martes, 4 de noviembre de 2025

Con Martí en Nueva York

Ciro Bianchi Ross
Publicado: Sábado 01 noviembre 2025 | 09:31:49 pm.

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¿Cómo vivía, trabajaba y comía José Martí en Nueva York? ¿Qué pensaba? ¿Cuáles eran sus hábitos y gustos, preocupaciones y dolencias? ¿Cuáles sus alegrías, amistades y amores mientras preparaba la guerra necesaria?

El Apóstol de nuestra independencia vivió en esa ciudad los últimos 15 años de su vida y, sin su experiencia neoyorkina, aseguran especialistas, no sería comprensible su vasto proyecto de liberación humana.

De ahí la importancia de Descubriendo a Martí en Nueva York, de Rodolfo Eliseo Benítez Verson, que acaba de aparecer en una coedición del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, el Centro de Estudios Martianos y el Centro Educativo Español de La Habana. Un libro imprescindible, fruto de la investigación más amplia y completa que se acometió sobre el tema hasta ahora y que se plasmó en la obra que anhelaron durante mucho tiempo los estudiosos de la vida y la obra de nuestro Héroe Nacional, asegura el doctor Pedro Pablo Rodríguez.

Sus más de 400 páginas, con unas 500 fotografías y fotocopias de documentos, convierten dicho título en una pequeña enciclopedia del ámbito estadounidense martiano que acerca al lector con asombrosos detalles al hombre íntimo y público. Arroja luz sobre aspectos poco divulgados, corrige errores y descubre nuevos y valiosos datos hasta el momento desconocidos sobre el Martí neoyorkino.

Apasionante y agotadora

Descubriendo a Martí en Nueva York es resultado de una acuciosa investigación y de recorridos personales relacionados con la vida de Martí, que durante más de 25 años llevó a cabo Benítez Verson en esa urbe norteamericana.

Escribe Pedro Pablo Rodríguez en el prólogo de la obra:

«Martí disfrutó de Nueva York: la del habitante de a pie, la del obrero, la del tendero, la del inmigrante trabajador, la del intelectual incisivo. Mas, no se identificó con la aristocracia del dinero y de la gran propiedad, ni con los políticos corruptos y venales, ni con el espíritu mercantilista, ni con la vanidad del nuevo rico, ni con el sentido de superioridad sobre los demás pueblos, ni con el espíritu de castas de sus clases pudientes.

«Para entender ese Martí de ancha pupila resulta imprescindible este libro de Rodolfo Benítez Verson, quien dedicó sus años como diplomático en Nueva York a buscar y a andar por los caminos martianos en la ciudad. Me pregunto cómo sacó tiempo de su tarea, tan delicada y tensionante, para rastrear sin descanso información sobre ellos, para ubicar de manera exacta en las nuevas construcciones las anteriores que conoció Martí».

¿Cómo lo logró? El propio Pedro Pablo da la respuesta:

«Tras cada frase y cada imagen de esta obra, hay un trabajo enorme de lecturas, de estudio, de consultas, de visitar y volver varias veces a los sitios relacionados con Martí. Apasionante, agotadora y valiosa investigación la que se nos entrega por el autor».

Trazas que quedan

No fue tarea fácil para Benítez Verson seguir las huellas de Martí en la Gran Manzana. Su frenético quehacer político y literario dejó su huella en cada lugar donde vivió o visitó. Pero su presencia no está identificada siquiera en los lugares más significativos. «Apenas quedan trazas visibles de la estancia neoyorkina del Apóstol», asevera el investigador.

Cierto que existe su estatua en el Parque Central, que su nombre está grabado en el Muro de los Inmigrantes de Ellis Island, que una modesta tarja lo evoca en la calle 41 de Manhattan; pero no se le reconoce en otros muchos lugares ligados indisolublemente a su vida y a su obra.

No puede perderse de vista, sin embargo, que prácticamente no existe ya el Nueva York de Martí; fue demolido, y la transformación resultó particularmente significativa en el Bajo Manhattan, donde tuvo el Apóstol una mayor presencia.

Expresa Benítez Verson:

«El principal propósito de este libro es aportar al lector nuevos conocimientos y mayores precisiones sobre la vida pública y privada de José Martí en la ciudad de Nueva York.

«Lamentablemente, con el paso de los años se han acumulado muchas páginas con múltiples errores en torno a la fecunda etapa neoyorkina del Apóstol. Esas imprecisiones se repiten en publicaciones cubanas y de otras partes del mundo y dificultan el conocimiento de la vida del Maestro.

«El respeto que nos inspira Martí exige todo el rigor en su estudio, sin facilismos ni repetición pasiva de lo ya escrito. Bajo ese principio se ha elaborado este libro».

New York, New York

Llega Martí por primera vez a esa ciudad el 14de enero de 1875, en tránsito hacia México. Vuelve, con 27 años de edad, el 3 de enero de 1880 y permanece en ella hasta 1895. El lunes 28 de enero de ese año, los amigos organizan en su honor, en el famoso restaurante Delmónico, de la Quinta Avenida, una cena por su cumpleaños 42. Será su último cumpleaños. Un día después redacta la orden de alzamiento para la guerra de Cuba, y en la fría mañana del miércoles 30 abandona la ciudad y emprende un viaje sin regreso.

Nueva York se transformó entre una fecha y otra. Se advierten cambios ostensibles en la arquitectura y la ciudad —escribe Benítez Verson—, se moderniza vertiginosamente, revolucionada por la luz eléctrica, los tranvías y ferrocarriles, buques trasatlánticos más rápidos, la invención del teléfono, el telégrafo, el fonógrafo, el elevador y los rascacielos.

Unos 250 lugares —residencias, oficinas, periódicos, escuelas, restaurantes y fondas—, relacionados con Martí, se identifican y precisan en este libro, que no deja fuera pormenores de la vigilancia que, por orden del Gobierno español, ejerce sobre él la agencia de detectives Pinkerton.

Lo vigilan desde el mismo momento de su segundo arribo a Nueva York; llegan incluso a situarle un espía en la propia casa de huéspedes de Manuel Mantilla, donde radica el Apóstol. Pero Martí, para quien «la discreción es la forma suprema de la inteligencia», es prudente y cauteloso. Escribe en clave y se vale de numerosos seudónimos, tanto en su obra periodística y literaria, como en su actividad revolucionaria clandestina: Anáhuac, Orestes, D20, Julián Pérez, Adelaida Ral, D. Maverick, M. de Z., D. E. Mantell… Abel fue su último seudónimo.

Amores

Por cinco centavos, Martí compraba media docena de ostras frescas, provenientes de la bahía neoyorkina, que sazonaba con vinagre y limón. Gustaba mucho del pescado con vino blanco y las carnes asadas en lugar de fritas o en salsas. Cada vez que tenía oportunidad, le complacía cocinar para sus amigos y lo hacía bien, preferentemente el picadillo criollo o el arroz con pescado a la valenciana, escribe Benítez Verson. Era un gran bebedor de café, y prefería el proveniente de Uruspan, en Michoacán, México, que valoraba como el mejor del mundo. Acompañaba las comidas italianas de su gusto con una buena copa de vino de Chianti… Su predilecto era el Tónico Mariani, bebida energizante elaborada con hojas de coca.

Nunca llegó a pesar más de 140 libras. Era frugal, pero disfrutaba de las delicadezas de la buena mesa. Cuando se trataba de obsequiar a sus amigos sabía escoger los platos más exquisitos y los vinos más raros.

Descubriendo a Martí… parece ser un libro inacabable. Un capítulo interesantísimo es el que aborda la convivencia familiar, y asimismo el que trata acerca del drama de su matrimonio con Carmen Zayas Bazán y sus relaciones ocultas con Carmen Miyares, de las que nació María Mantilla.

Carmen y Martí fueron muy cuidadosos en el manejo público de su relación. Sin embargo, hay evidencias de que Carmen Zayas Bazán no ignoraba las relaciones de su esposo con Carmen Miyares en Nueva York, se dice en el libro.

Cuando Martí cae en combate llevaba consigo una foto de María Mantilla y la única carta hasta hoy conocida y, además, mutilada de Carmen Miyares para él. Escribió ella a una amiga al enterarse de la muerte del Apóstol:

«(…) ¡Figúrate qué será de mi vida sin Martí, el afecto más grande de mi vida, toda mi felicidad se ha ido con él, ya para mí el sol se eclipsó y viviré en eterna niebla! Yo no puedo entender esta desgracia, no comprendo tanta fatalidad. Martí se había fundido en nuestras almas de tal manera, que, a pesar de todas nuestras desgracias, éramos criaturas felices por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos».

Tomado de: Juventud Rebelde

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