jueves, 1 de febrero de 2007

El sueño, según el soñador.

Publicado el 02-01-2007

Diario Las Americas
Por Julio Estorino

Pasado el aniversario, apagados ya los homenajes, llevados por el viento los discursos, sería bueno ahora, lejos de las poses de ocasión, plantarnos reverente, pero inquisitivamente, frente al recuerdo de José Martí, a preguntarle, de una vez por todas, más allá de toda interpretación, qué quería, qué soñaba él, para la Cuba por la cual luchaba y por la cual murió. ¿Cuál era, en realidad, “el sueño de Martí”, ese sueño de patria que tantos de sus más leales seguidores y tantos de sus más audaces manipuladores nos han presentado de mil formas diferentes? Mal andaremos en nuestra búsqueda de soluciones para la gran tragedia nacional de estos tiempos, si no tenemos un concepto claro de la Cuba que queremos. Para ello habría que partir de la Cuba que quería el cubano cuyo patriotismo ha sido el más exaltado por sus compatriotas.

Para los cubanos de mi generación, José Martí es algo así como un semidiós de nuestra historia del cual recibimos y de quien sustentamos una imagen exageradamente idealizada -el Apóstol- y es, al mismo tiempo, como un familiar cercano con quien nos encontramos con frecuencia, cuyo pensamiento, vida y obra creemos conocer, cosa que lo convierte en inapelable referencia del patriotismo, casi siempre usada con superficialidad. Habría que barrer mucha hojarasca, moderar los ditirambos, enfocarlo en sus circunstancias y adentrarse sin agendas que satisfacer en su profunda y rica humanidad, en su práctico y herido cristianismo, para lograr un entendimiento real y provechoso de este hombre excepcional, que tuvo a Cuba por patria y a los cubanos por cruz.

Sin pretensiones de conocedor ni experto, pero, con casi seis décadas de cercanía vital a este que llamamos maestro, hoy me atrevería a decir que si inquiriéramos simplemente por el fin último de su lucha y de su entrega, por el objetivo fundamental de sus esfuerzos, si le preguntáramos cuál era, en verdad, “el sueño de Martí”, él nos contestaría que ya lo dijo, y lo dijo claramente: “…si en las cosas de mi Patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y si el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ése sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.

Creo que en muy pocas ocasiones este poeta de abundante verbo expresó con tal precisión, con tal exactitud en las palabras, con tal ausencia de metáforas, lo que era su ideal. No dijo la independencia, no mencionó la democracia, no se refirió a la justicia: rotunda y específicamente señaló una condición en el carácter de sus hijos como el bien fundamental por él soñado para Cuba, ya que sin esa condición, todo lo demás –sistemas de gobierno, convivencia humana, progreso social, etc.- sería falaz e inseguro.

Martí quería una república de hombres y mujeres que se respetasen mutuamente, que tuvieran como objeto de culto la dignidad de cada uno de sus semejantes. No hizo exclusiones. No habló en este caso de la dignidad de los buenos, de los patriotas, de los de pensamiento afín. Dijo sencillamente “la dignidad plena del hombre”. Conocía bien Martí las pequeñeces del alma, la fuerza de las pasiones, la irracionalidad del fanatismo, la ceguera de las ambiciones, lo corrosivo de la vanidad, la seducción del poder, lo dañino de la intolerancia. De todo ello llevaba cicatrices cuando definió así su sueño cubano, y la mayor parte de esas cicatrices venían de heridas causadas por su propia gente.

Sabía bien Martí que si no comenzábamos por reconocer la dignidad del amigo y la del adversario, que si no aprendíamos a convivir civilmente en el acuerdo y en la discrepancia, no habría terreno firme donde asentar la república. El fango no sirve para cimiento. De ahí que ese respeto de cada uno por la dignidad del otro, fuese claramente presentado por el Apóstol, como el “bien fundamental” preferido por él. En otras palabras, su sueño.

No preguntemos más, pues, no desfiguremos más el sueño de Martí. Su sueño no era liberar a Cuba. Su sueño era liberar a los cubanos, para que Cuba pudiera ser libre, porque en esta crucial ecuación, el orden de los factores, altera el producto.

Y si alguien se pregunta por qué no se ha concretado en Cuba “el sueño de Martí”, vea si hemos aprendido y practicado eso que él señaló como imprescindible: “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”, o, para decirlo en el lenguaje de estos tiempos, en las palabras del profeta del exilio, Monseñor Boza Masvidal: no podemos ser libres por fuera, si no somos libres por dentro. Y el que pueda entender, ¡qué entienda!

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