Diario Las Americas
Publicado el 09-16-2006
POR LUIS MARIO
Las tres grandes obras poéticas de José Martí son el Ismaelillo libro dedicado a su hijo pequeño; Los Versos libres y los Versos sencillos. Pero hay también muchos poemas escritos en diversas ocasiones, en el ir y venir del primero de los patriotas cubanos, entre los que permanece una bella selección de versos dotados de un fino erotismo. “Guantes azules” es una de esas páginas martianas que se apartan de su propia y uniforme tradición. Son tres estrofas que siguen una misma configuración rítmica, pero la primera usa la rima asonante, la segunda es completamente sin rima -versos libres, como se decía entonces-, y la tercera está escrita con rimas consonantes.
Son cambios osados porque pertenecen al Siglo XIX, que estuvo tocado por cierta rigidez romántica en la confección estrófica, no así en la improvisación desbordante. Pero, tecnicismo aparte, resalta en esta obra la descripción surrealista de una alcoba matrimonial, la incitación, que es requiebro amoroso y la plenitud de la entrega en una imagen elíptica que cierra el poema.
Después del contacto de la abeja con la rosa, nada más puede decirse. Y el hombre enamorado calla. Si Martí es un escritor que a manos llenas reparte originalidades, es también un poeta del que fluyen las sorpresas. Y fluyen incontenibles, que es lo esencial.
Guantes azules. Por José Martí
I
Se me ha entrado por el alma
una banda de palomas:
me ha crecido y sale afuera
un rosal lleno de rosas.
Una luna apacible se levanta
sobre un campo poblado por las tórtolas:
un guerrero gigante resplandece
de pie, cual fuste de oro, entre las momias;
me parece que sube por el cielo
la madreselva que tu cuarto aroma.
IICalla, apaga la luz, deja que suba
el vapor de la tierra, y se levante
en la sombra el amor de nuestra almas:
caerán las cosas; dormirá la vida;
sólo tú y yo, gigantes desposados,
nos erguiremos de la tierra al cielo:
coronarán tu frente las estrellas:
de los astros sin luz te haré un anillo.
III
Yo llevo en las desdichas aprendida
una ciencia callada,
que reposa, como una puñalada,
en las entrañas mismas de mi vida.
Yo sé de la parcial sabiduría
con que el hombre se nutre y se aconseja;
pero yo no sabía
lo que sabe la rosa de la abeja.
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