viernes, 2 de febrero de 2007

Del pensamiento martiano: Ciencia para la justicia.

29 de Enero, 2007

Por: Ismael Clark Arxer

Cubarte.- Impresionado por lo promisorio de los avances tecnológicos cuya constante irrupción presenciaba en la sociedad norteamericana que le servía de transitorio abrigo, José Martí escribió: “día llegará en que pueda llevar consigo el hombre, como hoy el tiempo en el reloj, la luz, el calor, y la fuerza en algún aparato diminuto.”

Desde que esa visionaria frase fuera enunciada, el “contenido científico” de las tecnologías comunes ha continuado creciendo de forma incesante hasta muy cerca de un 100%. Los procedimientos y técnicas de base empírica han sido sustituidos o cuentan con rivales establecidos, que tienen por base el conocimiento científico alcanzado.

Al decir del eminente historiador marxista de la ciencia John D. Bernal, aquel último tercio del siglo XIX en que se desenvolvía Martí “fue un periodo en que, simultáneamente, terminó una etapa de la ciencia y empezó otra, finalizó el gran impulso científico del período newtoniano y empezó la preparación de las tormentosas revoluciones científicas y políticas del siglo XX”. Por entonces -y de modo contradictorio- “pese a la cada vez mayor cantidad de riqueza producida por industrias que en su funcionamiento eran muy científicas, a pesar de las perspectivas de ulteriores progresos, las tensiones sociales parecían aumentar en vez de disminuir”.

Pugnaban por imponerse, en el terreno de la filosofía, el neopositivismo y el pragmatismo y nuestro Apóstol no fue en modo alguno insensible a su influencia, y de ello dejó constancia en varios escritos. Estas corrientes de pensamiento, con las que Martí había entrado en contacto desde su época estudiantil en España, propiciaban un acercamiento más objetivo al conocimiento que sus predecesoras, pero en materia social rechazaban en la práctica la idea de la revolución y postulaban en cambio la introducción de determinadas “mejoras” en la estructura de la sociedad.

Para el sentimiento revolucionario de Martí, sin embargo, era demasiado evidente que se habían ido “acumulando los palacios de una parte, y de otra la miserable muchedumbre” lo cual ponía de manifiesto, en forma flagrante, la injusticia de aquel sistema que, pese a su deslumbrante progreso técnico, “castiga al más laborioso con el hambre.”

A ello habría que añadir, desde la perspectiva del conocimiento actual, que el saber científico disponible revela y fundamenta la necesidad de detener el desarrollo del modo de producción capitalista y sustituirlo por un sistema capaz de procurar (lo cual no implica que sea cosa simple) la máxima compatibilidad ambiental posible. Para Martí, la ciencia y su directa implicación social, la tecnología, no podían ser inculpadas por las injusticias del sistema. Por el contrario, para su mente visionaria, exponente de la máxima consecuencia revolucionaria para su época: “ciencia y libertad son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero.”

Si regresamos a la época actual, el desafío de construir un mundo sustentable exige la creación de un marco de referencia integral, en el cual se tomen en la debida consideración las estrechas interconexiones a interdependencias entre las dinámicas económicas, políticas y ambientales, y entre todas ellas con el conjunto del sistema.

Necesitamos una visión científica sistémica e integradora, que tome en consideración simultánea todas las dimensiones de las variables económicas y de los procesos de transformación social. El mundo en nuestro derredor no es fijo e inmutable, sino que podemos transformarlo mediante un proceso dialéctico sustentado en la forma en que observemos e interpretemos los “hechos” de manera novedosa y diferente, que permita a la humanidad trascender, al decir de Marx, su propia prehistoria. Así parecía avizorarlo el Maestro, cuando reflexionaba que “la ciencia es todo una, y conviene todo lo que junte a los pueblos.”

Hoy se puede afirmar que se hace imprescindible una articulación entre a) la teoría y la práctica de la transformación social, que se exprese en estrategias de acción y luchas concretas de los revolucionarios y luchadores sociales y b) la teoría y la práctica del proceso ciencia -tecnología- uso social tal y como tiende a expresarse en la actualidad. Esa alianza o acción conscientemente mancomunada no sólo es deseable, sino a mi juicio indispensable para solventar un grupo de problemas cruciales a los que se enfrenta actualmente el género humano y que se pueden sintetizar en -al menos- tres vertientes:

1) La identificación rigurosa de los límites críticos de la actividad tecnológico-productiva, en tanto la trasgresión de esos límites entraña daños irreversibles para la viabilidad ecológica del planeta y en particular la subsistencia humana.

2) El esclarecimiento y la sustentación de nuevos o distintos patrones de conducta, producción y consumo, compatibles con los límites anteriormente mencionados.

3) La generación y puesta a punto de soluciones prácticas, de base científica, para problemas acuciantes para la humanidad como el hambre y las enfermedades evitables, pues la realidad demográfica del mundo contemporáneo es incomparablemente más compleja y difícil que en vida de Martí. La ciencia y la tecnología se tornan verdaderas herramientas revolucionarias, y lo demuestra la experiencia cubana, cuando se les despoja de cualquier mercantilismo indebido y se insertan, por el contrario, en programas de acción guiados no por el lucro, sino por su significación bienhechora en lo social.

De acuerdo con una popular enciclopedia, la Equidad (del latín aequitas, de aequus, igual), es un Principio General del Derecho. Aristóteles consideraba lo equitativo y lo justo como una misma cosa; pero para él, aún siendo ambos buenos, la diferencia existente entre ellos es que lo equitativo es mejor aún.

Hoy abundan los documentos y declaraciones que llaman a “combatir la pobreza”, al parecer pasando por alto la advertencia que puede encontrarse en la misma fuente antes citada, en el sentido de que “la pobreza es un término comparativo utilizado para describir una situación en la que se encuentra parte de una sociedad y que se percibe como la carencia, escasez o falta de los bienes más elementales como por ejemplo alimentos, vivienda, educación o asistencia sanitaria (salud) y agua potable. No es, por tanto, una causa que deba ser tratada como tal para combatirla, sino más bien el resultado de procesos complejos y extendidos en el tiempo, que son difíciles de apreciar a simple vista.

Hay de cierto otras formas, y muy atendibles, de caracterizar la pobreza. La Declaración emanada de la Conferencia Mundial sobre la Ciencia de 1999 la conceptuó así: “Lo que distingue a los ricos de los pobres -sean éstos personas o países- es que estos últimos están excluidos de la realización y de los beneficios del saber científico.”

En momentos en que, como alertan varios contemporáneos, se pretende desvirtuar el término "desarrollo sostenible" para mantener en los países industrializados el artificio del crecimiento y tender una cortina de humo para eludir la verdadera problemática ecológica y las contradicciones sociales que el crecimiento capitalista conlleva, no está de más recordar a John Stuart Mills, cuyos Principios de Economía Política (1848) fueron durante largo tiempo el manual más acreditado en la enseñanza de los economistas, y cuya influencia debe haber llegado, por una u otra vía, hasta el ideario de nuestro Apóstol. Decía Mills en la obra mencionada: “No veo que haya motivo para congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser, hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer, excepto como representativos de riqueza,... sólo en los países atrasados del mundo es todavía el aumento de producción un asunto importante; en los más adelantados lo que se necesita desde el punto de vista económico es una mejor distribución.”

Los trabajadores científicos cubanos celebramos especialmente cada aniversario de aquel 15 de enero de 1960 en que Fidel avizoró: “El futuro de nuestra patria tiene que ser, necesariamente, un futuro de hombres de ciencia, de hombres de pensamiento”.

Quizá presintiendo para su pueblo ese futuro de ciencia, que acercara el objetivo supremo de conquistar “toda la justicia”, el Maestro sintetizó en apretada frase lo que hoy nos resulta un precioso legado, particularmente recordable en este enero de recuentos y victorias:

“Y así se va, por la ciencia verdadera, a la equidad humana.”

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