Radio COCO
20 junio, 2020
José Martí y su hijo. Foto: Cubadebate.
Junto a sus primeros pasos por la vida, el niño José Julián Martí Pérez conoció a su padre, hombre digno y de gesto severo.
Don Mariano, el padre de Martí, debajo de su exterior capa de aspereza, poseía un corazón sensible y tierno que le valió para conquistar a doña Leonor Pérez Cabrera, el amor de su vida.
Cuando el pequeño José Julián escribe a su madre desde Hanabana, todo en él irradia felicidad en el disfrute de dos grandes placeres: la compañía paterna y el contacto directo con la naturaleza. Por esos días se estrechan los vínculos afectivos entre ambos.
Un tiempo después, tras el regreso a La Habana, se materializa cierta competencia de paternidades entre don Mariano, su progenitor, y Rafael María de Mendive, el maestro que se convertiría en su padre espiritual.
Estas dos personalidades poseían concepciones y matices muy diversos. Huellas psicológicas de los dos quedarían bien subrayadas en el entonces adolescente.
Posteriormente, la característica rebeldía de los años mozos, potenciada por las labores independentistas que protagoniza Martí, crean algún lógico distanciamiento entre hijo y padre, como expresión concreta de la cada vez más intensa contradicción entre criollos y peninsulares en la Cuba colonial de entonces.
Tales circunstancias quedarían saneadas con creces para siempre, cuando el padre visita en el presidio a su hijo primogénito y único varón.
En medio de esa traumática experiencia por primera vez en la vida, José Julián ve llorar a su padre cuando este limpia las llagas que en el tobillo derecho del joven habían hecho los ásperos grilletes.
Varios años más tarde, desde el obligado exilio, siendo Martí un hombre maduro, escribe a su hermana Amelia aconsejándole que sonría ante las vejeces del padre amado, y en cada palabra transpira amor, admiración y respeto sin límites.
Para entonces ya Martí, además de ser hijo, disfrutaba uno de los mayores goces de su vida: ser padre.
Aún en las más complejas situaciones como en las de su regreso a Cuba, tras el bochornoso Pacto del Zanjon, él confiesa: “(…) todo me lo compensan mi mujer heroica y mi lindísimo hijo, bastante bello y precoz, mi nube humana de solo dos meses, para consolar cada una de mis penas (…)”.
El goce de la paternidad por el Apóstol de la independencia de Cuba es extensivo además en el extraordinario amor que profesa por los niños, evidenciado especialmente a través de su revista dedicada a ellos, lo que avala su autodenominación de el hombre de La Edad de Oro.
Como clímax de tan sensible y tierno sentimiento dejó para la posteridad sus escritos en poesía y prosa dedicados al pequeño José Francisco Martí Zayas Bazán, su único hijo, a quien nombraría como su Ismaelillo, su Reyezuelo, y su Príncipe Enano.
José Julián Martí Pérez fue un hombre pleno, pues según su sentir, la paternidad es el colofón de la masculinidad como mismo la maternidad lo es de la feminidad.
Martí disfrutó como hijo de una magnífica dualidad de paternidades compartidas y complementadas entre don Mariano y Rafael María de Mendive, a lo que se sumó que tuvo un pequeño al que idolatró y del cual recibió amor recíproco.
Tomado de: Radio COCO
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