Miguel Cabrera Peña, Santiago de Chile
viernes 3 de marzo de 2006 17:42:00
Desde hace poco más de dos lustros, un grupo de profesores universitarios que trabaja fundamentalmente en Estados Unidos (entre ellos Aline Helg, Alejandro de la Fuente y Ada Ferrer), vienen levantando una imagen —están convencidos que destruyen otra falsa— con respecto a José Martí y sus posturas en torno al problema racial cubano. Junto con ciertos círculos académicos, estos autores, que llamaremos cubanistas, han recibido la complacencia de más de un auditorio, de más de una publicación.
Martianos reconocidos en Cuba y otros países no han iniciado, que sepamos, una polémica en la que tienen todas las de ganar. La excepción, Jorge Ibarra, se centra en comentar el denominado "mito de la democracia racial", aunque exige se fundamente el acatamiento a tal ideología.
El mito, en esencia, negó la discriminación y obstaculizó la formación de una conciencia colectiva de la explotación a que eran sometidos los negros, a quienes busca mantener en subordinación. Un maestro del tema como Carlos Ripoll, jubilado pero en efervescencia creadora, enfrenta quizá asuntos más estimulantes que polemizar con estos cubanistas. Pero Eduardo Lolo, cuyo ensayo sobre La Edad de Oro es lo más sagaz que se haya escrito al respecto, señala que la igualdad y el antirracismo vertebran los cuatro números de la revista celebrada.
Con opiniones similares a franceses como Paul Estrade, Juliette Oullion o Jean Lamore, imagino que expertos como Juan E. Mestas, Fornet-Betancourt, Miguel A. de la Torre y otros, lean a los cubanistas y hasta sonrían, pues no falta la que aseguró que el antiesclavismo de Martí fue desestimable.
De acuerdo con Mestas, "en muchísimas ocasiones condenó Martí las desigualdades sociales basadas en las diferencias de raza o de color". Fornet-Betancourt agrega: la defensa del negro se convirtió en una de las preocupaciones centrales de su vida y su obra. Y Cintio Vitier da cuenta de su antirracismo radical, a poco de que el puertorriqueño Maldonado Denis se atreviera a titular "Martí y Fanon" uno de sus ensayos.
De la Torre coloca aquí y allá aclaraciones que por su carácter puntual no alcanzan a abrir una discusión. Para este autor, experto en análisis de raza, género y teoría postcolonial, Martí fue contra su propia blanquedad —acentuó que los españoles venían de sangre mora y cutis blanco (VIII:336)— para crear una Cuba libre de estructuras socioraciales, y añade que se opuso al blanqueamiento de la sociedad cubana, estrategia que venía incubándose desde Arango y Parreño y su discípulo José Antonio Saco, y no dejó de aplicarse en la República.
Aplaudido en Estados Unidos y otras latitudes por los mismos textos que critican nuestros cubanistas, a Martí se le ha ido transformando en un personaje informe, inexplicable, un ente que, si pensamos en los cerca de 35 tomos que tendrá la edición crítica de sus obras completas, lo mejor parecería olvidarlo y que se diga de él lo que a cada cual convenga.
Leer a Martí
Esto de la extensión de la obra de Martí es muy importante, ya que para enterarnos de sus ideas sobre la dinámica racial en Cuba hay que leerlo todo, resultado de sus cavilaciones incesantes. Los cubanistas, sin embargo, encontraron una solución vía rápida, expedita, que en menos de media hora lleva a destino. Alguno decidió, leyendo una compilación que data de 1946 (La cuestión racial), que allí estaba el resumen salvador y disfrutó en llamarlo "good compilation" y, en su tesis de doctorado, "compilación útil". La realidad, empero, es otra. El prontuario es pésimo y faltan galerías completas de la obra del político antillano.
Si la porción cubana de su quehacer aparece fragmentada, están ausentes las cartas (cinco gruesos tomos, ya compilados aparte), sus apuntes (por cerca de dos tomos), y faltan, muy enfáticamente, las Escenas Norteamericanas (cuatro tomos). Habría también que enlistar sus diarios, un grito desde el arte, desde la pintura en palabras, contra la colonización del cuerpo del negro y ámbito donde palpita la más cumplida resistencia de toda nuestra literatura contra el predominio del canon de belleza occidental.
Y no hablamos de La Edad de Oro, donde hasta un negro desnudo es bonito, y nada casualmente observado, en la ilustración de un libro quizá de antropología, por una niña blanca, la "Nené Traviesa". "La Muñeca Negra" es oriunda —y la atmósfera recreada merodea por todo el cuento— de la esclavitud estadounidense, de "La cabaña del Tío Tom", del cual Martí captó, a propósito, sus "flaquezas". Tampoco nos referiremos a numerosos textos encontrados después de 1946.
Continúa ...
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