”.

Como hubiera dicho el profesor Prieto, igual que pasión creadora, cierta vez empezamos a experimentar la sensación de “agotamiento” respecto a la “desmitificación” martiana. Creo que una buena parte de mi generación participó en ese programa desmitificador y, hasta donde puedo ver, se cumplió con creces.

Aún contra los cautelosos consejos de Renán de no remover los linderos que pusieron los padres de la nación, o el desespero de una generación intelectual (Ortiz, Carpentier, Cabrera, Lezama Lima, Guerra, Leví Marrero, Portel Vilá, etc) que sintió “horror vacui” por la escacez mitológica que comparativamente aqueja nuestra historia cultural, el mito martiano fue asumido como un “frente”, casi como una guerra e incluso, lo que es paradójico, como una “misión”. Es decir, como otro mito.

Martí fue sensualizado hasta límites pornográficos por los artistas, gritado y silenciado, apabullado. Dejamos atrás a Moncho, el gitano del bolero, quien en el Festival de Varadero (creo que el de 1983), invitado por Amaury Pérez Vidal, había cantado versos de Martí a cintura semoviente provocando un escándalo nacional.

En el plano teórico se aplicaron a Martí las técnicas de desmitificación que, como casi todo, inventaron los antiguos griegos:

1-La racionalización del mito (Platón-Aristóteles).

2-La comedia (Aristófanes).

3-El sentido común (cualquier vecino de Atenas).

Cierta vez, dialogando con un amigo acerca de Jacques Derrida y sus seguidores, había convenido en que no se debían complicar las definiciones, que “deconstruir era”, simplemente, una variante metodológica de la impudicia que solo buscaba “mostrar el montaje”.

Y eso hicieron las investigaciones históricas de fines de los `90: “mostraron” el montaje martiano, su intencionalidad, su manipulación como “tecné” política. Siguiendo a Hans Blumenberg, puede decirse que se mostró que “el concepto Martí” tenía una historia. Pero no solo eso, como demostró Carlos Alberto Montaner en la conferencia inaugural de este evento el jueves 26 aquí en el Koubeck Center de la Universidad de Miami, también tiene historia el “sentimiento Martí”, “el afecto Martí”, “la imagen Martí”.

Personalmente, aunque me consta que hay zonas investigativas e interpretativas que se pueden desarrollar en este sentido de la desmitificación, prefiero declarar, en general, satisfecho ese programa. En cualquier caso, solo me queda confesar que ya no me interesa trabajar en ese sentido. Prefiero ir por un camino más positivo, digamos incluso que conservador, sobre todo después de anoche, cuando el en club “Hoy como ayer”, situado en la 8 calle y la 22 ave, en el corazón de la Pequeña Habana, el compositor y músico Amaury Gutiérrez, diera un esponténeo advenimiento a esta fecha martiana llegadas las 12 de la noche. El es un artista y lo hizo, sin ninguna afectación. Y la gente allí aplaudió. Gente que no es del llamado “exilio histórico”.

Se ha señalado que el cubano promedio está saturado de propaganda martiana y que ha llegado a incubarle hasta cierto rechazo. Y es verdad. Una parte de la verdad.

Ese estado de ánimo, por cierto, coincide con el referido programa intelectual de desmitificación martiana. Pero no creo que hayamos actuado como “intérpretes” de la gente, como pedía Benjamin en su “Diario de Moscú”, al menos concientemente; se trata solo de una coincidencia, de una complicidad.

Pero debemos ser cautelosos en esta consideración del rechazo de Martí, sobre todo si el discurso intenta reclamar salidas prácticas. Martí, efectivamente, puede funcionar como tabú, pero igual como tótem de la cultura cubana. Un símbolo disponible que puede servir como auxilio en cualquier momento.

Tuve oportunidad de hablar de la fatiga desmitificadora en una conferencia dictada el 6 de abril de 2004 en el Teatro Tower, gracias a las reuniones del Grupo de Estudios Este-Oeste que por entonces dirigían Rosy Inguanzo y Alfredo Triff. Precisamente ese cansancio teórico fue el que le di por respuesta al amigo Francisco Morán, quien pasó mi consideración a su colega confiando en que podría producirse, de hecho, un debate pertinente para el libro imaginado. Desdichadamente, recibimos como contra-argumento un lugar común. Vale la pena resumirlo pues, aunque es básico, es también cierto. Afirmaba el profesor que nadie puede considerar “nuevo” el programa desmitificador martiano pues a Martí siempre se le trató de desmitificar. Por tanto, es válido volverlo a hacer. Imagino que alguien estará desmitificando a Martí, con todo derecho; solo trataba de decir que ya ese no era mi interés, y que podía incluso explicar el por qué no lo era.

Aunque es un esquema falible, la historia cultural cubana puede ser compuesta a partir de un “modelo recepcionista”. Así, se distinguirían épocas según el predominio de algunos “paradigmas metropolitanos”. Desde la llegada como estudiante a la Universidad de La Habana en el año 1980, hasta el año 1998, que voy a usar como límite posterior, se puede hablar de sucesión de tres paradigmas metropolitanos. El primero, por supuesto, es el de matriz soviética, que comenzó su crisis con la Perestroika rusa. Arriesgo fechas: digamos que ese paradigma predomina hasta 1988, cuando en sendos discursos pronunciados el 5 y el 22 de diciembre Castro se desmarca claramente del nuevo rumbo ruso.

Una decisión cultural relacionada con este desplazamiento se registra el 4 de agosto de 1989, cuando se prohíbe en Cuba la lectura de Sputnik, Novedades de Moscú y otras publicaciones soviéticas. Se abre aquí un subperíodo de incertidumbre ideológica que fue además el de mayor despliegue intelectual en la época señalada. Parafraseando a Margueritte Yourcenar recuerdo que hubo un momento, cuando el marxismo soviético no servía a Castro y aún no se había perpetrado el advenimiento del nacionalismo radical, cuando estuvimos solos. Desamparados y felices. Sim argumentos pero con curiosidad.

Contrariamente a lo que he escuchado, no recuerdo que en Cuba se hablara entonces del inminente fin de Castro bajo el muro de Berlín. Esos años transicionales, que llamó de “desmerangamiento”, fue una gran “chance”. Supongo que duró hasta el cruce de los años 1992-1993, en que un 26 de julio Castro afirma que recogerá las banderas mundiales del comunismo y, de paso, legaliza la tenencia de moneda extranjera, hasta entonces figura delictiva de las peores, que la gente había llegado a bautizar como “foul” (fao).

A partir de ese momento la propaganda castrista torna hacia un nacionalismo tan radical como paradójico, que no impedirá ver en su trasfondo la tensión entre dos paradigmas megtropolitanos ya conocidos en nuestra historia: el español y el norteamericano. Puja que gana este último hacia 1998 cuando Castro y Aznar que querellan usando metáforas ajedrecísticas: “mueve ficha”, “no, mueve tú primero”. El incidente malograba una visita del Rey dejaba listo el ambiente para la llegada del movimiento cultural más despiadado que conoce la historia cultural insular: el de la academia norteamericana. Pero este es otro tema.

Lo cierto es que ese nacionalismo radical adjunta un capítulo de intensa propaganda martiana, que es lo que contesta una generación intelectual con la referida desmitificación. Esa es, digamos la razón vernácula, centrípeta; algo que también es coherente con la asimilación del pensamiento postmoderno que promovieron las artes de los `80s y que clamaba por un asalto a los “metarrelatos” ideológicos; marxismo y martianismo incluídos.

Felizmente, como recordó Montaner en la mencionada conferencia inaugural, ese programa estaba sintonizado a un disloque espiritual mundial, que el estudioso enfoca como fin del predominio de la sensibilidad romántica.

En esa vuelta radical al nacionalismo Castro ha contado con un ideólogo de lujo, el poeta Cintio Vitier, que garantiza una legitimación discursiva de su régimen mezclando elementos de independencia, cristianismo y martianidad. Vitier, como cualquier sobreviviente, ha reescrito la historia del Grupo Orígenes en términos premodernos de afectividad y lealtad, y ha comandado unas antologías de pensamiento martiano que se usan en la escuela como un medio de adoctrinamiento más peligroso que el marxismo. Más peligroso porque es más convincente. O más persuasivo en términos de cubanidad.

La desmitificación martiana incluye, como un capítulo interesante, la desmitificación de Orígenes. Incluso la de José Lezama Lima, quien tiene en Virgilio Piñera un ícono alternativo.

Dos ejemplos: el pensador habanero Alexis Jardines, después de hacer una de las más sugerentes lecturas especulativas de Martí, niega en su libro “Filosofia cubana en nuce” (2005) que exista una filosofía martiana; según cree, habría solo ideario. Como parte de su trabajo reciente, hasta donde he podido conocer, se desplaza a favor de José del Perojo en su tensión con Martí. Del Perojo, neokantiano, alumno de Kuno Fischer y traductor al español de la “Crítica de la razón pura”, le parece un pensador con mejores contornos que Martí. Por su parte el novelista Jorge Angel Pérez en su libro “Fumando espero” (2003) da un definitivo protagonismo a Virgilio Piñera; y va, junto a otros escritores jóvenes, prácticamente a una inversión simbólica del canon literario cubano que desborda las irreverencias de Reinaldo Arenas.

Nuestra participación en ese programa desmitificador tuvo resultados. Creo que uno de los más interesantes tiene que ver con el trabajo en equipo con otros dos profesores universitarios en esos años `90. Hay al menos dos textos publicados que atestiguan ese esfuerzo; uno publicado en México, titulado “La muerte incierta de José Martí”, y otro publicado en Francia titulado “José Martí: poder, legitimación y símbolo”. Ambos son una suerte de “streep tease” historiográfico en el sentido de que “deconstruyen” mostrando el montaje de la mitificación martiana.

Pero todo este entusiasmo postmoderno comenzó a palidecer después de una charla con el Sr. Manuel Márquez Sterling tras la lectura de la conferencia “Cuba es la noche”, con motivo de los actos por el centenrario de la República que en el 2002 organizó el Centro Cultural Cubano de New York que dirige Iraida Iturralde. Entonces comenzó la autorrevisión.

Un programa intelectual, como este de la desmitificación martiana, contiene varios momentos que en un gesto de elección muy personal voy a amarrar a documentos concretos.

1-Momento de aporte positivo, es decir, trabajos propiamente desmitificadores de Martí. Incluyo aquí todos los realizados dentro del arte y las investigaciones referidas. Ellos tratan de dar una visión de Martí como amante, como hombre lleno de apetitos y fragilidades. Un Martí apartado de lo mítico.

Si tuviera tiempo de hacer historia, mencionaría como antecedentes el Martí de Raimundo Menocal y Cueto en su “Historia del Pensamiento Cubano”, que lo cuestiona sin negarlo. Y el de Reinaldo Arenas en “El color del verano” que, todavía en los límites de la reverencia martiana, lo deja expuesto a las miradas postmodernas.

2-Momento de anunciación de que la propia desmiticación está sujeta a un cierre de ciclo. Indexo aquí el libro de Rafael Rojas “José Martí, la invención de Cuba”. Publiqué y comenté con el poeta Orlando González Esteva, que se preparaba a presentarlo en Madrid, que el título de este libro podía llevar a equívocos. Sobre todo a la gente que habla de los textos sin leerlos, no solo por negligencia intelectual, sino también porque el trabajo periodístico padece una alta velocidad.

Aventuré, como una broma, pero aprovecho ahora la presencia de Ernesto Hernández Busto para decirlo con más formalidad, que el título de Rojas es una concesión a la “tropa postmoderna” de Barcelona. Les dio en el título lo que Rafael no podía darles en el contenido: un pretendido convite de desguase martiano que su seriedad intelectual le veta por definición. Lo veta porque Rojas ha hecho un gran sacrificio en aras de su trabajo como intelectual público: ha subordinado al mismo su prodigiosa sensibilidad estética.

La belleza de las páginas martianas que aparecen en el libro de Rojas parece como un contrabando artístico si una las mira a través del título.

Para entender lo anterior me detengo en una nota preliminar que Rojas da a su propio libro. Se titula “¿Olvidar Martí?”. Ese lema interrogativo dialoga con el título de Jean Baudrillard “Olvidar a Foucault” del cual dice Rojas: “Tal vez lo mejor de `Olvidar a Foucault`... fue la sutileza del título.”

Y es también esta vez el título, sobre todo ese cintillo que se ve desde cualquier parte, “la invención de Cuba”, lo que ha predominado en algunas miradas críticas sobre el texto.

De cualquier modo, aunque el libro de Rojas no se inscribe en el programa desmitificador, sí participa legítimamente de él: comparte referencias, problemáticas, propósitos. El ensayo número VII, que le da título al libro, “La invención de Cuba”, es un texto postmoderno que concede a Heidegger y Edmundo O`Gorman el rol des-fundamentador.

3-El momento de cierre del programa lo cifro en el libro de Miguel Fernández “La muerte indócil de José Martí”(2005). Quien quiera convencerse de la humanidad del personaje y de toda la historia cubana, quien desee pasear a la vez por la historia y la política actual debe leer este libro. Hay momentos petrificantes que abarcan hasta los propios vacíos simbólicos de nuestra cultura. Vacíos fecundos, me refiero. No puedo dejar de mencionar el concerniente a las páginas perdidas del “Diario de Martí” del 6 de mayo, donde debía haber escrito las impresiones de su entrevista con Maceo en La Mejorana. Basándose en una fuente importante Fernández revela que las páginas del 6 de mayo, según las notas de su custodio, contenían una lista de repartición de fondos de la guerra; una lista, al parecer, bastante incómoda para alguna gente. Para quienes pensamos que lo que al fin de cuentas escribió Martí el 5 de mayo sobre Maceo es suficiente, se nos vuelve bastante creíble esta disquisición.

4-El momento inercial. Aquel que reincide en el camino emprendido pero ya en el plano de lo que Thomas Khun llamaba “ciencia normal”. Aquí puede verse el libro de Lillian Guerra “The Myth of José Martí: Conflicting Nationalisms in Early Twenty-Century Cuba” (Chapel Hill&London: University of North Carolina Press, 2005).

5-Por último refiero el momento de salida, es decir, el de las nuevas aproximaciones a Martí. En este punto, coincidiendo con el profesor Raúl Miranda, creo que una de las más interesantes corresponde a un amigo y colega español, el profesor Antonio Lastra, de la Universidad de Murcia, quien mira a Martí desde el punto de vista de la escritura constitucional norteamaricana. Los libros, conferencias y traducciones del profesor Antonio Lastra deben ser seguidos por todo aquel que realmente busque una nueva mirada martiana. Las analogías escriturales en las que Lastra se arriesga, como esa que establece entre la frase “Nuestra América” de Martí y el “We, the People” de la escritura política norteamericana, abren importantes posibilidades.

Si la Cuba del futuro no va a ser postnacional, si va a ser una comunidad nacionalista con cualquiera de sus adjetivos posibles (cristiano, conservador, de izquierda, democrático, etc), pues ese nacionalismo debe atender a unas carencias básicas que esa condición tiene en el caso de Cuba. Más que en virtudes, el nacionalismo cubano parece asentado en algunos vacíos:

1-Carencia de reivindicación lingüística.

2-Carencia de tipo racial coherente.

3-Carencia de texto sagrado.

José Martí puede ser un auxiliador piadoso en esas incompletitudes. En fin de cuentas, como confesó un antiguo racionalista al final de su vida, nada podemos contra los mitos de nuestros vecinos.

Muchas gracias.

Emilio Ichikawa.
Enero 28-2006.

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