domingo, 14 de septiembre de 2008

José Martí y Francia.

El Sol de Mexico
Pluma en Ristre
Nora Araujo
Organización Editorial Mexicana
14 de septiembre de 2008

Tradicionalmente los cubanos simpatizaron con el país galo por su historia y su cultura. En el siglo XIX la intelectualidad criolla y progresista se acercó a la cultura francesa como un rechazo a los modelos españoles dominantes. José Martí apreció el ejemplo francés. Pudo conocerlo de cerca en dos ocasiones, siempre al regreso a Hispanoamérica, concluidos sus dos destierros en España. En 1874 y 1879 pasó por París. Permaneció allí días invernales, recorrió museos, tomó apuntes y se entusiasmó con Sarah Bernhardt.

Martí dominaba el francés. Su primera traducción a esa lengua fue "Mis hijos" de Víctor Hugo, publicada en forma de folletín en la Revista Universal de México. En su nota introductoria al primer fragmento (17 de marzo, 1875) Martí expresa su alegría y a la vez su preocupación por traducir a Hugo. Teme traicionar su estilo. Aspira a escribir en buen español, pero siente que es capaz de "afrancesarse" con tal de seguir a "esa inteligencia que va más allá de los idiomas".

Como es sabido, el poeta cubano se ganaba la vida como periodista, pero también la traducción fue un medio de vida. El dominio del francés se extendía a Francia, su geografía e historia, su literatura, su teatro y su pintura. Este arsenal ocupó un lugar destacado en su formación como escritor. Por su pasado revolucionario, por su presente democrático y por su cultura, Francia aparecía en aquel entonces como un país admirable.

Durante varios años se dedicó a seguir de cerca los acontecimientos franceses (y de otros países europeos y americanos). Lo obligaba su labor como "corresponsal extranjero" para la revista caraqueña La Opinión Nacional y su colaboración en Nueva York, con The Hour y The Sun. En sus crónicas explicaba el funcionamiento del sistema francés, de la prensa, pero también comentaba matrimonios y defunciones, se ocupaba de las reseñas de libros, de los estrenos teatrales. Lo acontecido podía suscitarle una sentencia moral, una reflexión filosófica, una valoración histórica, un juicio estético.

De los narradores prefirió a Flaubert, celebrando su maestría perfeccionista, su laboriosidad. La relación con Zola era ambivalente: reconocía la importancia educadora de mostrar la desnudez de los abismos y el vicio, pero rechazaba su sistematización. De los poetas veneraba a Víctor Hugo, su resplandeciente ancianidad, su obra literaria. De la buena poesía, creía que no debía la rima obedecer de mal grado al pensamiento, ni tampoco era labor de los poetas crear frases melodiosas pero vacías de sentido.

Martí fue un eficaz comentarista de la vida teatral parisina. Admiraba fervientemente a la Bernhardt, manejaba los grandes nombres de la escena, atendía la composición social del público como indicador del clima político. Su oficio se asentaba en el conocimiento de los clásicos. Presintió la transitoriedad del tipo de teatro que se representaba en aquella época: "No harán clima en Francia ni fuera de ella, los cantares de Hugo, ni los fenómenos morales del hijo de Dumas".

En sus textos siempre aparecía el París vivo: sus bulevares, sus teatros, sus bibliotecas, sus salones literarios, sus cafés; la Sorbona, la Comedia Francesa, la Opera. Después de la sentencia sabia o del dato erudito añadía el detalle humano, ambiental: la calle, el ruido, el movimiento; la imagen que ayudaba su lector a imaginar, a paladear. Pudo expresar lo esencial de la revolución impresionista, de "esos lienzos locos de estos pintores nuevos".

El carácter periodístico de las crónicas martianas exigió la concreción al hecho de actualidad, pero Martí no descuidó los contextos. Difusor en América del acontecimiento francés (amén de otros), el poeta escribió sobre Francia para ganar el pan, pero siempre con oficio y profesionalismo, sabiduría y deleite. Todo un ejemplo.

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