Luis Toledo Sande
mayo 18, 2023
Foto de portada: Dibujo en tinta de José Delarra
Lealtad reflexiva contra equívocos
Junto con la inesperada invitación que me ha traído a este espacio recibí la sugerencia de tratar la necesidad que tenemos de José Martí hoy, y tuve la reacción que dio origen al título de los presentes apuntes. Martí no solamente nos iluminó ayer y nos ilumina hoy: nos iluminará siempre. Es nuestro deber percibir y atender su luz, aunque el texto que sigue no pase de rozar unos pocos asuntos, y algunas argumentaciones que he intentado fundamentar en otras páginas.
La voluntaria y sincera humildad que caracterizó a Martí no lo excluye de una idea que él plasmó en una conocida máxima —con alcance de verdad universal— en el Cuaderno de apuntes identificado con el número 4 en sus Obras completas: “No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos o un hombre de su tiempo”.
Por pudor, también sincero en él, no proclamaría lo que tenía derecho a pensar de sí mismo, pero al menos una vez se permitió escribir: “Dondequiera que he estado, he tenido, aun a pesar mío, halagador renombre;—y este siempre me lo he conquistado en un día solo. Así logré a mi Carmen. Así haré mi fortuna. Nada en mí sigue hasta ahora la vía de las existencias ordinarias”. Tenía solamente veinticuatro años. La cita pertenece a la carta, fechada 28 de febrero de 1877, con la que podía intentar atraerse la simpatía de un futuro suegro que por razones políticas e ideológicas, y por su pobreza, no lo vería con los mejores ojos. Pero no escribía al margen de su conciencia.
Siempre será fértil erradicar equívocos que falsean su imagen. Uno de ellos suele asirse a su preferencia de la ética sobre la inteligencia, lo que dijo de distintos modos, como en la reseña —publicadas en Patria el 26 de marzo de 1892— de un libro del fiel Rafael Serra: “De la naturaleza se tiene el talento, vil o glorioso, según se le use en el servicio frenético de sí, o para el bien humano; y de sí elabora el hombre, aquilatándose y reduciéndose, el mérito supremo del carácter”. Pero no despreciaría el talento quien lo tuvo glorioso, por como lo usó, y colosal, por el grado en que se lo dio la naturaleza.
Otro equívoco contra el cual se yerguen realidades rotundas estriba en considerar que él y su obra sirven para todo y para todos. Ciertamente quiso que la tarea patriótica y revolucionaria, fundacional, que él encabezaba sirviera para todos; pero sabía que eso era un ideal irrealizable, no por voluntad suya, sino por quienes se autoexcluían de la magna aspiración, que sustentó en varios textos. El mismo discurso del 26 de noviembre de 1891 donde lo concentró, y que terminó con el llamamiento cardinal: “pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: ‘Con todos, y para el bien de todos’”, lo puntean sucesivos “¡Mienten!” dirigidos contra quienes buscaban pretextos para no asumirlo.
Junto con ese equívoco anda contradictoriamente el que le atribuye preferencias generacionalistas. Se cita para ello el discurso donde, justo al día siguiente del antes citado, describió el “paisaje húmedo y negruzco” que había visto en su recorrido hacia Tampa, donde pronunció ambas alocuciones. Contó que, “desafiando la tempestad”, un pino “erguía entero su copa”, y “por sobre la yerba amarillenta”, las cañas “mustias” y el “tronco negro de los pinos caídos”, se erguían “los racimos gozosos de los pinos nuevos”. Descrito ese cuadro —que se percibe como una alusión al resurgir del movimiento independentista cubano—, exclamó: “¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!”
¿A quiénes se dirigía o de quiénes hablaba? En su pensamiento estarían ejemplos como el fogueado Máximo Gómez, catorce años mayor que él, y otros de edad más avanzada, o que se ubicaban entre él y Gómez, como Antonio Maceo, que lo superaba a él en siete años. También estarían, naturalmente, los patriotas que entonces crecían al calor del nuevo proyecto, y que serían muchachos, adolescentes, jóvenes. Y el propio Martí, con treinta y ocho años a la sazón. Por tanto, ser pino nuevo no era cuestión de edad.
El orador no habría olvidado que su primer encarcelamiento y su primera condena, aún él adolescente, se basaron en la carta que escribió para reprobar por apátrida a un coetáneo suyo, y excondiscípulo, que se había alistado en el ejército español. Ni ignoraría que aquel no era el único cubano que servía a la metrópoli, ya fuera en las tropas regulares, en los batallones de Voluntarios o en otros frentes.
Dos años más joven que Martí era el escritor Nicolás Heredia, formado en Cuba, aunque nació en el mismo pueblo dominicano que Máximo Gómez, y murió en los Estados Unidos. Se cuenta que, movido por el pragmatismo autonomista, y no hay por qué dudar que también seguramente porque apreciaba la estatura intelectual de Martí, su importancia, quiso salvarlo de los peligros de la guerra. Intentó convencerlo de que no había en Cuba atmósfera de revolución, ante lo cual Martí fue terminante: “Usted ve la atmósfera, y yo veo el subsuelo”.
Pero quizás no haya un equívoco más contrario a Martí que el de atribuirle pensamiento y actitudes de apoyo incondicional a lo que él defendía. No pretende el autor de estos apuntes contrariar a quienes ven la incondicionalidad como una cualidad igualable a la consistencia y la verticalidad revolucionarias. Pero estima que Martí no se caracterizó por esa cualidad —que a menudo escora hacia lo irracional y calza posiciones fundamentalistas, fascismo incluido—, sino por la lealtad reflexiva, que da mayor solidez a las convicciones.
Al asociar explícita o implícitamente a Martí con la incondicionalidad suele aducirse su juicio de 1889 en “Tres héroes”, artículo de La Edad de Oro, en particular las ideas sobre cómo asumir en particular el legado de Simón Bolívar: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. Eso escribió Martí, y algunas lecturas parecen subvalorar el hecho de que la cita expresa que “los hombres no pueden ser más perfectos que el sol”, y que “los desagradecidos no hablan más que de las manchas”, pero no que los agradecidos deban hablar únicamente de la luz, sino que “hablan de la luz”.
Sentía verdadera veneración discipular por Simón Bolívar, pero si en un texto para público infantil o juvenil no cabía un análisis a fondo acerca de “aquel hombre solar” —como lo había llamado en “La estatua de Bolívar por el venezolano Covas”, artículo publicado en La América de junio de 1883—, no renunciará a valorarlo de manera más abarcadora. Lo hizo en el discurso del 28 de octubre de 1893, con motivo del centenario del Libertador, y en ese texto mostró el punto por el cual, a su juicio, también para abrazar la herencia del padre fundador se necesitaba reflexión.
No hay aquí espacio, ni es el momento, para examinar a fondo la perspectiva de Martí, pero en su modo de abrazar el legado del gran venezolano estuvo presente la mirada crítica sobre el hecho de que “no pudo, por no tenerla en el redaño, ni venirle del hábito ni de la casta, conocer la fuerza moderadora del alma popular”. La observación está como prensada entre elogios que enaltecen al héroe epónimo. Pero sin ella no se comprenden ni el saldo del discurso ni la actitud analítica con que Martí recibió la herencia de aquel acerca de quien dijo que tenía “que hacer en América todavía”, en lo cual se inscribiría seguir constituyendo una fuente de lecciones.
Entre ellas se encuentra la que ratificó en Martí la importancia del alma popular, orgánica y natural en él, junto con el sentido crítico responsable. Su pensamiento se había fraguado justamente con la guía de esa alma, y el 24 de enero de 1880, al trazar ante compatriotas reunidos en el Steck Hall neoyorquino su balance de la Guerra del 68, y prever caminos para las acciones independentistas posteriores, declaró: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.
No hay por qué asombrarse de que esa brújula, implícita incluso en su valoración de Bolívar, la mantuviera en 1884 al discrepar de Máximo Gómez y Antonio Maceo, de quienes se separó porque no halló en ellos las concepciones que entendía fundamentales para encauzar la guerra de liberación. Los hechos de entonces pueden considerarse lo bastante conocidos para no tener que abundar en ellos.
Pero vale apuntar que Martí demostró el espíritu crítico, la honradez y la valentía que lo caracterizaban. Espíritu crítico, porque expuso a Gómez sin ambages las discrepancias que lo distanciaban del plan que el bravo dominicano encabezaba; honradez, porque su decisión de no sumarse a ese plan la mantuvo sin hacer pronunciamientos ni dar pasos que lesionaran a héroes a quienes respetaba y en cuyas intenciones confiaba; valentía, porque alguien de su inteligencia no ignoraría que aquel plan insurreccional podía triunfar, y aunque su victoria fuera insuficiente, para él habría significado nada menos que la aniquilación política.
Esa sería la misma actitud que mantendría en los preparativos de la revolución de 1895, y ya en los campos de batalla. Una confirmación fue la entrevista en La Mejorana el 5 de mayo de ese año. En su esencia —aunque no parecen cesar las que Manuel Isidro Méndez llamó, con razón, “suposiciones impropias”—. es también lo suficientemente conocida como para no insistir en ella. Y no hay duda de la firmeza con que Martí mantuvo, frente a gigantes, principios que entendía necesarios para bien de la patria.
* Primera de las tres partes en que Cubaperiodistas publicará la conferencia ofrecida por el autor en el espacio “Cultura y Nación: los misterios de Cuba”, de la Sociedad Cultural José Martí, el 11 de mayo del año en curso.
Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).
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