viernes, 2 de febrero de 2007

Universalidad de Martí.

29 de Enero, 2007

Por: Pedro Pablo Rodríguez

La Habana.- En sentido contrario a lo que sucede con frecuencia cuando de personalidades históricas se trata, el paso del tiempo ha engrandecido las dimensiones de José Martí, y el interés y la admiración por su obra. Muchas y variadas son las razones para ello, pero todas arrancan, de un modo u otro, de su propia vida y obra. Si no hubiera sido la persona que fue, si no hubiera escrito lo que nos dejó, si no hubiera expresado el ideario que entregó, difícilmente su influencia se hubiera proyectado hasta nuestro presente.

Para cualquier historiador parecería que estoy afirmando una verdad de Perogrullo; sin embargo, conviene recordar algo quizás obvio para mis colegas, porque hay ciertas corrientes de pensamiento que proclaman tranquilamente que la construcción de la memoria (y de los mitos, de los imaginarios sociales, de las ideologías) no tienen nada que ver con la historia ni con los condicionamientos sociales, y que las personalidades que alcanzan estatura más allá de su época no son responsables de tales construcciones.

Tal razonamiento, por cierto, se pone de manifiesto en ocasiones hasta en juicios provenientes de posiciones disímiles y hasta encontradas en los planos filosóficos, políticos e ideológicos. Es indudable que toda lectura del pasado es necesaria para el presente, y que ello implica siempre los riesgos de la distorsión y la instrumentalización de aquel en función del hoy.

Como, de igual manera, la vida nos enseña a diario que no todos vemos el presente de modo semejante ni proyectamos el mismo futuro, por lo cual también difieren las apropiaciones del pasado. Así, aunque se ha intentado tambalear su valor metodológico para el examen de los procesos sociales, siguen en pie la tesis de Carlos Marx respecto a la lucha de clases porque en la sociedad contemporánea continúan moviéndose las agrupaciones de personas según sus intereses, proyecciones, deseos y sensibilidades respecto a la formación social dominante. Calificado de Maestro y Apóstol por sus contemporáneos en la emigración patriótica, de esa manera Martí vio reconocidas sintéticamente sus capacidades de liderazgo, lo cual tiene que haber contribuido, desde luego,a afirmar y legitimar su condición de dirigente del pueblo cubano.

Esos epítetos que enfatizaban su carácter de conductor, aunque rechazados por quienes no compartían su vocación patriótica anticolonialista y antimperialista ni su apego a las clases populares e incluso le temían por todo ello, fueron ratificados por el uso tras la instauración de la república, y se mantienen hasta nuestros días en la apelación a su persona,sin que hayan podido ser desplazados por el calificativo de Héroe Nacional, que suena a título otorgado estatalmente, aunque en verdad ninguna institución del Estado cubano haya redactado documento alguno en tal sentido.

Este de los epítetos es tema que amerita una reflexión por sí mismo en que no puedo entrar ahora, pero no quiero dejar de advertir que quizás el secreto de la permanencia y de la preferencia por seguir llamándole Maestro y Apóstol, no es sólo apego a una tradición de arraigo popular sino que tampoco implica, al parecer, desconocerle su condición de héroe: Martí ha sido y sigue siendo el héroe mayor de Cuba, curiosamente, no por una o por muchas acciones de valor y entereza como tantos otros, sino por su dedicación, por su empeño, por su ejemplo moral, por ser guía que educa,señala, abre el camino.

Es desde esa perspectiva que Martí se ha ido constituyendo en símbolo de la nación y del propio país para los cubanos, en lo que su condición de líder político es ángulo principal, mas no único. Tal simbología va más allá, y se desborda hacia su ejemplaridad moral y hacia los ámbitos de su humanismo de alcance universal. No es de dudar que, al llamársele hoy Maestro y Apóstol, haya mayor comprensión de sus valores artísticos, de la proyección continental y ecuménica de sus propósitos, de su conciencia de la necesidad y de la posibilidad de abrir una época nueva propicia al ensanche espiritual de los seres humanos.

Alguien dijo hace mucho que Martí le hacía pensar en los fundadores de las grandes religiones de alcance universal, estimados como ejemplos de conducta y de entrega para los demás. En tal sentido, no deja de ser cierta semejante comparación, que quizás nos ayuda también a explicarnos la admiración y hasta una cierta identificación martiana con personalidades históricas fundadoras como Buda y, sobre todo, con Jesucristo, o con los mitos personalizados en Prometeo y Quetzalcoatl.

Así, cuando el siglo XX conoció y disfrutó al poeta Martí como no pudieron hacerlo a plenitud sus propios contemporáneos dada la escasa cantidad numérica de los dos cuadernos que él mismo publicara, el deslumbramiento ante aquellos Versos libres. El poeta, el organizador político y el hombre virtuoso satisficieron inicialmente a la memoria cubana y fueron elementos suficientes para convertir su personalidad en el símbolo que ha llegado hasta nosotros, y que desde entonces rebasó las costas de la Isla. La culpa de la proyección martiana hacia el futuro arranca, pues, de su propio ideario, de su ética y de su acrisolada actuación pública.

No obstante, ello no nos explica el asunto en toda su extensión y complejidad. Se trata también de que los tiempos seguidos a su muerte, han requerido también de su ejemplaridad. La república neocolonial no fue la desplegada por Martí como meta ante sus contemporáneos y por eso las revoluciones cubanas del siglo XX se situaron conscientemente bajo su advocación, tanto para sostener a crítica a la realidad que querían modificar como para establecer los horizontes que buscaban alcanzar. Poco a poco esa dimensión del ideario martiano como arma para ayudar a transformar el presente, también se fue difundiendo por otras latitudes, y pronto el cubano figuró entre los próceres de la primera emancipación de la que él que llamó nuestra América.

No obstante, en verdad, el gran salto en esa apropiación de Martí fuera de su patria para atender al presente ha venido ocurriendo después de 1959. Por un lado, ese fenómeno de indudable envergadura universal que ha sido la Revolución Cubana ha contribuido a extender el radio de acción del símbolo fuera de la Isla en virtud de su propia actuación acogida a su nombre y a sus ideas. Por otro lado, como nunca antes, se ha impreso y difundido la obra impresa de Martí, a la vez que ha crecido geométricamente su ya anteriormente abultada bibliografía pasiva.

Hoy sus escritos resultan de fácil acceso en Cuba hasta en sus Obras Completas, varias veces reimpresas y trabajadas en una edición crítica en curso de investigación y publicación. De igual modo, las traducciones se han ido aumentando de modo preciable, sobre todo en los últimos veinte años, lo cual, desde luego, hace asequible su palabra a un potencial enorme de lectores.

Se ha ampliado la cantidad de sus textos disponibles en inglés y francés,donde descuellan traductores de excelencia, se han volcado escritos suyos a otras lenguas como el italiano, el ruso, el alemán y el portugués, y ya hay gruesas compilaciones en chino y en japonés, además de que algunos de sus textos pueden leerse en árabe y en tamil.

Claro que no es casual esa labor traduccional. Obedece, lo sabemos, a un creciente interés por la obra martiana, que a todas luces comienza a deslumbrar en nuevos espacios geográficos, seguramente por su fe en la humanidad y su llamado al desarrollo de la espiritualidad en función de la más completa liberación.

Quien llamó a alcanzar toda la justicia y a desuncir al hombre de todos los yugos, quien no creyó en razas ni pueblos superiores e inferiores, quien se afilió junto al indio y al árabe y al chino frente a las pretensiones de dominación colonial, quien encontró arte en las ruinas mayas y en la choza polinesia, tiene que llamar la atención de muchos en un mundo que atraviesa por una seria crisis cultural y civilizatoria que amenaza en verdad la propia supervivencia de la especie y del planeta.

Por eso, quizás, hoy estamos viviendo la hora de Martí a escala mundial.Como él diría, andamos ahora por tiempos de reenquiciamiento y remolde,cuando apenas se vislumbran los nuevos altares, como él calificó a su época finisecular. Y ante la indudable crisis de paradigmas que se ha vivido,acompañada además del aumento vertiginoso de las injusticias sociales y de una escalada de guerras de conquista, muchos han encontrado en la palabra martiana un magisterio de confianza en la humanidad y tienden a acogerse a su apostolado mayor en bien de aquella.

Así, resulta evidente que en el mundo actual Martí no es solamente el héroe que murió en combate por la independencia de su patria, sino también el político sagaz y previsor que proclamó y trabajó para la unidad latinoamericana que hoy busca la integración de la región, el estadista que intentó girar el rumbo de su época para lograr el equilibrio de América y del mundo frente a la emergencia del imperialismo estadounidense. En todo eso está el por qué tres presidentes latinoamericanos de clara vocación popular "Daniel Ortega, Rafael Correa y Hugo Chávez Frías situaron sus ejecutorias bajo el espíritu martiano durante sus respectivos discursos de toma de posesión.

Todo ello nos explica también por qué los estudiosos de la obra martiana incorporan nuevos caminos y puntos de vista que, sin abandonar los que pudiéramos considerar tradicionales, incorporan otros nuevos como sus ideas acerca de la mujer, las antiguas culturas orientales, su concepción del arte de hacer política, sus propuestas de una modernidad propia para Latinoamérica, su sentido de la vida, su crítica al consumismo.

Esa permanente ampliación renovada del particular campo de los estudios martianos es prueba adicional de la creciente universalidad que alcanza su personalidad, y por eso no nos complace constatar como toman elementos de su pensamiento y se reconocen en él corrientes como la filosofía de la liberación, el interculturalismo y la educación popular.

No parece haber dudas de que para un mundo que se base en la diversidad cultural, que busque el equilibrio con la naturaleza, que impulse la acción humana por una ruta de constante perfeccionamiento, y que se dedique sin dilación a eliminar la pobreza y a ofrecer dignidad y decoro para todos,como salidas ante la crisis civilizatoria del capitalismo, se requiere de la compañía de José Martí, quien quizás entrevió la clave de esta presencia suya entre nosotros: No hay más que un medio de vivir después de muerto:haber sido un hombre de todos los tiempos"o un hombre de su tiempo.

Y recordemos que para el Maestro, su tiempo no era solamente el paso de los días de su vida sino y la profunda y entretejida urdimbre de procesos que iban determinando el futuro. Por eso, a los veinticuatro años escribió lo que, desde luego, fue siempre obligación para él: El primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo.

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