domingo, 5 de septiembre de 2021

Los Rodríguez: Objío y Demorizi

José del Castillo Pichardo
03/09/2021, 12:00 AM

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Sello Centenario Muerte Rodríguez Objío 1971.

El 18 de diciembre de 1938, la docta Academia Dominicana de la Historia celebró sesión solemne bajo la presidencia del Maestro Federico Henríquez y Carvajal, para conmemorar el Centenario de Manuel Rodríguez Objío, general restaurador, poeta e historiador. Miembro de la Logia Cuna de América -que en 1871 le rindiera honras funerarias, siendo el orador un joven educador que ahora oficiaba como cabeza del selecto grupo de historiadores. Tras discurso improvisado de don Fed, el secretario de la Academia, Emilio Rodríguez Demorizi, dictó conferencia magistral, cuya segunda parte reseñamos.

“Al finalizar la guerra de la Restauración, Rodríguez Objío no logró apartarse de la política ni dejó de inmiscuirse en las contiendas fratricidas, condenables si se consideran como productos de barbarie o como rémoras de la civilización y del progreso, pero muy nobles y justificadas si se estudia el fondo nacionalista que las animara casi siempre. Nadie juzgó como José Martí esas revueltas que le dieron al pueblo dominicano el título de belicoso, consagrado por el historiador Estévanez.

“En una página desconocida, al referirse Martí a nuestras guerras, según él en ´apariencias mezquinas, por más que fueran forma natural de la inevitable contienda que en los países nacientes surge, entre las personalidades fuertes y bravías que asaltan el mundo, y los hombres de pensamiento, previsión y justicia que se les oponen´, exclamaba: ‘No hay luchas más nobles que estas pequeñas guerras. ¡Bien idas están, y no vuelvan nunca, ni para Santo Domingo, ni para ninguno de nuestros países! pero no se quiera hacer de ellas culpa ignominiosa de las Repúblicas que en la misma frecuencia de esos combates tienen su mayor decoro! Allí, donde se ha peleado menos, el carácter tardará más en desenvolverse, y los hombres han adquirido hábitos funestos: donde se ha peleado más, se ha andado más aprisa: se ha pasado por lo inevitable, y se está llegando antes a lo útil. Así dan mejor fruto los campos bien regados’.

“Afortunadamente para su nombre, Rodríguez Objío aparecerá siempre en esas luchas al lado de los próceres más íntegros: en el partido azul o partido nacional, heredero de la porción más pura de la legión restauradora.

“A fines de 1865 servía el Ministerio de Relaciones Exteriores, en el Gobierno de Cabral, cuando el cándido Protector le franqueó las puertas de la Presidencia a Buenaventura Báez. El antiguo Mariscal de Campo español le tuvo entonces por amigo y le designó su Delegado en el Cibao. No se aprovechó de su amplia autoridad para servir egoístas intereses de partido, ni para medrar y enriquecer su hacienda, sino para reanimar la desmedrada hueste nacionalista y para defenderla de injustas persecuciones, lo que le valió reproches del mismo Báez.

“Para contener las inusitadas demasías del General Lovera, aquel célebre gobernador de Puerto Plata que le dio solemne sepultura a su caballo, Rodríguez Objío fue designado para ocupar la gobernación de ese Distrito, cuando ya se agitaba la conspiración que derrocaría al Presidente Báez. ‘En aquella ciudad -dice el poeta José Joaquín Pérez-, donde nunca Báez ha podido contar con partidarios, casi se le obligó a que diese el grito de rebelión contra aquel mandatario, secundando el movimiento iniciado en otros puntos del Cibao’.

“Corría el año de 1866. Desde Puerto Plata, que se había pronunciado contra el Gobierno, despachábase un barco hacia las Islas Turcas en busca de Gregorio Luperón, caudillo de la revuelta, jubilosamente recibido en su pueblo natal el día 28 de abril. Entre la ardorosa muchedumbre estaba Rodríguez Objío, ajeno a lo que significaría en su vida aquella escena, principio de sus mayores infortunios. A su palabra, la del Gobernador, por ser la primera autoridad, y por existir entre él y Luperón los viejos fuertes vínculos de la manigua en la Guerra Restauradora, le fue confiada la salutación del ilustre soldado de la libertad. Entre los jubilosos vítores y los marciales acordes de la música, pronunció, frente al héroe, su fatal discurso.

“Tal fue el memorable discurso, grito desbordante de fervor patriótico, tan irreflexivamente censurado. En el enjuiciamiento de ese acto jamás deberían descontarse las circunstancias que lo rodearon: fue en un pueblo radicalmente adverso a Báez; era la lucha del partido nacionalista, surgido de la Restauración, contra el partido rojo cuyo jefe había ostentado la faja de Mariscal de Campo español; y ser fiel a Báez habría sido, a la postre, ser infiel a la República.

“Entre ser infidente a la Patria o al mandatario en cuyo pensamiento ya germinaba el nefando crimen de la Anexión a los Estados Unidos de Norteamérica, optó por ser desleal al desleal a la nación. Y así, aquel joven, que apenas contaba 27 años, cegado por el inevitable magnetismo que irradiaba la personalidad de Luperón, tan fuerte y poderosa que influiría en esos altos espíritus que fueron Hostos y Betances, le entregó la plaza de Puerto Plata y le abrió a la revolución el camino de la victoria.

“Para vindicarse del dictado de traidor conque sus adversarios quisieron infamarle desde entonces, decía: ‘la exaltación del momento puso en mis labios un discurso que sólo podía ser bien acogido en el instante en que fue pronunciado. Su impresión desacreditó su sentido; y lo que en una situación fue un acto de abnegación generosa, o de energía brutal, tomó las apariencias de una inmoral fanfarronada... Mis enemigos no perdieron la ocasión de herirme con mis propias armas. Yo había sido bastante imprudente para suministrárselas. Bien visto, dos absurdos resaltan en mi alocución: el primero consiste en asegurar que había jurado fidelidad a Báez, cuando la verdad jamás tuvo este hombre la ocasión para inquirir sobre mis opiniones... El segundo absurdo consiste en calificarme de traidor hiriendo a otros traidores. No hay traición -dice Saint Remy- sino cuando se combaten o los principios o la Patria’.

“Esa mal entendida lealtad, fanáticamente profesada al General Santana, fue lo que convirtió al heroico Puello, a Suero, a Valerio, a Valverde y a tantos más, en servidores de España en contra de su patria. Esa misma lamentable incondicionalidad, consagrada a Buenaventura Báez, a la que se sustrajo Rodríguez Objío, fue también la que puso anticipadamente, en manos de antiguos próceres, la bandera de las franjas y las estrellas con que Báez quiso sustituir nuestra bandera.

“¡Bendita sea, pues, la infidencia de Rodríguez Objío, y benditos sean los infieles de tan noble linaje!

“Arma al hombro, junto a Luperón, Rodríguez Objío se fue a la guerra. Combatió denodadamente en La Cumbre y siguió en todas las vicisitudes de la campaña, ora escribiendo, ora peleando, siempre al lado de su héroe. Al advenir la paz, dejó el arma y fundó el periódico La Voz del Cibao, heraldo del nacionalismo contra las continuas intrigas del partido baecista, que acaudillara aquel malogrado estadista que fue Buenaventura Báez, tan admirado en su primer gobierno como vituperable en los posteriores.

“Los acontecimientos de principios de 1868 lo arrojaron de nuevo a las desolaciones del destierro. ¡Cuántas congojas y peligros los de esta angustiosa peregrinación! Desde el Ozama, antes de sufrir de nuevo el ominoso régimen de Báez, cerca de cien personas abandonaban la orilla del Ozama con sólo esperanzas de miseria y de muerte. Fue el memorable viaje hacia el árido y desierto islote de Guaiguasa, en cuya travesía fue arrojado al mar, víctima del cólera que infestaba las costas venezolanas, el presbítero Dionicio Valerio de Moya.

“Dos poetas compañeros en la aciaga aventura, Rodríguez Objío y José Joaquín Pérez, sentirían crecer en sus pechos el odio a Báez, en el dantesco espectáculo: el cuerpo inanimado, ceñido el oscuro hábito sacerdotal, hundirse como un áncora humana en la soledad y el misterio del océano, tras el responso de las olas.

“Rodríguez Objío no quiso permanecer en los nostálgicos ocios del ostracismo, y muy pronto se trasladó a la capital haitiana con el propósito de unirse a los que allí conspiraban contra Báez, pero perseguido por Salnave, a instigación del mismo Báez, logró escapar hacia los Estados Unidos de Norteamérica. De allí pasó a las Islas Turcas, cuando Luperón se preparaba nuevamente a levantar el estandarte de la infortunada rebelión que le costó la libertad al desdichado poeta y luego la vida.

“El 14 de marzo de 1871, cuando salía de las fragosidades de Capotillo haitiano, con los 45 patriotas que acompañaban a Luperón en su protesta armada contra el proyecto de Anexión a los Estados Unidos fraguado por Báez, Rodríguez Objío escribió el himno llamado de Capotillo o de la Restauración, convertido, con música improvisada, en canto de guerra de aquellos héroes.

“Derrotadas las tropas revolucionarias en el memorable combate de El Pino, por los campos de Guayubín, Rodríguez Objío fue hecho prisionero y condenado a muerte. ‘La hora de la venganza -escribía José Joaquín Pérez en 1875- había sonado ya’. El General Juan Gómez, bajo cuya custodia generosa emprendió el camino de Santo Domingo, hizo inútiles esfuerzos por salvarle la vida. En Santiago, en todos los pueblos del trayecto, empeñáronse en que no se realizara la ejecución del joven prócer, digno de esa gracia por su acrisolado patriotismo, por su edad y por las dotes de su preclara inteligencia.

“La resolución de Báez era irrevocable. Ni lágrimas ni ruegos, ni las súplicas del cuerpo diplomático y consular, ni la de las logias masónicas, ni el llanto de las damas que se arrojaron a los pies del inmutable mandatario, ni el dolor de la madre infeliz, llorosa e implorante, ablandaron su corazón. ¡Nunca una lágrima, arrancada por tan intensa angustia, cayó sobre piedra tan fría como esa alma endurecida por el agravio y empequeñecida por la más siniestra de las venganzas!

“La tradición conserva todavía el pesaroso recuerdo de aquellos días de duelo para los acongojados moradores de esta vieja ciudad, tan heroica y sensible y tan humanitaria aun en los más terribles trances de su historia.”

Tomado de: Diario Libre

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