lunes, 29 de septiembre de 2025

Algo más sobre la prosperidad en el pensamiento y los actos de José Martí

Luis Toledo Sande
septiembre 27, 2025

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La obra de José Martí no sirve para todo, y tampoco hay nada que ocultar en ella. Pero ha sido objeto de lecturas tendenciosas o torpes “simplemente”, y se le han endilgado textos que no le pertenecen y hasta la traicionan.

En algo de eso podía estar pensando Silvio Rodríguez cuando empezó el más reciente de sus memorables conciertos leyendo del artículo “Maestros ambulantes” un fragmento donde aparecen líneas a las que —entiende que con una perspectiva similar a la del trovador— se ha referido en otras páginas el autor del presente artículo. Al menos uno de sus acercamientos al tema se puede leer en “Cubaperiodistas”.

“Maestros ambulantes” circuló en el número de mayo de 1884 de La América, revista editada en español, en Nueva York, y que Martí llegó a dirigir. En esa publicación desplegó una intensa labor en pos del desarrollo que él sabía necesario para nuestra América en esferas como la educación, las ciencias y la tecnología.

Lo que se dirá a continuación no concierne a la legitimidad con que citó el texto Silvio Rodríguez. En la Escalinata de la Universidad de La Habana le rindió a Martí un homenaje vivo, como el que no se logra cuando los textos se emplean a manera de consignas ocasionales o meramente utilitarias, sin cabal conciencia de su contenido.

Hasta donde este articulista sabe, está por hacerse una exploración previsiblemente fértil: la que mostraría la presencia —explícita o, sobre todo, implícita— de la obra de Martí en las canciones, y el pensamiento, del trovador. Lo que sigue no pasa de aludir a causas probables de que las líneas tratadas centralmente en este comentario puedan parecer que han sufrido escamoteos ajenos a su alcance, o más que parecerlo.

La primera vez que este articulista oyó citar enfáticamente esas líneas de “Maestros ambulantes” fue en un coloquio, enarboladas por un joven ponente. En su intervención de entonces —y acaso aún más en otras— pudo percibirse una pasión que rebasaba la voluntad crítica, tan necesaria aunque no siempre sea atinada y sana, o, dicho de otro modo, que apuntaba quizás a distanciarse del proyecto político cubano.

Ello hizo que este comentarista creyera necesario impedir que la cita aludida se asociara mecánicamente con la hostilidad a la Revolución. Así como cabe estimar que, sin desconocer lo que puede representar el paso del tiempo, si algo en Martí nos impugnara se deben buscar las razones esenciales para la probable impugnación, pues su obra se caracteriza por la vigencia, no por la anacronía.

Lo central de “Maestros ambulantes” abierto a debate son estos breves párrafos:

Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.

De ellos no sería irresponsable afirmar que durante años se subrayaron en particular los dos primeros. Eso podría explicarlo un más visible sesgo aforístico y, sobre todo, su vínculo con aspiraciones directamente inscritas en la transformación revolucionaria del país: la ética, asociada a la bondad, y la cultura, asociada al conocimiento, pero sin agotarse en él.

El más afortunado en cuanto a difusión ha sido el segundo, desde la Campaña Nacional de Alfabetización, aunque no siempre se haya tratado todo lo bien que merece. Para hacerlo más conciso y recordable se hizo habitual ceñirlo a “Ser cultos para ser libres”, reducción que mengua su valor de ideal irrecusable: “Ser culto es el único modo de ser libre”. Así lo concibió y escribió el artista y pensador que dominaba a fondo las palabras, y no las malgastaba.

En los reclamos de la transformación ética y cultural necesaria, parecía no darse la debida importancia a lo económico. Eso podría explicarse porque no era factible esperar a tener una economía solvente para luego plantearse metas sin cuyo logro poco valdría un desarrollo material varado en el pragmatismo y la pobreza espiritual.

También por eso la Revolución Cubana haría suya la convicción que el propio Martí plasmó en el ensayo “Nuestra América”, publicado en 1891: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. Pero, para defender las ideas justas, organizó una guerra de liberación, en la cual las trincheras de piedra también serían vitales, como ha ocurrido a lo largo de la historia revolucionaria de la nación, y del mundo.

Las circunstancias pueden haber propiciado que se prestara insuficiente atención a la terca economía, de la que no cabe esperar que la ética reciba la misma generosa comprensión que de la historia. Tal vez ello suscitó, por compensación o desquite, que al reconocer el espacio que le corresponde a la economía en la vida cotidiana y en la prédica ideológica, algunas interpretaciones cargaran la mano sobre su importancia. En un momento dado el Partido le dedicó un Congreso al tema económico, y una Conferencia a la ideología. Habría que ver si esta no se supeditó a urgencias prácticas.

Tampoco se debe descartar la avidez de solvencia material en algunas de las personas que reclamen atender la economía. Pero, en lo tocante a Martí, es necesario leer claramente lo que claramente expresó él cuando afirmó que, para ser bueno, era (es) necesario ser próspero. Se refiere a “lo común de la naturaleza humana”, y ante esa precisión se yergue una verdad: él no cabía en tales límites.

No era un teoricista, ni un pensador contemplativo y ególatra que elaboraba ideas para la tranquilidad de su conciencia. Crecía como ideólogo que pensaba en el futuro de su pueblo. Aunque todavía lejos del liderazgo que llegaría a tener, el 6 de julio de 1878 le escribió a Manuel Mercado: “¿He de decir a V. cuánto propósito soberbio, cuánto potente arranque hierve en mi alma? ¿que llevo mi infeliz pueblo en mi cabeza, y que me parece que de un soplo mío dependerá en un día su libertad?”

Se plantearía lograr no solamente la liberación nacional de su patria, sino la fundación en ella de un pueblo, lo que podría parecer irracional cuando ya obviamente existía un pueblo en Cuba. La realidad es que su programa encarnaba una profunda voluntad transformadora, revolucionaria: “A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres”.

Eso, que se lee en el artículo “A la raíz”, publicado en Patria el 26 de agosto de 1893, revela la perspectiva del dirigente político que en 1892 creó el Partido Revolucionario Cubano. En las Bases de esa organización estampó el propósito de “fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.

Hablaba del equilibrio de las fuerzas sociales, y de los peligros de la libertad repentina en una sociedad formada en la esclavitud. Pero su aspiración de fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia la explica el contraste con las sociedades que él había conocido: desde la Cuba colonial y su metrópoli española hasta los Estados Unidos, pasando por varias repúblicas de nuestra América lastradas por herencias de la colonia. En su pensamiento se unían un realismo contrario a manquedades que menoscabaran la equidad, y cualidades personales que desbordaban “lo común de la naturaleza humana”.

Raigalmente culto, en su prólogo a Cuentos de hoy y de mañana (1883), de Rafael de Castro Palomino, había escrito: “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, solo lo es uno: y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia”. No necesitaba ser próspero para ser bueno, y —lejos de quienes han visto en la austeridad una condena — era sinceramente austero, y no confundía la prosperidad con la opulencia, fundada a menudo en la inmoralidad y la injusticia.

Tanto como su vida fue un hecho moral, sus concepciones las validó su conducta. No solo dijo, como en Versos sencillos, que quería echar su suerte con los pobres de la tierra: la echó de veras. Hasta se tiene la impresión de que optó por ser pobre: teniendo talento más que suficiente para brillar y enriquecerse, vivió con suma humildad.

Cuando bajo su dirección se organizaba una guerra para la que se recibían contribuciones de pobres y de ricos, siguió viviendo humildemente, como lo confirmaban su indumentaria y sus actos. Así personificó, desde antes de la contienda, el ejemplo que lo autorizaría a pedirles entrega y sacrificio a sus compatriotas en la república moral a que aspiraba para su patria.

Quería que su pueblo tuviera condiciones de vida que no dieran pretextos para faltar a la honradez. Estaba convencido de que “la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí”. Lo escribió en una comunicación —considerada de julio de 1893— a los presidentes de los clubes del Partido Revolucionario Cubano.

No todos los ideales que abrazaba y defendía podrían lograrse con buenos deseos. Sabía que se necesitaban transformaciones que no se habían dado ni en Cuba ni el resto del mundo. El 24 de octubre de 1894 publicó en Patria el artículo titulado precisamente “Los pobres de la tierra”, para elogiar las aportaciones de los más humildes a los fondos de la guerra de liberación que se gestaba, más meritorias para él que las de los ricos.

Entre los últimos había patriotas, pero también los que abandonaban la patria al sacrificio de los humildes y luego querrían, “astutos, sentarse sobre ellos”, afirmó asimismo sin rodeos en ese artículo. Desde su resolución personal y la orientación colectiva que se proponía sembrar en el movimiento revolucionario, a los compatriotas pobres les prometió que no trabajaban para traidores.

Pero había fuerzas que no se podían ignorar, y no es casual que en ese mismo texto declarase: “En un día no se hacen repúblicas; ni ha de lograr Cuba, con las simples batallas de la independencia, la victoria a que, en sus continuas renovaciones, y lucha perpetua entre el desinterés y la codicia y entre la libertad y la soberbia, no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano”.

Su muerte y la intervención de los Estados Unidos —que él se había propuesto impedir—, así como la complicidad de quienes buscaban sentarse sobre los humildes, provocaron una grave frustración en su proyecto. De igual modo, la hostilidad de la potencia imperialista, la herencia de tradiciones y traiciones internas contrarias a la equidad, junto con la quiebra —temporal al menos— de los afanes socialistas en el mundo, impediría que la Revolución llamada a darle continuidad décadas después al proyecto martiano tuviera la plenitud que ella y el pueblo merecían, merecen.

Por semejantes derroteros el concepto de prosperidad puede tomar caminos muy diferentes de los que Martí concebía para enfrentar reclamos propios de lo común de la naturaleza humana, o los ha tomado. Pero en ningún caso vale suponer que sus ideas sobre la necesidad de ser próspero para ser bueno legitiman la riqueza inmoral, y mucho menos la alcanzada a expensas de las penurias del pueblo.

La vida confirma que, aunque ser próspero pueda propiciar determinada garantía para conductas no delictivas —como las que pueden asociarse a la supervivencia en medio de circunstancias lacerantes—, la prosperidad no basta para ser bueno. A menudo se afinca en la carencia de espíritu solidario, y puede parar en la justificación de la maldad.

Aunque se tome como una especie de autorretrato, no como una regla universal ineludible, viene al tema su elogio —en el segundo número de la Revista Venezolana— al erudito Cecilio Acosta. En ese ilustre hijo de Venezuela alabó la fidelidad al concepto de que, “si se es honrado, y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y ser rico”. También en eso puede pensarse al leer en “Maestro ambulantes”: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria”.

Ampliar imagenLuis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

Tomado de: Cuba Periodistas

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