lunes, 14 de julio de 2025

Con ojos de madre amorosa: Mariana

Escrito por Odalis Riquenes Cutiño
12 July 2025

Hace más de 130 años su figura se eternizó y aún continúa inspirándonos “.. con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido…”, como le describiría José Martí tras visitarla al final de sus días, en Kingston, Jamaica; y su ejemplo es asidero para las cubanas cuando los tiempos aprietan.

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Necesitamos erguirnos como Mariana, solemos decir las mujeres de hoy cuando nos muerde el dolor o nos urge cobijar jornadas difíciles con el paradigma de aquella que, con amor de madre y orgullo de patriota, entregó todo al ideal de una Cuba libre, sin flaquear ante peligros y vicisitudes, y hasta hoy deviene legado, acicate, para empinarnos frente a la adversidad.

Mariana Grajales Cuello fue, sí, la madre de 14 hijos a los que, entre el rigor y la ternura, les enseñó a ser hombres y mujeres de bien, valientes, disciplinados, preocupados por la superación cultural, consecuentes, laboriosos, íntegros, pulcros, honrados, leales y patriotas, como ella, y les inculcó que por encima de la vida misma estaba la Patria.

De su vientre fértil nacieron: Felipe (1832), Manuel (1836) y Fermín Regüiferos (1838); Justo (1843) y los 10 vástagos que concibió con Marcos Maceo, el mulato de cinco pies y seis pulgadas, que devino el amor de su vida: Antonio (1845), María Baldomera (1847), José Marcelino (1849), Rafael (1850), Miguel (1852), Julio(1854), Dominga (1857), Tomás (finales del 57), Marcos (1860) y María Dolores (1861), quien falleció a los 15 días de nacida.

Fue la progenitora recta y contenida que reprimía las lágrimas por el hijo caído mientras instaba al otro a sumarse a la lucha, que hizo del dolor guardado su mayor demostración de amor, y el pilar y gran organizadora del hogar armónico que construyó con Marcos Maceo entre el entorno rural de Majaguabo y la casita de Providencia 16, en la ciudad santiaguera, donde todos sus hijos, sin distinción de padres, fueron educados por igual y arrullados con canciones que hablaban de libertad y dignidad.

Pero también supo ser desafío, transgresión, voluntad: la linda mulata santiaguera, toda gracia y frescura, que se casó a los 16 años y empezó a construir un proyecto de vida imponiéndose a los prejuicios de una sociedad que la estigmatizó por ser pobre, negra y mujer.

La joven viuda con tres hijos varones que tempranamente debió convertirse en cabeza de familia en un ambiente precario e inestable; y más tarde, como la muchacha enérgica, desenvuelta y capaz de defender sus ideas que fue, tuvo el valor de inscribir como hijo natural a Justo, su cuarto vástago, y unirse consensualmente con Marcos Maceo.

Tras el grito de octubre de 1868, cómplice junto al esposo de las ideas libertarias, alborozada como niña con juguete nuevo, hizo a sus hijos jurar sobre el libro de Cristo que liberarían a la Patria o morirían por esta, y con más de 50 años rompió con los tabúes de la época, abandonó la comodidad del hogar y marchó a la manigua llevando consigo a sus hijos pequeños, sus hijas y nueras.

Como la mujer madura, curtida por el trabajo y la maternidad que era, envolvió en lo más hondo de su jolongo mambí la ternura de madre, y la usó no solo en el cuidado prolijo y meticuloso de sus hijos, sino en el de todos los que combatían a su lado. Durante toda la Guerra Grande se mantuvo Mariana en los campos mambises sorteando la intemperie, el hambre, el frío, las largas caminatas por todo el Oriente y el Camagüey, siempre cerca de donde combatía su prole heroica.

En improvisados puestos médicos y hospitales de campaña supo derrochar esmero en la atención a los heridos y enfermos -cubanos y españoles-, a los que cuidaba como hijos propios con las hierbas del monte, sin importar el acoso del enemigo, empeñado en reprimir a las mujeres y familias de los mambises.

“(…)Todos hacían suyo aquel hogar. Aquella familia, era la patria y todos tenían derecho a ella (…)”, escribiría Fernando Figueredo, en alusión a aquellos días en que Mariana trascendió la impedimenta, para convertirse en aliento y resguardo de los heridos y enfermos, en los que depositaba todo su amor a la Patria.

Con todo pudo y a mucho se sobrepuso esta digna cubana en los campos insurrectos: a las continuas heridas de sus hijos, cuyos dolores atenuaba con bromas como “¡Cúrate (…), para que vayas a buscar la otra!”; y a la muerte del esposo, que en su agonía final dijo: “He cumplido con Mariana”, y de cuatro de sus vástagos, al final de la Guerra Grande. También Antonio y José, en la contienda del 95, aquellos que al decir del Maestro bebieron de sus pechos “las cualidades que los colocaron a la vanguardia de los defensores de nuestras libertades”.

Cuando los avatares de la campaña pacifista pusieron en peligro la vida de los familiares de los jefes mambises, marchó al exilio y en Jamaica puso otra vez a prueba su voluntad para adaptarse a un idioma y costumbres nuevas, a las dificultades económicas y a la dispersión de su familia.

Ni aún ante los intentos de asesinato de Antonio, la saña mostrada contra José, Felipe y Rafael y la estricta vigilancia española, su casa en el exilio dejó de ser centro de reunión de cubanos dignos, para quienes, al decir del Apóstol, tenía “manos de niña para acariciar a quien le habla de la patria (…)”.

Así la encontró José Martí en aquella visita, al final de sus días: “La madre de los Maceo, que quería a todos los cubanos que luchaban por la independencia. Y abría las puertas de su hogar a todos, como madre de todos”.

Y así trasciende hasta nuestros días: Mariana: madre de héroes y de la Patria, símbolo y estandarte de la mujer cubana. Y así será reverenciada este 12 de julio, en el aniversario 210 de su natalicio, por santiagueros de varias generaciones, en representación de toda Cuba, convencidos de que con los ojos de madre amorosa, continúa inspirándonos a empinarnos en tiempos difíciles.

Tomado de: Periódico Sierra Maestra

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