miércoles, 1 de octubre de 2008

¿Cómo era José Martí?

Fernando Dávalos
Colaborador de Rebelde
1ro. de Octubre de 2008, 10:10 a.m.

La Habana, Cuba.- Se ha escrito que José Martí poseía el arte de escuchar, pero era un hombre que hechizaba a quienes estaban atentos, en un aula con los cubanos negros de Brooklyn, en salones de la Quinta Avenida neoyorquina, o ante la tropa mambisa alzada en los campos orientales de Cuba. Podía transformar su cálida voz, de rápida y pegajosa palabra en la intimidad, en un fogoso y convincente discurso, cuando así era necesario.

De entonces algunos detallan sus ademanes, el gesto y la mirada penetrante y enérgica, y dulce, como lo señaló la chilena Gabriela Mistral, que hallaba vida en sus ojos aún después de muerto Martí, en cualquier retrato antiguo. Su palabra y sus ojos eran su elocuencia.

Era hombre de detalles. Cuando visitó a Manuel Mercado en 1894, ya próximo a su caída en combate, Martí no olvidó una flor o un pequeño recuerdo. En víspera de un viaje a Tampa, suprimió su comida para comprarle un recuerdo a la hija de cinco años de un tabaquero. Al hacer una visita, dirigía una palabra amable a cada persona, cual repetía en las despedidas de sus cartas, en sus dedicatorias y en sus poemas. Recordaba casi siempre a quien vio antes, lo recuerda el historiador Pedro Pablo Rodríguez.

Martí no era tan serio como aparece en las fotos de entonces, como era una costumbre. Intercalaba la risa en sus conversaciones, y gustaba de bailar. Se le recuerda en México cómo animaba las redacciones y las tertulias de intelectuales.

En Nueva York, maduro ya, sus amigos le buscaban para ir al bar de moda, en el hotel de Hoffman. Sabía de vinos y comidas, y dice Enrique Collazo, quien lo trató en momentos en que apenas dormía, porque preparaba expediciones subrepticias para Cuba, ordenaba una comida como nadie, pero comía poco o nada. ¡Cómo serían las preocupaciones de Martí!

Fue Pepe frugal de hábitos y por necesidad, y quizás también para predicar sin palabras ante cualquier cubano habitualmente dispendioso. Martí era hiperquinético, como ahora se dice, nervioso y no podía estar tranquilo, pero pasaba horas escribiendo. Subía los escalones de dos en dos, pero le leía pacientemente a su hijo y pasaba largos ratos cerca de María Mantilla, mientras ella estudiaba piano. Martí supo combinar las decisiones de la guerra que preparaba (1895), con los detalles amorosos de su hogar, a pesar de tan graves tensiones en cada momento. Pudo controlar y encauzar su orgullo, su rebeldía y cualquier arranque de soberbia. Fue una voluntad al servicio de la causa y de los demás.

“Era un hombre de gran corazón que necesitaba un rincón donde querer y donde ser querido. Tratándole se le cobraba cariño, a pesar de ser extremadamente absorbente”, relata uno de sus colaboradores en las lides patrióticas, cuya relación con José Martí comenzó con un sonado choque epistolar. La naturaleza viril del soldado Martí se mantuvo en todo momento, y con sus convicciones, le llevaron al primer combate en la localidad de Dos Ríos, en la zona oriental de su amada Cuba, el 19 de mayo del año de la guerra que previó, donde cayó de su cabalgadura muerto a balazos, en la que no era habilidoso jinete. En esos momentos marchaba a organizar el gobierno de los patriotas en armas, otra inmediata encomienda y preocupación de la histórica causa.

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