sábado, 11 de octubre de 2008

El Céspedes que llevó dentro José Martí.

10 de octubre del 2008

Periódico Granma
NYDIA SARABIA

No existen en discurso o escritura textos más singulares y perdurables en el tiempo que los que escribió José Martí. Es difícil parangonarlo con otros escritores, poetas, historiadores, analistas, sociólogos, politólogos, científicos sociales, sin tener en cuenta que Martí no solo fue un precursor del modernismo, sino su iniciador y esto lo sabía bien su discípulo Rubén Darío.

La dicotomía entre dos de los más importantes géneros en que descolló: la poesía y la oratoria, se deslinda en su noble y profundo pensamiento político, filosófico, cultural. Sin embargo, esa dicotomía se perfila cuando leemos y analizamos párrafos del paralelismo tan preciso y justo que escribió como el titulado: Céspedes y Agramonte, publicado como artículo literario o ensayo en El Avisador Cubano, de Nueva York, el 10 de octubre de 1888, en el aniversario 20 del grito de La Demajagua.

Lo comenzó diciendo:

"El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicia; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aun quedara en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes. Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas. Hoy es fiesta, y lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz y magnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creación de un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aún en la muerte. ¡Aún se puede vivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales!" (1)

Se puede decir que desde su adolescencia Martí fue un cespedista consuetudinario. Lo siguió durante su atormentada prisión en las canteras de San Lázaro, lo continuó en su destierro político en España y luego en Estados Unidos. Continuó el paradigmático destino de aquellos hombres sublimes que dieron sus vidas por la libertad y soberanía de su Isla tal como la soñó y murió el Padre de la Patria, al caer en combates desiguales y trágicos: uno en San Lorenzo, el otro en Dos Ríos.

En ese mismo ensayo sobre Céspedes y Agramonte acotará:

"Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro". (2)

Desde que Martí arribó a Nueva York en 1880 pensó en poner su elocuente oratoria a exaltar la fecha del 10 de octubre, para un llamado a la unidad inquebrantable de los cubanos, tanto los de la emigración como los de la Isla. El 24 de enero de 1880 en su discurso conocido como Lectura Patriótica, en Steck Hall, utilizó frases que hoy se hacen actuales y célebres, tales como: "Esta no es sólo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión".

En esa histórica lectura en el Steck Hall añadió otros conceptos y entre estos subrayó: "No hablo yo de aquellos mártires escasos que por cumplir melancólicos deberes, sacrificaron vehementes aficiones; mas sí de los que vivieron de brazo con los electos españoles, y les sirvieron en sus oficinas, y escribieron en sus periódicos, y se alistaron en sus filas, y engastaron en la luctuosa cinta de hule los colores a cuya sombra se disparaban en aquel instante las balas que echaban por tierra a Ignacio Agramonte y a Carlos Manuel de Céspedes... ". (3)

En Céspedes también aleteó y creció la integración y emancipación hispanoamericana de El libertador Simón Bolívar. Martí conocía bien este pensamiento bolivariano cuando indagaba aquella ayuda solidaria que Venezuela enviaba a los patriotas cubanos como las expediciones que salían, burlando las cañoneras españolas, de Puerto Cabello y Maracaibo en el glorioso Virginius, entre ellas la conocida como la expedición bolivariana que organizaron y trajeron a la Isla los generales Manuel y Rafael de Quesada y Loynaz, cuñados de Céspedes. Esas expediciones mantuvieron viva la guerra que duró diez años heroicos, cuyo análisis historiográfico y epistemológico todavía merece profundizarse con nuevos y fidedignos documentos. En esas expediciones se transportaron pertrechos de guerra, acémilas, alimentos, ropa, medicinas y también hermanos venezolanos, algunos de ellos dieron sus vidas por la causa revolucionaria de Cuba. La guerra de los diez años (1868-1878) dio al Ejército Libertador Cubano, siete generales, el mayor número de combatientes de todo el Caribe y el continente. (4)

Cada 10 de octubre era una fiesta, como bien señaló Martí y a esa memorable efeméride le dedicó sus encendidos discursos, así como a los heroicos bayameses y camagüeyanos que se levantaron en armas. La oratoria martiana de esa fecha es una dialéctica para todos los tiempos. Los dictó en el Masonic Temple, en el corazón de Nueva York , el 10 de octubre de 1887, en 1888 y 1889, en el Hardman Hall, así como el de 1890 organizado por el club Los Independientes. Luego vendría la renuncia de su trabajo como cónsul de Argentina y Uruguay, y en la prensa para dedicarse a recorrer países del Caribe y América en la propaganda del Partido Revolucionario Cubano y organizar la "útil y necesaria guerra".

Ahora que en algunas partes fuera de Cuba se insulta, se reniega y se calumnia a esa pasión martiana por la libertad, la justicia social, donde existen sietemesinos, neoanexionistas y seudomartianos, tenemos la oportunidad de apuntar algo para acentuar el sentimiento patriótico y revolucionario, la sensibilidad por ese Céspedes que llevó dentro José Martí, y no dejar de pensar en su famoso Céspedes y Agramonte como para releerlo todos los días.

Notas:

(1) José Martí. Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1963. t. 4 , p. 358 a 362.

(2) Ibídem, ob. Cit., t. 4, p. 358.

(3) Ibídem, ob. Cit., t. 4, p. 183

(4) Nydia Sarabia. Entre la memoria y el tiempo. Ediciones Verde Olivo. La Habana, 1996.

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