lunes, 18 de octubre de 2021

Martí, filósofo

Por DR. ORLANDO GUTIÉRREZ-BORONAT
7 de enero de 2019 - 11:01

A ningún filósofo real le interesa ser original. Su satisfacción radica en el deber cumplido, en la ejemplaridad, en contribuir a un diálogo continuo, sostenido y milenario sobre la realidad, que es el hilo conductor de la filosofía

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El apóstol de la independencia cubana, nació en La Habana el 28 de enero de 1853 y murió el 19 de mayo de 1895.

El mundo en el que vivimos nos ha acostumbrado a entender la filosofía como una actividad totalmente abstracta que se da al margen de la realidad misma. Un poco más y el llamarle a alguien filósofo lleva la connotación de diletante, enclaustrado en torre de marfil.

En realidad, la filosofía, el amor a la sabiduría, término éste desarrollado por el gran Pitágoras para describir esta acción tan peculiarmente humana, lejos de estar reñida con la realidad, consiste en la esencia de la misma. En la filosofía radica la excepcionalidad de la humanidad en el mundo natural. La tensión radical entre el ser y su conciencia.

Somos homo sapiens sapiens, “seres que saben que saben”, ahí radica nuestra esperanza de ir de doxa, el mito, a episteme, el conocimiento. Odisea esta que es pertinente para la humanidad misma en su lucha por la esperanza, por lo cual queremos decir no optimismo sino el sentido profundo y transcendente de las cosas.

La filosofía es una actividad de la especie misma, única a ella, en la que participa el ser por su membresía en la raza humana. Los que estudian este proceso humano, son los estudiantes de la filosofía.

Otra cosa, distinta y superior al estudiante de la filosofía, es el filósofo. Filósofos, seres que profundizan con las ideas hasta integrarse con ellas en la práctica misma de la vida y que convierten esta integración en enseñanza, son pocos en la historia.

Leo Strauss, el notable politólogo norteamericano del siglo XX, escribió que “El objetivo más alto de la filosofía política es la vida filosófica: la filosofía más que un cuerpo de enseñanza y conocimiento, es una forma de vida que ofrece solución al problema que mantiene a la vida política en movimiento”.

Es decir, la vida política de una sociedad, de una nación, tiene que estar siempre en movimiento hacia la verdad, como única forma de mantenerse sana y constructiva y de ser auténtica.

El filósofo es el ser que surge para impulsar este movimiento y que a menudo se enfrenta al sufrimiento y a la persecución por esta vocación.

El surgimiento de cada uno de estos seres a través de la historia, ha marcado el inicio de un alumbramiento para el resto de la humanidad, o del pedazo de humanidad al cual le ha tocado servir. El decursar de la filosofía, del diálogo entre filósofos, es continuo porque el movimiento de la humanidad hacia la sabiduría tiene que ser constante, o esta pierde el contacto con su razón de ser. El hombre vive para conocer, diría Aristóteles, y la manera más alta de vivir, es vivir en la verdad, enseñó Sócrates. El gran traidor a la filosofía fue Carlos Marx, pues como filósofo luchó por el fin de la filosofía misma, por la supresión de la conciencia en un punto futuro donde la historia esclavizara a la filosofía.

Uno de estos seres iluminados, un miembro de esta fraternidad de la verdad, fue nuestro José Martí. Un espíritu tan amplio y generoso, que a 166 años de su nacimiento sigue vigente entre nosotros, y su enseñanza, aún luz que guía a los mejores de su nación. Sin un rumbo, sin un camino, los pueblos se diluyen. Martí marcó ese rumbo transcendente para los cubanos.

Los filósofos no surgen en el vacío, toma generaciones de un pueblo, de pensadores y luchadores, el poder forjar una personalidad, filosófica integral. Martí no surgió de la nada, su personalidad fue el cúmulo de una gran serie de maestros: el Padre Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco, Rafael María de Mendive, Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, son los intelectos y los ejemplos, entre otros, que cristalizan la personalidad martiana.

El filósofo es siempre hombre de acción, participa activamente en las luchas de su tiempo con la claridad profunda que le da su búsqueda integral de la verdad. La mirada del filósofo es siempre amplia y profunda, abarca la amplia gama de la experiencia humana y profundiza en los pilares eternos del alma. El filósofo siempre tiene método y desarrolla instrumentos de estudio y análisis. Se comienza con el ejemplo de la vida misma, entonces la palabra dicha: el diálogo y la oratoria. Se pasa a las expresiones escritas. El filósofo ahonda en las palabras mismas, como estructuras de la realidad: generalmente la poesía, y el ensayo que abarcan las formas del conocimiento, las razones del ser, las verdades políticas, que tienen que sustentarse en la metafísica, y siempre apuntan al comentario ético. Lo último, lo más difícil y la marca de un filósofo mayor es el saber morir.

A ningún filósofo real le interesa ser original. Su satisfacción radica en el deber cumplido, en la ejemplaridad, en contribuir a un diálogo continuo, sostenido y milenario sobre la realidad, que es el hilo conductor de la filosofía.

Todo esto y más es José Martí. El logro de una personalidad como esa es siempre señal del desarrollo de una civilización, que es la forma más alta de una cultura. Surgió de una brillante sociedad criolla cuajada en Cuba desde el siglo XVIII, sociedad que tuvo que marchar a las guerras de independencia para poder sobrevivir. Y es el gran logro de esa república criolla que vivió entre 1902 y 1959, que tuvo muchos más aciertos que errores, el haber reconocido y reverenciado el gran hecho que constituye para una nación el logro de la personalidad filosófica. Al aceptar la guía martiana, con todas sus luchas y tropiezos, la república criolla aseguró su transcendencia y por tanto una aún vigente esperanza de libertad para los cubanos.

Esa república que se levantó como el ave fénix de las cenizas de la guerra de independencia, que tuvo un crecimiento milagroso entre 1902 y 1959, hoy vive en el ejemplo martiano, en la Resistencia, en el exilio y algún día más temprano que tarde, será realidad de nuevo para todos los cubanos.

En resumen, la filosofía martiana se basa en los siguientes preceptos:

  1. La conciencia humana es un evento en la realidad.
  2. Esa realidad responde a la unidad moral de un diseño cósmico.
  3. Toda la evolución de la vida responde jerárquicamente al desarrollo de la razón.
  4. La razón superior responde al discernimiento moral.
  5. El ser humano está facultado con la libertad para actuar moralmente.
  6. De la razón universal brotan los derechos de la persona humana.
  7. De la libertad, el derecho y la razón deben emanar las leyes.
  8. El estado emana de estas fuentes y para ser legítimo, las leyes del estado tienen que obedecer a estas fuentes.
  9. Un gobierno justo es un gobierno de leyes.
  10. Un gobierno libre es un gobierno en el cual los ciudadanos participan en la elaboración de las leyes bajo las cuales viven.
  11. El estado tiene que estar limitado para que la sociedad pueda ser libre.
  12. El ente sensorial de la transcendencia del cosmos en una sociedad es el individuo. Una sociedad solo es libre si los individuos que la constituyen son libres.

Por estas profundas verdades vivió José Martí, por estas certidumbres supo morir. La odisea de su alma es esperanza de nuestro pueblo.

No sintamos nunca más tristeza por José Martí. La suya fue una vida que el redactó con la tinta de la verdad, tomó autoría sobre su conciencia ante la más alta tribuna. Su vida fue victoria del conocimiento sobre la opinión.

Nos aportó José Martí una indispensable comprensión sobre la importancia vital de cada momento, de cada detalle de la vida. Nos aportó José Martí con belleza literaria, una diáfana explicación de la unidad entre el deber humano y el desarrollo del mundo natural: eso hacen los filósofos, a pesar del miedo, del peligro, de las pequeñeces, mostrar la arquitectura de la creación.

Tomado de: Diario Las Américas

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