jueves, 2 de octubre de 2008

La ética y la acción de José Martí.

Fernando Dávalos
Colaborador de Rebelde
2 de Octubre de 2008, 9:50 a.m.

LA HABANA, CUBA.- El pensamiento ético y la acción de José Martí, en la segunda mitad del siglo XIX, tenía una matriz latinoamericanista y de apego a las clases populares, y hacen saber que la grandeza no puede hacer olvidar las obligaciones familiares y cotidianas. Por eso se entiende que fue un hombre sometido a múltiples tensiones, contradicciones y hasta reveses. Supo construir su imagen pública patriótica, en estrecho y singular contrapunto con su vida íntima, y sufrió la incomprensión de su madre, de la esposa y de numerosos amigos, que deseaban que su brillante talento se aplicase al ejercicio de la abogacía y al disfrute de una holgada vida familiar.

Martí padeció, pero no cejó por entregarse a Cuba.

Pasó tiempo separado de su hijo, lo que expresó más de una vez en sus textos, y eso le dolía. Tanto fue que le hizo considerarse un muerto en vida. Adoptó el sencillo traje de color negro porque afirmaba que guardaba luto por la esclavitud de Cuba. Se sintió desposado con la patria. Pero no cesó en sus delicadezas de caballero y fue buen conocedor de telas y modas, y aconsejó con buen gusto a sus amistades, al comprar ropas para su hijo y al presentar a los personajes femeninos de Lucía Jerez, su única novela. Mantenía sus finezas, pero se entregaba de cuerpo y alma a la conspiración.

Su sentido estético le haría rechazar el oropel y el artificio, y por ello, quizás, trabajaba sus textos sin cesar y nunca encontró sus Versos Libres a punto para publicar. Defendía lo pictórico, y un día en Nueva York gastó el único dólar de sus escuálidos bolsillos en comprar una taza de porcelana china para disfrutar de su belleza. La amistad y el agradecimiento formaban parte de sus deberes y de sus gozos. En sus cartas al mexicano Manuel Mercado demuestra que siempre reconocía en aquél la ayuda a sus padres y hermanas, y cómo le abrió él mismo las vías para incorporarse a la vida intelectual del México de entonces, y a su sustento diario. Martí fue así de honrado, que no olvidaba.

Su maestro Rafael María de Mendive, en los años juveniles, y mentor de su amor a Cuba, resultó siempre sagrado en su memoria. Quienes le tendieron la mano a Martí, fueron aceptados y queridos, aunque no coincidieran en sus posiciones políticas. Mediante la franqueza y la lealtad logró servicios para Cuba de un natural de Galicia que estaba integrado al recalcitrante Cuerpo de Voluntarios, afín al gobierno colonial, y de un joven español que servía en el barco que le condujo, en 1879, a la segunda deportación de su amada Cuba. Ese fue el joven Pepe Martí, comprometido en la lucha y en todo momento delicado, esclavo de sus letras, y humilde soldado de Cuba.

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