lunes, 30 de agosto de 2021

La Guerra Chiquita y José Martí

Ariel Pazos
24/08/2021
Las conspiraciones que dieron lugar a la Guerra Chiquita se extendieron por gran parte del territorio insular. En La Habana, un joven que había sufrido el presidio político destacó entre los conjurados con el seudónimo “Anáhuac”: José Martí...

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La Guerra Chiquita fue hija de Baraguá y su continuidad con las armas en la mano.

El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente. - José Martí, Steck Hall, New York, 24 de enero de 1880

En la noche del 24 de agosto de 1879, en un sitio entre Gibara y Holguín, se produjo el primer pronunciamiento de una nueva guerra contra el colonialismo español. Poco después, en la tarde del 26, José Maceo, Guillermón Moncada y Quintín Banderas, tras enfrentarse con militares en Santiago de Cuba, se pusieron al frente de grupos armados.

La detención y deportación, días antes, de los patriotas Pedro Martínez Freire, Flor Crombet, Pablo Beola y otros conspiradores precipitaron los acontecimientos. Los planes de comenzar la contienda con el ataque a cuarteles y la procuración del apertrechamiento necesario, aprobados por Calixto García, jefe del movimiento, se desbarataron de un momento a otro debido a la vigilancia española.

Comenzaba lo que sería conocido como Guerra Chiquita.

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Las conspiraciones que dieron lugar a la Guerra Chiquita se extendieron por gran parte del territorio insular. En La Habana, un joven que había sufrido el presidio político destacó entre los conjurados con el seudónimo “Anáhuac”: José Martí.

Sin embargo, Martí fue detenido el 17 de septiembre de 1879. Tenía organizados los contactos para un alzamiento en Güines. Con su posterior deportación a España y el arresto de otros conspiradores, la posibilidad de alzamientos en Occidente quedó frustrada.

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Debe hacerse en cada momento, lo que en cada momento es necesario.

José Martí, Steck Hall, New York, 24 de enero de 1880

El 13 de septiembre fue tomado el poblado de Mayarí. Posteriormente se produjeron alzamientos en Baracoa y Santa Rita. En Baire la llegada de la insurrección obligó a sus defensores a encerrarse en un fuerte.

Un mes después del inicio de las acciones bélicas desembarcó en el sur oriental el brigadier Gregorio Benítez, último jefe de Camagüey en la Guerra de los Diez Años, pero desconocido en Oriente. Fue enviado por Calixto en sustitución de quien debía ser el segundo paladín de la insurrección: Antonio Maceo. La condición de mulato de este último, según la opinión de Calixto, reforzaría la tesis, difundida por los enemigos de la revolución, de que se gestaba una guerra de razas.

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Tras fugarse de España, Martí llegó a Nueva York. Allí fue designado, el 9 de enero de 1880, vocal del Comité Revolucionario. Este comité, encabezado por Calixto, dirigía las labores patrióticas desde la emigración.

Calixto, según una fuente citada por el historiador español Antonio Pirala, solo había obtenido 2 031 pesos “después de ir de puerta en puerta”. Decidió, entonces, delegar en el recién llegado la misión organizativa en el extranjero.

Los trabajos de proselitismo y recaudación cobraron fuerza. Las dotes de Martí para el convencimiento eran más apropiadas que la vocación militar y menos persuasiva de los veteranos guerreros. Con su exquisita prédica, inmediatamente se dio a la tarea de despertar entre los emigrados la conciencia sobre la necesidad de apoyar a los que combatían en la patria.

Desde su primer discurso como parte de la dirección del Comité, el 24 de enero de 1880 en Steck Hall, criticó la indiferencia ante la guerra, denunció a políticos oportunistas, reprochó el derrotismo derivado de la paz del Zanjón y arremetió contra la propaganda española que relacionaba al combate nacional liberador con una guerra de razas.

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Así surgió la guerra; con estos elementos se mantiene; viene a la historia con un hermoso timbre, ya apuntado, y que no fuera prudente repetir. Cordura y cólera, razón y hambre, honor y reflexión la engendran.

José Martí, Steck Hall, New York, 24 de enero de 1880

La propaganda que españoles y grupos sociales sin compromisos con la independencia de Cuba vertieron contra la conflagración revolucionaria, y la ausencia de Maceo y Calixto, sus principales líderes, inviabilizaron un desarrollo favorable para los insurrectos.

Aun así, los mambises, dispersos, incomunicados entre sí y sin apoyo logístico de redes internas y exteriores, se mantuvieron más de nueve meses en armas.

Poco a poco se acogieron al indulto ofrecido por España. Ignorando que Calixto había zarpado de Nueva Jersey el 26 de marzo de 1880, José Maceo y Guillermón Moncada capitularon en Guantánamo el 2 de junio, en presencia de los cónsules de Francia y Gran Bretaña. Días más tarde Quintín Bandera y Rafael Maceo también se rindieron.

Después de trágicos avatares, Calixto logró pisar tierra cubana el 7 de mayo. Sin poder revertir el curso de los acontecimientos ni conectar con los pocos que quedaban en la insurgencia, se entregó, descalzo y enfermo de paludismo, el 3 de agosto.

De acuerdo con declaraciones de un alto oficial español en la Mayor de las Antillas, recogidas en el libro Historia de Cuba. 1492-1898, más de 8 mil combatientes fueron indultados. La cifra permite calibrar la dimensión que alcanzó este intento independentista.

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Con la Guerra Chiquita Martí creció como dirigente revolucionario. Pasó de un club en La Habana a ser una de las figuras políticas imprescindibles.

Si bien en 1880 no era aún el máximo líder del proyecto independentista, en poco tiempo llegaría a serlo. La Guerra Chiquita fue para el Apóstol una escuela que le proporcionó importantes experiencias históricas.

Tal como señaló el historiador cubano Oscar Loyola Vega, fue en ese periodo cuando Martí “entró en contacto con las masas populares emigradas, su futura base social para un nuevo intento revolucionario”.

Tomado de: Cuba Ahora

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