Freddy Pérez Cabrera
19 Mayo 2025
(Ilustración: Adalberto Linares)
«El trabajo embellece. El trabajo disciplina. El traba- jo nutre», escribió nuestro Apóstol, José Martí, quien fue un trabajador incansable en oficinas, en la docencia, en el ejercicio del periodismo —incluso, muchas veces sin recibir paga alguna—, como en el club obrero La Liga, de Nueva York.
Desde su condición de trabajador y dado su origen humilde, tuvo un alto aprecio por los pobres, que mantenían viva la causa de la independencia patria, mientras que la mayoría de los acaudalados la abandonaban.
No es casual el hecho de que, aunque residía en Nueva York, se propuso, y logró, que los documentos rectores del Partido Revolucionario Cubano nacieran en Tampa y Cayo Hueso, donde eran más numerosos sus compatriotas obreros y emigrados como él.
A ellos dijo el 26 de noviembre de 1891, en Tampa, en su discurso «Con todos y para el bien de todos», en respuesta a quienes buscaban desacreditar a la revolución y sus fuerzas: «¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!».
Ese mismo año resumió, en el ensayo Nuestra América, el cometido que lo guió durante toda su existencia: «Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores»; idea que daba continuidad a lo que ya había expresado en su Lectura de Steck Hall, del 24 de enero de 1880, cuando proclamó: «Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones».