Por Yang Fernández Madruga / Adelante
25 Marzo 2021
Foto: tomada de habanaradio.cu
CAMAGÜEY.- El implacable asedio político de los Estados Unidos hacia nuestro país ha sido una constante invariable desde antaño. La fragua de calumnias y difamaciones de la nación norteña, ya se ha hecho habitual como otra arma alternativa para agredir la soberanía de la Mayor de las Antillas. Sin embargo, la integridad de una pequeña isla, ha tenido a sus fieles defensores en la historia. José Martí Pérez, con la idea y criterio precisos, hizo de Vindicación de Cuba, un escudo definitivo para proteger al pueblo cubano.
Un 20 de marzo de 1889, en el cuerpo del diario norteamericano, The Evening Post, se reprodujo un artículo del rotativo The Manufactures, de Filadelfia, donde se refería a las relaciones entre la patria de Lincoln con su vecino caribeño. Apareció en el primer periódico con el título “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba” y en el segundo, con la incógnita “¿Queremos a Cuba?”. Desde el propio enunciado, la egocéntrica interrogante planteaba las intenciones de apocar a la tierra de grandes próceres como Ignacio Agramonte y Salvador Cisneros Betancourt.
Si el titular resultaba sugerente, el contenido lo confirmaba. En esencia aquel trabajo periodístico, al entender de un buen cubano, era un intento de humillar a su gente y de demostrar con ofensas infantiles la incapacidad de gobernar de sus habitantes. Los calificativos escogidos por aquel personaje, incluían el de “(…) ociosos de moral deficiente, incapaces por naturaleza y de escasa experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en una república grande y libre”.
Es lógico suponer cómo reaccionó el Apóstol ante tales improperios: la mirada seria, el ceño fruncido y las pupilas recorriendo cada letra mientras un fuego interno le exigía tomar la pluma y hacer justicia. Ningún hombre, mucho menos el residente de un país imperialista, era digno de llamar a los valerosos héroes de la Guerra Grande, “afeminados, perezosos, inútiles verbosos, enemigos del trabajo recio, falta de fuerza viril y de respeto propio”.
Pero los insultos no eran meros adjetivos aislados. Los acompañaba un análisis sobre las posibilidades de anexar a Cuba. Había que montar, sobre la celulosa, otro escenario favorable para tender la alfombra de la injerencia. El Maestro, conocedor de las entrañas y segundas intenciones del insaciable Tío Sam, no vaciló en sostener, como un sable, la pluma con la que contratacaría las falsas acusaciones.
“(…) Nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo (…)”, expresó nuestro Héroe Nacional, y encarando las injurias, contó cómo aquellas juventudes “supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra (...) obedecer como soldados, dormir con el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir”.
Pero el más universal de los cubanos no detuvo su tinta apologética y ensalzó la voluntad creadora de los nacidos en este país como el poeta del Niágara, José María Heredia, el jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua, Menocal, o a Márquez, comerciante exitoso del Perú. Todos, nacidos en su mismo terruño y que fueron transformadores directa, o indirectamente, de la realidad, en el exterior, incluso la de EEUU.
Se aprecia en las letras martianas una acusación a la postura “neutral” del estado norteamericano en la contienda que se prolongó por una década: “(…) Extendieron los límites de su poder en deferencia de España. No alzaron la mano, no dijeron palabra”. Seis años después de la respuesta de José Martí al artículo del The Manufacturer, ocurriría el connotado fracaso de la Fernandina, puerto estadounidense donde sus autoridades confiscaron tres embarcaciones con pertrechos para la Guerra Necesaria. El Apóstol, su organizador, comprobó una vez más que nos observaban como una fruta madura, no como una nación que deseaba la independencia.
Para confirmar la determinación de sus semejantes, aclaró a quienes señalan que “la lucha no ha cesado (…) Solo la vida cesará entre nosotros en la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas (…) y por el temor de justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o para la ocasión de una burla para The Manufacturer”.
El aniversario 132 de la respuesta del creador de los Versos Sencillos, un 25 de marzo de 1889, parecen distantes en el horizonte de la historia. Pero los cubanos y sus hermanos extranjeros, todos los días vindican a esta isla caribeña. La vindican frente a esos que de un plumazo lastran, con odio, su soberanía. La vindican de los flojos de corazón y espíritu que le cantan con hipocresía, abrazados a su bandera. La vindican, entre tantos ejemplos, con el de los médicos que hoy laboran sin descanso por salvar de la Covid-19, a sus coterráneos. La vindican de mil maneras, pero eso sí, con las postura de nuestro Héroe Nacional.
Tomado de: Adelante.cu
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