Yaima Cabezas
/ CubaSí
17 Marzo 2023
Fachada del museo Casa Natal de José Martí. Fotografía de la autora.
Iba por la Habana Vieja entretenida entre gentío, claxon de carros, perros callejeros, mis propios nudos mentales, y de repente me encuentro terminando la calle Leonor Pérez, frente a la casita amarilla y azul, #314, que mil veces visité de niña, la de José Martí, nuestro Apóstol. Siempre he creído que no “encaja” en el entorno. Me parece un oasis en el desierto, un sitio de paz repleto de historia, cuna de sabiduría, en medio del torbellino sonoro y visual que es esa zona antigua de La Habana.
Casi nunca camino por allí, pueden pasar años de una vez a la siguiente. Por eso me sorprende, con orgullo, encontrarla idéntica, con tal nivel de cuidado en los detalles, como si el tiempo estuviera detenido en los 80. Me devuelve a la infancia. Esta vez me asombró una pluma gigante en el patio. Y no es porque esté en ese sitio, en su casa, ni que tenga escrito su nombre a un lado, pero es evidente su relación con la obra de Martí, con su oficio de escritor, de periodista, de pensador.
Detalles de la textura de la obra. Fotografía de la autora.
La pieza fue hecha y emplazada en 2019 por el diseñador, creador visual y escultor Erig Rebull, fruto del trabajo conjunto entre la Sociedad Cultural José Martí, el Héroe de la República de Cuba René González Sehwerert, y la oficina del Historiador de La Habana, especialmente a petición de Eusebio Leal Spengler, quien propuso el espacio y ofreció su apoyo incondicional.
Es una escultura realizada en metal ferroso y patinada con resina epóxica, mide seis metros de altura, y está especialmente curvada para aparentar la suavidad y delicadeza propias de una pluma de ave al viento. En su base metálica se lee el soneto que Martí escribió siendo muy joven sobre el inicio de la guerra de los diez años, el 10 de octubre de 1968; y lo más llamativo es, incluso de manera discreta, su firma, al costado izquierdo, con idéntica grafía a la original que mimetiza perfecto con la estructura.
Soneto grabado en metal a los pies de la obra. Fotografía de la autora.
No se trata de solo una figura erigida sobre el pavimento. Una particularidad muy singular, según me cuenta el autor, es que en el núcleo de su base, soterrado, se encuentra una botella que dentro contiene mensajes de él y amigos sobre la valoración personal que hicieron en ese momento sobre la huella de Martí en sus vidas. Allí mismo, al interior, la capa más superficial de cemento fundido contiene sus huellas y de los trabajadores de la Oficina del Historiador que participaron en el armado.
La pluma se encuentra en un extremo dentro del perímetro exterior del museo, complementa de manera ideal la armonía creada entre otras piezas y el jardín impecable. Al fondo tiene una pared blanca donde en las noches se proyecta la sombra dos veces su tamaño real, visible desde lejos.
La obra en su conjunto. Fotografía de la autora.
No existe mejor sitio para acoger a tan bella realización. No es solo una pieza más agregada a la colección de reliquias del considerado el más universal de los cubanos del siglo XIX. Con ella su Casa Natal tomó otro carácter, más artístico y personal. Y no hay modo de ignorarla, porque atrapa todas las miradas hasta las más ensimismadas.
La escultura concebida por Erig Rebull está cargada de simbología. Al recrear la herramienta de trabajo de Martí, y magnificarla, resalta el valor de su enorme obra intelectual escrita en tan solo 42 años a través de poesías, ensayos, novelas, epístolas y artículos periodísticos, acerca de temas diversos, pero sobre todo de su amor por la libertad de Cuba.
Tomado de: Cuba Si
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