Por Angel Cuadra
Con ocasión de cumplirse un aniversario más del nacimiento de José Martí, es oportuno repasar algunas de sus ideas, como el manual útil, que, volver sobre él, ratifica nuestra toma de conciencia. Así es de utilidad y de necesidad urgente el volver siempre al encuentro de José Martí, como cuando evocamos las enseñanzas de un buen maestro que tuvimos, y aún nos son importantes las mismas para el andar en la vida; más todavía si ese andar se vincula a la vida general de nuestro país.
Si alguna de sus muchas profesiones podemos señalarle a Martí como esencialmente fundadora, esa fue la de maestro: una labor contínua de magisterio. En especial, fue el ejemplo de su vida, sin aula y sin pupitres, un magisterio vivo, como obra de educación itinerante a su paso por nuestra historia.
En esa disyuntiva existencial que la vida presenta como contraposición entre el individuo y el mundo, esto es, entre el, yo y los otros, Martí optó por la primacía del mundo, por los otros.
En aquella determinación de entrega, como obra redentora de los otros hombres, Martí impuso dos normas a su conducta en la vida: el deber, aceptado con un sentido casi místico, y el sacrificio del yo, incluyendo en ello familia, bienestar y fama.
Puesto que entendió que "la pelea del mundo es la de bien contra mal", el bien era para Martí el punto más alto en la escala de valores de la humanidad. El bien como norma superior: "Cuando al peso de la cruz/ el hombre morir resuelve,/ sale a hacer bien, lo hace y vuelve/ como de un baño de luz".
En una concepción de docencia de pueblos, anhelaba para Iberoamérica, como basamento suprajurídico de nuestras repúblicas, el imperio de la ley moral, en un triunfo substancial de sutil asidero: "el triunfo de la república moral en América", manifestó. Era un afán de purificación de nuestros pueblos, ante la frustración republicana de los mismos.
Frente al mal del caudillismo y el militarismo aliados, proclamó: "Una revolución es necesaria todavía: la que no haga presidente a su caudillo, la revolución contra las revoluciones; el levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados, para que ni ellos ni nadie vuelva a serlo jamás".
Ante la importancia de constituir en nuestros países formas propias de gobierno, advirtió: "El buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país... Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas".
Martí, revolucionario, supo entresacar el error de entre las necesarias transformaciones que la evolución del mundo demandaba. Así reconoció en Carlos Marx al "pensador profundo comido del deseo de hacer el bien", pero advirtió sobre el error de sus métodos "de echar a los hombres sobre los hombres, tarea que espanta", dijo aludiendo a la incitación a la lucha de clases. Y tras los ecos de la proclamas de Marx, Martí advirtió: "Suenan himnos, resuenan coros, pero se nota que no son los de la paz".
En abril de 1884, escribió Martí un trascendente artículo sobre la obra del filósofo positivista inglés Herbert Spencer, titulada "La futura esclavitud". En dicho tratado -dice Martí- Herbert Spencer quiere enseñar cómo se va a un estado socialista que sería a poco un estado corrompido, y luego un estado tiránico.
Continúa Martí destacando el que en ese Estado comunista futuro que Spencer avizora "El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que plugiese al Estado asignarle... De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios... Lamentablemente será, y general, la servidumbre".
Pero Martí arguye a Spencer que "no señala con igual energía... los modos naturales de equilibrar la riqueza pública", por lo que argumenta, finalmente: "No se puede dejar a la gente humilde con todas sus razones de revuelta".
Con el conocimiento de las líneas generales del pensamiento político moderno y las experiencias de nuestros vecinos de América, Martí planteó en esbozo la república cubana que quería una vez alcanzada la independencia.
De las Resoluciones acordadas en Tampa en noviembre de 1891 y las bases del Partido Revolucionario Cubano, redactadas por Martí, podríamos vislumbrar la república que él había pensado para Cuba, y que aún tiene virtual actualidad.
En síntesis: una república "ajustada a las necesidades prácticas de la constitución y la historia del país".
En el proyecto de evitar aquellas desigualdades e injusticias sociales que él le señaló como omisión a Herbert Spencer en su libro, la república nuestra no se asentaría sobre "el predominio actual o venidero de clase alguna". Y, en contrapartida al concepto de lucha de clases que planteaba Marx, la república de Martí se estructuraría "conforme a métodos democráticos, con todas las fuerzas vivas de la patria". En la idea de fuerzas vivas están todos los ciudadanos indiferenciados, de los que Martí demanda aquella conciliación de "su adelanto personal y la utilidad pública".
Como resultado de todos esos principios, en su labor de magisterio para los cubanos honrados, Martí soñó (y dejó sentado en el Artículo 4 de las Bases del Partido Revolucionario Cubano) "fundar una república nueva y de sincera democracia", asentada en "el equilibro de las fuerzas sociales".
En el logro, al fin, de nuestra identidad nacional, Martí puede ser aún magnífico punto de partida para la marcha futura, una vez que haya cesado el régimen totalitario que aún padecemos.
Luego, así como no debe apagarse aquel clamor que en la música popular nos dijo un día que "Martí no debió de morir"; ahora, como manual que nos ratifica nuestra toma de conciencia, es de utilidad y de necesidad urgente volver siempre al encuentro de José Martí.
Con ocasión de cumplirse un aniversario más del nacimiento de José Martí, es oportuno repasar algunas de sus ideas, como el manual útil, que, volver sobre él, ratifica nuestra toma de conciencia. Así es de utilidad y de necesidad urgente el volver siempre al encuentro de José Martí, como cuando evocamos las enseñanzas de un buen maestro que tuvimos, y aún nos son importantes las mismas para el andar en la vida; más todavía si ese andar se vincula a la vida general de nuestro país.
Si alguna de sus muchas profesiones podemos señalarle a Martí como esencialmente fundadora, esa fue la de maestro: una labor contínua de magisterio. En especial, fue el ejemplo de su vida, sin aula y sin pupitres, un magisterio vivo, como obra de educación itinerante a su paso por nuestra historia.
En esa disyuntiva existencial que la vida presenta como contraposición entre el individuo y el mundo, esto es, entre el, yo y los otros, Martí optó por la primacía del mundo, por los otros.
En aquella determinación de entrega, como obra redentora de los otros hombres, Martí impuso dos normas a su conducta en la vida: el deber, aceptado con un sentido casi místico, y el sacrificio del yo, incluyendo en ello familia, bienestar y fama.
Puesto que entendió que "la pelea del mundo es la de bien contra mal", el bien era para Martí el punto más alto en la escala de valores de la humanidad. El bien como norma superior: "Cuando al peso de la cruz/ el hombre morir resuelve,/ sale a hacer bien, lo hace y vuelve/ como de un baño de luz".
En una concepción de docencia de pueblos, anhelaba para Iberoamérica, como basamento suprajurídico de nuestras repúblicas, el imperio de la ley moral, en un triunfo substancial de sutil asidero: "el triunfo de la república moral en América", manifestó. Era un afán de purificación de nuestros pueblos, ante la frustración republicana de los mismos.
Frente al mal del caudillismo y el militarismo aliados, proclamó: "Una revolución es necesaria todavía: la que no haga presidente a su caudillo, la revolución contra las revoluciones; el levantamiento de todos los hombres pacíficos, una vez soldados, para que ni ellos ni nadie vuelva a serlo jamás".
Ante la importancia de constituir en nuestros países formas propias de gobierno, advirtió: "El buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país... Asimilarse lo útil es tan juicioso, como insensato imitar a ciegas".
Martí, revolucionario, supo entresacar el error de entre las necesarias transformaciones que la evolución del mundo demandaba. Así reconoció en Carlos Marx al "pensador profundo comido del deseo de hacer el bien", pero advirtió sobre el error de sus métodos "de echar a los hombres sobre los hombres, tarea que espanta", dijo aludiendo a la incitación a la lucha de clases. Y tras los ecos de la proclamas de Marx, Martí advirtió: "Suenan himnos, resuenan coros, pero se nota que no son los de la paz".
En abril de 1884, escribió Martí un trascendente artículo sobre la obra del filósofo positivista inglés Herbert Spencer, titulada "La futura esclavitud". En dicho tratado -dice Martí- Herbert Spencer quiere enseñar cómo se va a un estado socialista que sería a poco un estado corrompido, y luego un estado tiránico.
Continúa Martí destacando el que en ese Estado comunista futuro que Spencer avizora "El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en la medida, por el tiempo y en la labor que plugiese al Estado asignarle... De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios... Lamentablemente será, y general, la servidumbre".
Pero Martí arguye a Spencer que "no señala con igual energía... los modos naturales de equilibrar la riqueza pública", por lo que argumenta, finalmente: "No se puede dejar a la gente humilde con todas sus razones de revuelta".
Con el conocimiento de las líneas generales del pensamiento político moderno y las experiencias de nuestros vecinos de América, Martí planteó en esbozo la república cubana que quería una vez alcanzada la independencia.
De las Resoluciones acordadas en Tampa en noviembre de 1891 y las bases del Partido Revolucionario Cubano, redactadas por Martí, podríamos vislumbrar la república que él había pensado para Cuba, y que aún tiene virtual actualidad.
En síntesis: una república "ajustada a las necesidades prácticas de la constitución y la historia del país".
En el proyecto de evitar aquellas desigualdades e injusticias sociales que él le señaló como omisión a Herbert Spencer en su libro, la república nuestra no se asentaría sobre "el predominio actual o venidero de clase alguna". Y, en contrapartida al concepto de lucha de clases que planteaba Marx, la república de Martí se estructuraría "conforme a métodos democráticos, con todas las fuerzas vivas de la patria". En la idea de fuerzas vivas están todos los ciudadanos indiferenciados, de los que Martí demanda aquella conciliación de "su adelanto personal y la utilidad pública".
Como resultado de todos esos principios, en su labor de magisterio para los cubanos honrados, Martí soñó (y dejó sentado en el Artículo 4 de las Bases del Partido Revolucionario Cubano) "fundar una república nueva y de sincera democracia", asentada en "el equilibro de las fuerzas sociales".
En el logro, al fin, de nuestra identidad nacional, Martí puede ser aún magnífico punto de partida para la marcha futura, una vez que haya cesado el régimen totalitario que aún padecemos.
Luego, así como no debe apagarse aquel clamor que en la música popular nos dijo un día que "Martí no debió de morir"; ahora, como manual que nos ratifica nuestra toma de conciencia, es de utilidad y de necesidad urgente volver siempre al encuentro de José Martí.
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