Martí muerto y resucitado: ¿Es mejor el olvido que la memoria forzada y la evocación con yugo?
por RAúL RIVERO, La Habana
Un hombre que acaba de cumplir l52 años y lleva muerto más de un siglo tiene derecho a un poco de sosiego.
Como fue en su vida pobre, batallador, complejo, melancólico, triste y poeta, lo que podía reclamar allá en el infinito, cuando las fechas dan campanazos a sus deudores, es una rosa blanca y una voz cálida y mesurada que diga hacia la noche —su otra patria— ciertos poemas. Nunca sabremos cuáles.
¿Le complacería, a un ser humano que le complacía el arroyo de la sierra, ver a tantos pícaros escarbar en sus libros, vivaquear en sus ideas y sacarlo luego como un gallo de pelea a desangrarse en reyertas particulares y estériles?
Parece que no. Lo que dejó escrito, con sus polémicas y encontronazos, lo muestran enérgico y firme en sus convicciones, pero nunca inflexible. Enseña a un hombre convencido de sus ideas, pero no intolerante. Muestra a las claras a alguien con una vocación de comunicación, un promotor de la fraternidad y del debate constructivo, no a un llavero, no a un cerrador profesional de puertas y ventanas.
¿Le agradaría al hombre de una única levita negra, de zapatos estrábicos, frugal en las comidas y en los vinos, parco en oros y monedas, presenciar a grupos de sus compatriotas saquearlo para defender el poder y los lujos?
No. Él, que olvidó en la casa de unos amigos en Nueva York el abrigo de su último invierno. Él, que solía dejar a su barbero con las húmedas manos extendidas y contaba con celo de banquero cada peso de la guerra, del periódico Patria y de la libertad. No, él no.
Esas conmemoraciones planeadas, utilitarias, consiguen siempre deformar y oscurecer. Ofrecen una visión parcial y tendenciosa del recordado y los hace parecerse a los organizadores, siempre con sus caras de inocentes y encendidos patriotas en las tribunas, los podios, los altares.
Mejor que la memoria forzada y la evocación con yugo, es el olvido. Es más pura la amnesia que el recuerdo egoísta.
Que lo evoquen entonces sus ya lejanos descendientes en el rumor de las cartas íntimas y en los dolores familiares. Que lo convoquen, en silencio, los que lo reconocen por sus distancias y sus fracasos, por los abandonos y los sufrimientos de hombre común, por las frases de amor que dijo en el ámbito de sus casas soñadas.
Ha pasado otro año y José Martí muere y resucita en Dos Ríos todos los días a beneficio de los operadores de una sombría máquina del tiempo. Lo que soy yo, pido perdón por esta incursión a su inmortalidad y reclamo armonía y paz para su alma.
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