Por Kaloian Santos
Fotos: Kalojan
agosto 30, 2025
Allí el Apóstol sigue convocando miradas y memorias. Un mural reciente lo devuelve al paisaje neoyorquino, recordando la huella del Apóstol en la ciudad donde vivió algunos de sus años más fecundos.
Estatua de José Martí en el Parque Central de Nueva York - Foto Kaloian
Llegar a Nueva York es entrar en un universo de símbolos, nutrido por la literatura, el cine, la fotografía y por quienes dejaron su huella en la ciudad. Sin haberla pisado, creemos conocerla; y cuando por fin caminamos sus arterias, más que descubrirla salimos a buscar esos emblemas.
Para un cubano como yo, la prioridad íntima estaba antes que otros íconos como la Estatua de la Libertad: encontrar a José Martí. Así, a pocas horas de desembarcar, tomé la Sexta Avenida —Avenida de las Américas— hasta la calle 59, en la entrada sur de Central Park. Allí, flanqueado por los libertadores José de San Martín y Simón Bolívar, me aguardaba el Apóstol de Cuba.
Con una altura total de nueve metros, Martí se alza a caballo, en bronce, sobre un imponente pedestal de granito negro. El corcel se encabrita, afirmado en dos patas; el cuerpo del combatiente se pliega con la mano al pecho, el gesto atravesado por el dolor de los disparos. Frente a ese relámpago inmóvil, se entiende que la escultura narra un instante y, a la vez, una biografía: el hombre que organizó desde Nueva York la guerra necesaria y cayó en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, apenas seis semanas después de volver a pisar tierra cubana, decidido a no pedir exenciones al sacrificio que predicaba.