sábado, 19 de agosto de 2006

Martí y las bailarinas de España.


Publicado el 08-19-2006

Por Guillermo Cabrera Leiva

En un interesante estudio bajo este título, publicado por la Editorial Dos Ríos, expone Carlos Ripoll la visión que tuvo Martí sobre el baile y sobre algunas bailarinas españolas que contempló en varias actuaciones en la ciudad de Nueva York.

Ripoll analiza en este trabajo una faceta poco estudiada del Apóstol, y agrega con ello un capítulo sumamemte interesante a la variada gama de temas tratados por este investigador sobre la vida y la obra de Martí durante su etapa de escritor en la gran urbe neoyorquina.

Hay dos cuestiones fundamentales en este libro. La primera de ella es el criterio que tenía Martí del baile y la distinción que establece entre el baile como sano regocijo hogareño y el baile en los clubs o centros de diversión.

Ripoll reproduce algunos escritos de Martí en que éste califica de espectáculo deshonesto y reprobable el baile en los salones, y escribe versos en que señala que el baile es un incendio del alma.

Por otra parte, apunta Ripoll, Martí conoció de cerca el flamenco y contempló durante su estancia en España a las bailarinas de ese género en el teatro.

Uno de sus Versos Sencillos recoge el espectáculo de la bailarina española, donde describe con elegante maestría los movimientos de Agustina Otero, y en una forma gráfica marca la secuencia de sus giros y vueltas.

El poema lo escribió tras haber visto en 1890 a “la bella Otero” en el Eden Musée de la calle 23, en compañía de los esposos Baralt, sus íntimos amigos.

Esta bailarina, cuyo retrato impresiona por su belleza, era gallega. La otra bailarina que mucho impresionó a Martí, era la andaluza Carmencita Dauset, considerada por algunos superior a la Otero. De ambas hace un interesante recuento Ripoll en este libro, y cita un artículo de Martí, publicado en La Nación de Buenos Aires, en que comenta la presencia de la Otero en Nueva York.

Hay un aspecto adicional en esta obra, que es una curiosidad histórica. Se trata del cine, entonces en sus primeros pasos.

Al final del libro dice Ripoll:

“¡Ah, si pudiésemos ver el baile de la sevillana Carmencita, verla en el Nueva York de aquellos años de Martí! ¡Sólo un milagro nos permitiría esa experiencia! ¡Sólo un milagro! Pero ese milagro existe. Se conserva un trozo de película, de 1894, de Carmencita bailando. Es que ella también pertenece a la historia del cine: fue la primera mujer que filmó el cinetoscopio de Thomas Edison en su estudio “Black Maria”, de New Jersey; la primera que apareció en pantallas de los Estados Unidos, y su baile, considerado inmoral en sus días porque en alguno de sus movimientos se le veían los calzones, el pantalón, hizo que su película diera inicio a la censura en el cine”.

Y sigue diciendo Ripoll:

“¡La bailarina de José Martí! Es lo único que podemos ver tal como él lo vió. Los National Archives, de Washington, en sociedad con Google, el 24 de febrero de este año pusieron en la Internet varios fragmentos de películas. Entre ellas hay uno en que baila Carmencita”.

“¡Un minuto de Carmencita tal como la aplaudió Nueva York hace más de un siglo. ¡Tal como la vio Martí!”.

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