lunes, 22 de enero de 2024

Concepciones de José Martí en el Discurso del Steck Hall

Mónica
19 enero de 2024

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Cuando Martí llegó a Nueva York en enero de 1880, se incorporó inmediatamente al Comité Revolucionario del que había sido miembro en La Habana, donde vivió un año con su esposa, luego de la amnistía general decretada por el Pacto del Zanjón, y donde izquierda. deportado nuevamente por actividades conspirativas. Comienza entonces el breve y frustrado período de la llamada Guerra Pequeña, que fracasa por falta de preparación y demasiado personalismo y recelos, entre los que no faltaron los racistas. Martí, que escribió las proclamas de Calixto García y empezó a conocer los entresijos de la emigración revolucionaria, aprendió bien la lección. Su camino es otro, y ya ha comenzado a recorrerlo con la extensa lectura de Steck Hall (publicado días después como folleto bajo el título de Asuntos Cubanos con una nota en la que advierte: “decir es una manera de hacer”).[1]). Evidentemente le interesaba difundir las ideas sustentadas en este discurso, entre otras, de que los humildes habían sido los principales sostenedores de la Guerra de los Diez Años donde también analizaba con meticulosa elocuencia todos los aspectos fundamentales del problema cubano. Fue ayudado por evidencia histórica.

Este discurso, que en realidad fue una lectura de dos horas, es el primer examen en profundidad de las causas y objetivos de la guerra que se preparaba. No es difícil imaginar el asombro y entusiasmo que produjo por la penetrante calidad de sus motivos y la tumultuosa belleza de su forma. Pero seguramente más aún por el tono demoledor, profético y apostólico de aquel predicador que vino “a animar la fe de los creyentes con la buena nueva”. El primer término, que a Martí le interesa establecer, es la continuidad profunda con la guerra del 68: noble elogio a los veteranos de la emigración, lo que expresó no fue algo así como un arrebato pasajero y de ira. Una breve idea recorre el texto: «La intuición ya se ha convertido en inteligencia: los hijos de la revolución se han convertido en hombres»,[2] dijo casi al principio, y sus creencias en las leyes de la justicia histórica, que en él tienen una dimensión trascendente, abarcando los reinos de lo visible y lo invisible. Así exclama: “¡Tampoco era posible que tales hombres y tales acontecimientos murieran de una muerte tan oscura!”[3]

Aunque no faltan alusiones de apoyo a la guerra que en ese momento conmovió a una parte de Cuba, en la lectura predomina la remembranza de la guerra del 68 y la esperanza de una guerra futura: “Allí en esos campos, ¿qué árbol no ha sido horca? ¿Qué casa no llora por un muerto? ¿Qué caballo no ha perdido a su jinete? ¡Y ahora pastan en busca de nuevos jinetes![4]

Martí dedicó sus esfuerzos a lograr la organización y estrategia que salvara a la revolución de los riesgos y la reedición de páginas como aquella en la que los héroes se convertían en víctimas.

La búsqueda de forma, de coherencia, de significado, es lo que Martí aporta centralmente a la oscura inquietud de las fuerzas que se mueven en Cuba y en la emigración. Por eso este discurso no es sólo una predicación exaltada, sino también –y de ahí su carácter híbrido–una primera configuración política, e incluso filosófica, del hecho revolucionario cubano.

Aunque en emergencias revolucionarias ¡Es bueno sentir venir la ira!, para él un hecho era de especial interés. “Ésta no es la revolución de la ira. Ésta es la revolución de la reflexión”. [5]

Cuando reitera en esta lectura a los emigrantes de Steck Hall que “esta” no fue la “revolución de la ira” “esta” fue la “revolución de la reflexión” de todo esto surge la necesidad de fundar una guerra sobre otros principios, que garanticen que los gérmenes que habían debilitado a las anteriores no quedarían latentes, al triunfo de la república, reflexionando sobre la guerra que se desataría, hasta encontrar la diferencia radical entre las demás revoluciones latinoamericanas de las que se siente hijo, de la misma guerra del 68, de cuya obra es continuador y de “esta” revolución. Reflexiona también, lograr una guerra sin odio como ninguna otra jamás había intentado con tal espíritu. La voluntad de vencer y la ausencia de odio sólo se convertirían en fuerzas verdaderamente dinámicas si estuvieran equilibradas, si aparecieran unidas en grados iguales.

De una revolución que encuentra su origen en experiencias decisivas de su vida, especialmente la del encarcelamiento político, de la que emanó toda una reflexión sobre el carácter divisorio del odio (relaciones de odio y colonización), pero sobre todo de divisiones que ya no son externas, sino internas que habían facilitado la propia entrada de los españoles a América y luego favorecieron, por la desunión de las repúblicas hermanas, el predominio de la vecina república del Norte. Conflictos civiles, celos regionales, divisiones de diversos tipos que habían motivado no sólo la frustración de las repúblicas latinoamericanas, tras la hazaña emancipadora de Bolívar, sino el fracaso mismo de nuestra guerra del 68. Su reflexión, meditada y de raíz democrática, alimentó una voluntad contraria a la timidez autonomista, y también a la lucha apresurada y desprevenida.

La importancia de este primer discurso en Estados Unidos es su exceso, la pléyade de temas, ideas y sentimientos, donde es evidente que Martí pretendía volcar en una sola pieza el cúmulo de meditaciones que había acumulado en sus años de exilio.

Notas

[1] José Martí: “Discurso en Steck Hall”. En: Trabajos completosIV, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963. pp.182-211.
[2] Ob.cit., pág. 184.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ob.cit., t. 4, pág. 192.

Tomado de: News Es Euro

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