Luis Fernando Charry
26 de julio de 2025 - 01:05 a. m.
La inspiración de algunos poetas a veces proviene del dolor, pero muchos nunca terminan de sufrir. Por eso no pueden dejar de escribir (escriben mucho porque sufren mucho, aunque la calidad poética no está siempre a la altura del sufrimiento). Otros poetas se inspiran más bien en la belleza: un espejismo peligroso, como todos los espejismos, en especial cuando entra en pugna con una serie de espejismos en apariencia más “bellos” como la política o el pueblo o la revolución.
José Martí, el poeta “oculto” detrás de los ropajes del intelectual (¿o debería decir más bien el intelectual “oculto” detrás de los ropajes del poeta?), libró una guerra sin cuartel consigo mismo. Con razón Cintio Vitier, en el prólogo de la Obra literaria de Martí, subraya: “En rigor no es posible despojar a ninguna página de Martí de su carácter nativamente ético, moralizador, y en el sentido más profundo, político y revolucionario”. Esto abarca toda su obra periodística y literaria. Y se cristaliza en su poesía, donde el sufrimiento y la belleza se entrelazan.
Antes de echarle un vistazo a los versos vale la pena exponer el “ideal poético” de Martí a través de Juan Jerez, protagonista de la novela Lucía Jerez. Así lo describe el narrador: “Poeta genuino, que sacaba de los espectáculos que veía en sí mismo, y de los dolores y sorpresas de su espíritu, unos versos extraños, doloridos y profundos, que parecían dagas arrancadas de su propio pecho, padecía de esa necesidad de la belleza que como un marchamo ardiente, señala a los escogidos del canto”. Pasemos ahora a la poesía.
De Versos sencillos, el poema “XXII”: “Estoy en el baile extraño / de polaina y casaquín / que dan, del año hacia el fin, / los cazadores del año. / Una duquesa violeta / va con un frac colorado: / marca un vizconde pintado / el tiempo en la pandereta. / Y pasan las chupas rojas, / pasan los tules de fuego, / como delante de un ciego / pasan volando las hojas”. Al igual que los salones de Rubén Darío o José Asunción Silva, el salón también se impone en este caso como centro magnético de distinción. Entre destellos de glamour, Martí se niega a privarse del placer de llenarlo con música, o mejor, con “insinuaciones musicales” que tratan de anular el “silencio natural” de las cosas: puro ornamento. Desde luego, se trata de un baile de “clase”: en lo alto la escala social, la duquesa y el vizconde, y por debajo los cazadores.
En otras instancias, la belleza adquiere cierto matiz. De Versos sencillos, el poema “VII”: “(…) Amo los patios sombríos / con escaleras bordadas; amo las naves calladas / y los conventos vacíos (…)”. Y también de Versos sencillos el poema “XVI”: “En el alféizar calado / de la ventana moruna, / pálido como la luna, / medita un enamorado. / Pálida, en su canapé / de seda tórtola y roja, / Eva, callada, deshoja/ una violeta en el té”.
El gran “mérito poético” de Martí, según Borges, fue “la sencillez”: en el poema “VII”, el “paño árabe” es el único objeto “fino”; en el poema “XVI”, se presenta un contrapeso: “patios sombríos”, “naves calladas”, “conventos vacíos” en contraste con las “escaleras bordadas”. Pinceladas de belleza, pinceladas de sufrimiento. En otras palabras: poesía.
Tomado de: El Espectador